Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Centenario de Miguel Torga

Miguel Torga nació en la aldea trasmontana de San Martinho de Anta el año 1907. Es el gran narrador portugués del siglo XX, y forma con Camilo Castelo Branco y Eça de Queiroz el gran trío de los narradores de la nación vecina, a la que los españoles vuelven la espalda de manera absurda y empobrecedora en tanto que los portugueses más pretenciosos suelen mirar hacia Francia como si fueran argentinos y como si España no existiera. No es el caso de los mejores portugueses. Si Castelo Branco era eminentemente portugués y Eça de Queiroz un afrancesado a quien a veces sólo su enorme talento y su sentido del humor libraba de incurrir en las cursilerías propias de un sudamericano, Miguel Torga gustaba considerarse como «portugués hispánico», lo que implicaba un amplio sentido de totalidad. Unamuno, que fue uno de los escasísimos escritores españoles que miró hacia Portugal con conocimiento y afecto, solía afirmar que nadie es enteramente hispánico si no entiende las tres lenguas peninsulares: el castellano, el catalán y el portugués. Yo no creo que conocer el catalán sea interesante porque su ámbito es local y lo valioso de su literatura está traducido; pero la lengua portuguesa es imprescindible. Como es imprescindible conocer bien la literatura portuguesa, que en el siglo XVI se confunde con la española, y algunos de los grandes escritores portugueses como Gil Vicente, Francisco Saa de Miranda o el propio Camoens figuran también en la historia de la literatura española: algo de lo que los españoles deberíamos sentirnos orgullosos. Y lo señalo no como expresión de un imperialismo trasnochado, sino porque escribieron en español, y para que algunos compatriotas se enteren de que la literatura portuguesa no se reduce al tenebroso predicador José Saramago o a Lobo Antunes, excelente novelista. Descartando a Saramago, autor plúmbeo e ilegible, podría establecerse acaso una comparación entre Lobo Antunes, más novelista, y Miguel Torga, más narrador. Pese a ser el autor de «La creación del mundo», un vasto libro, Torga se desenvuelve mejor en las narraciones breves, escuetas y con frecuencia brutales que componen los «Cuentos de las montañas» y «Nuevos cuentos de la montaña», dos libros que no tienen equivalente en la literatura de la península Ibérica y, si me apuran, en la del resto de Europa. Acaso John Berger, con su tratamiento descarnado del mundo rural, se aproxime al mundo de Torga; pero no alcanza su altura en la redondez y limpieza de cada cuento, ni en la humanidad y piedad con que aparecen los personajes y las situaciones. Dos de los mejores narradores del mundo, Tolstoi y Hemingway, coincidían en que para ser un buen narrador era imprescindible la piedad, la comprensión y la identificación con lo que se está narrando: si se escribe sobre un perro, hay que ponerse en el lugar del perro; si sobre una piedra, en el de la piedra. Esta identificación con lo que relata la consigue Torga de manera natural: tan natural que leemos sus cuentos con la impresión de que los estamos escuchando de viva voz. Y no son cuentos fáciles de contar. ¿Cómo se cuenta que una madre viaja en el tren con el cadáver de su hijo como si fuera otro pasajero, para poder enterrarlo en la aldea de las montañas? Pues con mucha ternura y también con mucha dureza.

La obra de Torga es múltiple: está reconocido como poeta y escribió teatro, ensayos, libros de viajes y once tomos de diarios que constituyen, según Pilar Vázquez Cuesta, «un tipo de diario nada íntimo en que se mezclan apuntes de paisajes, esbozos de caracteres, observaciones sobre la actualidad política o artística, reflexiones filosóficas y morales con poemas». Yo tengo mi prevención hacia este género misceláneo del que últimamente se está abusando en España y que entre nosotros inauguró aquel pedantín de pueblo con afanes de cosmopolitismo de Enseñanza Media llamado Torrente Ballester en los «Cuadernos de la Romana». En los diarios de Torga a veces aparecen versos potentes: «Es una paz de halcón, desde su altura / midiendo las fronteras. / Bajo las garras sólo roca dura / pero en el pico estrellas verdaderas». Se debe a que el impulso de este escritor es poético, incluso en la prosa, o sobre todo en la prosa.

Torga procedía de una familia de campesinos muy humildes. Su verdadero nombre era Adolfo Correia da Rocha, que en 1934, sustituye a efectos literarios por el seudónimo de Miguel Torga. Emigrante en Brasil, cursó más tarde estudios de Medicina en Coimbra y ejerció como médico rural hasta que se especializa en otorrinolaringología y se establece en Coimbra. Su experiencia como médico en su Tras-os-Montes natal fue decisiva en su obra literaria: de sus primeros años y de sus años de médico surgen los «Cuentos de la montaña». Colaborador de la revista «Presença», publicación afrancesada, muy influida por la «Nouvelle Revue Française», pronto se desvinculó de las clerecías literarias para dedicar el resto de su vida al ejercicio de la medicina y al cultivo de la literatura con seriedad e independencia. «La creación del mundo» es una vasta concepción mítica, que con la anécdota de la guerra civil española como telón de fondo, desarrolla mitos pastorales en los que predominan la tierra, el viento, el agua y la semilla, y los ecos de la Biblia, de Hesiodo y de Virgilio. Según Torga, este libro es «crónica, novela y testamento»: un monumento literario tan vasto que en ocasiones fatiga, como fatiga ascender una montaña. Esta obra manifiesta en Torga al escritor total y al narrador sin obstáculos, que escribe a ras de tierra lo mismo que se eleva al mito, que es capaz de vastas concepciones narrativas o de narraciones despojadas como «Almagrande».

La Nueva España · 20 julio 2007