Ignacio Gracia Noriega
La poesía china clásica
Cuenta Álvaro Cunqueiro que «en un periódico coruñés, hace algún tiempo, un señor Ribagorza escribía que no había poesía en China, ya que no conocíamos ningún nombre de poeta chino». Pero no sólo hubo poesía en China, sino más poetas que en cualquier otro lugar del mundo, ya que era indispensable conocer el arte de la poesía para ser funcionario, y un Imperio tan inmenso como el chino requería una inconcebible cantidad de burócratas. Esta preponderancia de los funcionarios-poetas procede de Confucio, que había destacado los valores morales de la poesía; de manera que, cuando los europeos empezaron a acercarse a China, en el siglo XVIII, «consideraron que el gobierno de los todopoderosos eruditos-funcionarios era el aspecto característico de un mundo que acababa de ser descubierto», según escribe Etienne Balazs. Lo que no dejaba de causar extrañeza en Occidente, donde a los poetas habituales se les tiene por parásitos o delincuentes, o según decía don Ramón del Valle-Inclán, «como a los gitanos, siempre perseguidos por la Guardia Civil». Y en la desaparecida Unión Soviética, tan interesada por los poetas de su cuerda, a efectos propagandísticos, el gran poeta Joseph Brodsky fue acusado de «parásito social». En China, por el contrario, la poesía está presente en todos los aspectos de la vida pública y privada, e interesa a gentes de todo condición; como escribió Yuan Chen a propósito de la poesía de Bai Juyi: «Durante estos veinte años, los versos de Bai aparecen inscritos en las paredes de las escuelas, de los templos, de las oficinas de Correos, etcétera, y están en boca de reyes, príncipes, damas, concubinas, labradores, mozos de caballerizas. En todas partes se ve gente que vende copias de sus versos en los mercados o las trueca por vino en las tabernas». Razón por la que escribe Guojian Chen en la introducción a «Poemas de Tang, edad de oro de la poesía china» (Cátedra, 1986): «Se presentaba un poema al solicitar un empleo y se dedicaban versos a los amigos que se despedían, a los oficiales que se marchaban a la guerra, a los colegas que sufrían algún descenso, remoción o desgracia». Es razonable, por tanto, que China ofrezca la poesía más abundante del mundo, y la más antigua. Porque no sólo los chinos son innumerables y escribieron poesía continuamente, sino que empezaron a hacerlo antes que otro pueblo de la Tierra.
«Poesía clásica china», nueva antología de Guojian Chen para Ediciones Cátedra (Madrid, segunda edición 2002), abarca tres mil años de poesía, desde los poemas de «Shi Jing» (de los siglos XI al VI a. C.) hasta el poeta Su Manshu, monje budista muerto en 1918 y que lamentaba en un poema amoroso: «¿Por qué no te habré conocido / antes de hacerme fraile?». La antología acoge 253 poemas debidos a 92 autores: un material muy cribado y selecto, si se tiene en cuenta que sólo la «Recopilación completa de la poesía de la dinastía Tang» ordenada por el emperador Qian Long (siglo XVIII), antologa 48.900 poemas debidos a 2.200 poetas, y sólo representa una décima parte de lo que se escribió en aquella época de esplendor.
Si el número de poemas que componen el inabarcable conjunto de la poesía clásica china causa vértigo, no lo causa menos su impresionante antigüedad, equiparable a la de los primeros textos literarios egipcios. Se produce aquí otra extraña coincidencia. Los primeros textos egipcios son de tendencia abstracta, y tarda en aparecer la literatura narrativa, que es por donde comienza la de los occidentales. Asimismo, las primeras poesías chinas no son míticas, ni religiosas ni épicas, sino que cantan el amor, el matrimonio, el trabajo en el campo, la vida cotidiana y denuncian las injusticias sociales. Lo más aproximado a la épica son algunos poemas escritos por nobles que se refieren a banquetes, guerras, cacerías o plegarias, pero que, según Guojian Chen, «son mucho menos interesantes por carecer de la vivacidad de expresión y la ternura fresca y no afectada que caracterizan las canciones populares».
La primera antología de poesía china, ya mencionada, es «Shi Jing» o «Libro de poemas modelo», que abarca del siglo XI al VI, y se divide en tres partes: «Canciones populares locales», «Canciones de la capital y cercanías» y «Cantares de elogio». Después de un período de tres siglos sin producción poética apreciable, surge el primer gran poeta chino, Qu Yuan (340-278 a. C.), que inaugura el período de Chuci, desarrollado en la cuenca de los ríos Yangtsé y Huai. Al período siguiente, de Yuefu de Han, pertenece el emperador Wu (156-87 a. C.), que relaciona el otoño («las hierbas se marchitan / al sur vuelan los gansos») con la llegada de la vejez («Ha pasado la alegría / ha llegado la tristeza/ (...) / ¿Y qué hacer con la vejez?»). Posteriormente aparecen poetas que consideran que la poesía no tiene por objeto satisfacer necesidades sociales, como pretendía Confucio, sino expresar sentimientos y emociones. Por este camino se alcanza el punto más alto de la poesía china, correspondiente al período de Tang (618-907), al que pertenecen Li Po, Du Fu y Wang Wei, y en la generación siguiente Bai Yuyi, al que se considera más próximo al gusto occidental. Li Po es el gran lírico, y paradójicamente, siendo el mayor poeta chino, fue el único que no entró por el aro del funcionariado. A su altura se sitúa Du Fu, que era de tendencia más realista, aunque no por ello deja de ser un excelente lírico. Estos grandes poetas contemporáneos representan la variedad religiosa de China: Li Po era taoísta, Du Fu confuciano y Wang Wei budista. Los tres (y Bai Yuyi con ellos) eran magníficos bebedores que alardeaban del don de la ebriedad (Bai Yuyi se hacía llamar «el Caballero Ebrio») y componían un arte refinado y apacible al tiempo que en Asturias, pongo por caso, los primeros reyes intentaban organizar su reino.
La Nueva España · 31 enero 2007