Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Shakespeare y el sueño

El sueño, antes de que Sigmund Freud y sus seguidores se propusieran denigrarlo, era un material poético de extraordinaria amplitud, por lo que los poetas recurrieron mucho a él, de manera muy especial y frecuente el más grande de ellos, William Shakespeare, que refirió historias que son la materia con la que se forjan los sueños, y nos habló de presentimientos y temores nocturnos, del sonambulismo de lady Macbeth y de Macbeth, asesino del sueño, de sueños de gloria y de Julieta, que después de haber pasado una noche sin dormir, no quiere que llegue el alba, del insomnio de Bruto antes de la batalla, y del desasosiego del rey Enrique IV:

¿Por qué, sueño, tú en casuchas ahumadas te acuestas
y sobre incómodos jergones te tiendes,
por el zumbido de las moscas nocturnas sosegado tu reposo,
en vez de las grandes alcobas perfumadas,
bajo doseles de lujo,
y por el sonido de la más dulce melodía arrullado?

Grandiosas palabras que casi se repiten en Quevedo («¿con qué culpa tan grave, sueño blando y suave...?»), autor que tiene algo más en común con Shakespeare que Plutarco y el desdén hacia la democracia. En el célebre soliloquio de Enrique IV, los humildes duermen tranquilos mientras al rey se le niega el reposo, y pregunta, angustiado, por qué le asusta. tanto que no quiere cerrar sus párpados ni plantar el olvido en sus sentidos, y concluye, a medias resignado: «Inquieta yace la cabeza a la que una corona ciñe». Conclusión a la que también llega Macbeth.

Igualmente inquieto vive el conspirador que impidió que una corona ciñera la cabeza de César, y Bruto, para colmo, tiene un criado, Lucio, que es, por contraste, un gran dormilón. El joven criado siempre está dispuesto al sueño, mientras Bruto permanece en vigilia: «¡Lucio, digo! Quisiera tener el defecto de dormir tan profundamente», le dice, no sin envidia. Más adelante, Bruto confiesa: «Desde que Casio me excitó contra César, no he podido dormir». Los grandes delitos se pagan con el insomnio: son los casos de Macbeth, de lady Macbeth, de Ricardo III, de Bruto, de tantos otros. Y en su insomnio, Bruto vuelve a llamar a Lucio: «¡Muchacho! ¡Lucio! ¿Dormido como un tronco? Pero no importa. Goza el dulce y pesado rocío del sueño». También en el Huerto de los Olivos se durmieron los discípulos. Para Shakespeare, en este caso, lo mismo que para el evangelista, el sueño no es indicación de espíritu elevado.

El sueño, no obstante, es para Enrique IV, «suave nodriza de la naturaleza», para lady Macbeth, «la sal de la vida», y, según Macbeth, el sueño «desteje la intrincada trama del dolor» y es «descanso de toda fatiga el alimento más dulce que se sirve en la mesa de la vida». Sueñan los espíritus inocentes y aquellos que no tienen cargas sobre la conciencia. Se dice que duermen como niños porque regresan en el sueño al estado de inocencia, a la poesía del Sueño de una noche de verano, la más onírica de las obras de Shakespeare. El hombre se engrandece en el sueño: es un dios cuando sueña y un mendigo cuando piensa. Aunque en Cimbelino (ac. II, e. II), el sueño es «imagen de la muerte».

Lo contrario del sueño, la falta de él, es castigo terrible. El peor de los castigos, tal vez. «¡El terror, nacido de la falta de costumbre, me quita el sueño!», exclama Macbeth, quien al asesinar al viejo rey Duncan, huésped de su casa, ha asesinado al sueño. Macbeth es el asesino del sueño; después de cometido su crimen, escucha una voz que le dice: «Macbeth, tú no puedes dormir, porque has asesinado al sueño», y le repite, enumerando todos sus títulos y nombres: «Glamis ha matado al sueño; por eso no dormirá Cawdor, ni tampoco Macbeth». La noche del asesinato del rey Duncan, Macbeth y su mujer no duermen: «¿Era tan tarde cuando te acostaste que sigues acostado tan tarde?», le pregunta Macduff al portero. Porque, para Shakespeare, «No estar en la cama después de medianoche es levantarse temprano» (Noche de Epifanía, ac. II, e. I). Macbeth, en este sentido, es tan noctámbulo como Falstaff, de quien señala Orson Welles que vive en escenarios de amanecer; pero del amanecer de quien no se ha acostado.

En Ricardo III (ac. I, e. III) maldice así: «Que el insomnio habite la alcoba donde reposas». ¿Es peor el insomnio o la pesadilla? Lo cierto es que pocas maldiciones ofrece la literatura universal tan terribles como ésta.

No nos ocuparemos, de momento, de otro gran tema que dio asunto y título a las obras más prodigiosas de la literatura universal, La vida es sueño, de ese autor equiparable a Shakespeare que es Calderón de la Barca. En Shakespeare también abundan la confusión de sueño y vigilia (prólogo de La doma de la bravía, etcétera), de realidad y ensoñación. ¿Es real la realidad? Como dice Romeo: «Si pudiera creer en la duradera realidad del sueño...».

La Nueva España · 21 febrero 2007