Ignacio Gracia Noriega
Francisco de Rojas Zorrilla
Aunque ocupe un lugar secundario en los manuales de literatura al uso, no por eso se debe considerar a Francisco de Rojas Zorrilla (1607-1648) un autor menor, aunque haber sido contemporáneo de Lope de Vega, Tirso de Molina y Calderón de la Barca tiene sus inconvenientes. Es como si se considerase en Inglaterra a Ben Jonson o a Webster «autores menores», cuando lo que fueron es contemporáneos de Shakespeare; y ya se sabe que Lope de Vega, Calderón y Shakespeare eran capaces de situar por debajo a cualquiera que escribiera teatro en su tiempo: no porque los demás fueran menores, sino porque ellos eran muy grandes. Si Rojas Zorrilla hubiera nacido en Francia, pongo por caso, habría tenido mayor dimensión literaria: no por ser francés, sino porque en la primera mitad del siglo XVII el teatro de «la France» no era tan bueno como el de Inglaterra y España. En realidad, el punto de partida del teatro francés consistió en ponerles límites y frenos a los espectaculares logros del teatro español e inglés: los neoclásicos, ahí es nada, consideraban a Shakespeare un «bárbaro», y Pierre Corneille acartonó bastante al Cid de Guillén de Castro, bien es cierto que a cambio de dotarle de algunos aspectos nuevos y fascinantes. En definitiva, el teatro francés, desde el que se impuso la norma aristotélica de las tres unidades, es el teatro español e inglés con las garras limadas. Tanto Shakespeare como Lope de Vega se ponían a Aristóteles por montera. Para ellos, el teatro es vida. Para Corneille y Racine, aun reconociendo su grandeza extraordinaria (sobre todo, la de Racine), el teatro es norma.
Francisco de Rojas Zorrilla nació en Toledo el 4 de octubre de 1607, hijo del alférez Francisco Pérez de Rojas y de Mariana de Vega y Zorrilla. Cursó estudios en la Universidad de Salamanca, y en 1633 estrenó su primera comedia, o al menos la primera que ha sido documentada, Persiles y Segismunda, basada en la última novela de Cervantes. Diez años más tarde, en 1643, obtiene el hábito de Santiago, después de ciertos problemillas en las probanzas de limpieza de sangre; y por fortuna, otras limpiezas no se tenían en cuenta porque, a lo que parece, don Francisco era reacio al agua y, si se me disimula el anacronismo, al modesto jabón chimbo. A esto se le añadían sus pies de gran tamaño y la calvicie, que, no obstante, no se le reprocharon tanto como la joroba a Ruiz de Alarcón. A pesar de su aspecto externo, entraba y salía a su gusto en la Corte, y gozaba de prestigio entre sus colegas; llegó a colaborar en alguna comedia de Calderón. Murió el 23 de enero de 1648, según Francisco Ruiz Román, «alcanzado el primer momento de la madurez. Sin embargo, dejó una obra representativa de su facundia y de su genio. Por ella podemos suponer que, de haber llegado a la plena madurez creadora, tal vez hubiera escrito algunas piezas maestras de donde hubieran desaparecido los defectos que encontramos en alguno de los que hoy consideramos sus mejores dramas».
A Rojas Zorrilla se le considera dentro de la órbita de Calderón. Su última obra estrenada, en 1647, fue un auto sacramental: El gran patio de Palacio. Habitualmente cultivó el drama, cuya obra más destacada es Del rey abajo, ninguno, y la comedia, que tiene su obra más recordada y representada en Entre bobos anda el juego. Del rey abajo ninguno, también titulada El labrador más honrado, García del Castañar y El conde de Orgaz, presenta más elementos de Lope de Vega (del mejor Lope, por cierto, del de El villano en su rincón y Peribáñez) y del Vélez de Guevara de «La luna de la sierra», que de Calderón. Pero el título mismo (Del rey abajo, ninguno) es una declaración de principios que entronca perfectamente con la ideología de Calderón, ya que Pedro Crespo opinaba lo mismo: por debajo del rey, todos los demás son iguales; más iguales todavía en caso de García del Castañar, que no era villano. Otra de sus grandes tragedias, aunque menos conocida, es El Caín de Cataluña, en la que la envidia de Berenguel (Caín) hacia su hermano Ramón (Abel) es una versión de la inagotable literatura que toma el odio entre hermanos como tema. Odio implacable, profundo y maligno y que, como muy bien se especifica ya en el Génesis, tiene un motor principal y poderoso: la envidia y el mezquino resentimiento del envidioso. Los personajes de esta tragedia son hijos del conde de Barcelona, el cual debe actuar como juez después de que Caín ha matado a su hermano, aunque no puede decirse que su sentido de la justicia sea salomónico: pues condena a Berenguel como asesino, pero teniendo en cuenta que también es su hijo, le da las llaves de la torre en la que le encierran para que escape. Y es que las cosas son según se miren; como se dice en la comedia ¡Abre el ojo!:
Juan: ¿No sois vos mi gran amigo? Y ayer, mientras yo os pagaba la cena, ¿no lo jurabais?
Julián: Fui vuestro amigo en La Mancha y este es otro arzobispado.
De manera que si el asesino es a la vez el hijo, aunque haya matado al otro hijo, se le juzga en «otro arzobispado».
También escribió Rojas Zorrilla una Numancia destruida, que no conozco, por lo que no puedo constatar si se aproxima en grandeza a la tragedia de Cervantes; probablemente no. Aunque Rojas era conocedor de Cervantes, como lo muestra en su primera obra, «Hallarse para perderse», que es un excelente título para Persiles y Segismunda. Y otras obras de mérito son obras de este gran autor que tenía «los pies, un poquillo luengos».
La Nueva España · 30 junio 2007