Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Jovellanos, de paso por Sevares

En el libro «Don Gaspar de Jovellanos y Ramírez de Jove, caballero de la Orden de Alcántara», de Manuel Rodríguez de Maribona, recientemente publicado por la Fundación Foro Jovellanos, se señala la parentela del prócer gijonés con Baltasar González de Cienfuegos y Nava, V Conde de Marcel de Peñalba, casado con su hermana Benita Antonio de Paula Jovellanos. El hijo de este matrimonio, Baltasar Ramón González de Cienfuegos-Jovellanos, arcediano de la catedral de Oviedo, que renunció a este cargo y a la carrera eclesiástica, fue el sucesor y heredero de Jovellanos.

El conde de Marcel de Peñalba era el propietario del palacio de Sorribas, sobre Sevares, en el concejo de Piloña, que Magín Berenguer describe del siguiente modo, tal como se encuentra en la actualidad: «Excelente construcción palacial con fábrica de mampostería y cuidados sillares embelleciendo huecos de luz. Portada principal con resaltes escultóricos enmarcándola. Sobre ella, en el mismo eje vertical, se halla el balcón central con un amplio voladizo y hueco de mayores medidas que el resto; también decorado con listeles labrados en piedra. Completa el hermoso panorama arquitectónico la serenidad de los volúmenes y el equilibrio distributivo de los huecos. En el mismo tono de excelente sensibilidad y buena conservación se halla la capilla correspondiente a la construcción palacial, exenta de ella. Es de muy buenas proporciones».

El hecho de que en el palacio de Sorribas residiera su hermana al menos durante alguna parte del año y que muy cerca, en La Piñera, a orillas del río Color, hubiera una mina de carbón de piedra atrajo a Jovellanos a tierras de Sevares, de Sorribas y de Llames de Parres, de las que recuerda «los alegres días pasados», cuando vivía su hermana Juana. Al volver a la casa de Pandiello, después de la muerte de la hermana, la encuentra «mal tratada; el cielo raso de la capilla arruinado, el del estrado repuesto y convertido en tillado: triste recuerdo de los alegres días pasados allí en vida de mi hermana Juana, "gloria felicis olim viridisque juventae"».

Jovellanos anota la visita al concejo de Piloña durante su recorrido de Gijón a Covadonga de 1790. Presta especial atención a la iglesia de Villamayor, que describe al detalle; volverá sobre ella en la nueva excursión a Covadonga de 1795: «La antigua iglesia perfectamente conservada dentro y fuera; dignos de dibujarse su portada y presbiterio». Años antes, en las curiosas «Noticias de un peregrino de Oviedo a Covadonga», de 1759, se señala que Villamayor «tiene la iglesia achaparrada de poco gusto que es vecina de otra ya cerrada al culto, que pertenece al convento de San Pelayo de Oviedo y se conoce con el nombre de Santa María». En esta obra se hace una descripción muy escueta de Sevares y Sorribas para explicar que «la abundancia de tantas ventas es porque estos sitios recogen el concurso de los que van y vienen por los pontones de Antrialgo y la barca de Sorribas por terminar ahí el Camino Real que viene de Villaviciosa y el que se emprende por los montes de Sevares a El Pico, que se utilizaba antes con más constancia y ahora es solitario, yendo por las cumbres de Parres, coto de Cazo, Ponga y por el puerto de Ventaniella a Castilla. Sigo teniendo a mi izquierda, al norte del río Piloña, la alargada parroquia de San Pablo de Sorribas. Tras ella en la parte delantera, lo que impide divisarla, está La Goleta; en la parte delantera veo los pontigos de Antrialgo, existiendo diversos lugares cortos hasta llegar a Sorribas, que casi es ceñida por el río Cúa que baja de Sueve, y con ello se termina la feligresía».

Frente a Sorribas, el río Piloña por medio, está Sevares, que se extiende por la colina, arriba de la iglesia. La última aldea de Piloña por esta parte, según las «Noticias», es Villar de Huergo.

Jovellanos encuentra fatigosa la subida a Sorribas, donde come con don Isidro del Cueto, hermano de don Antonio, mayordomo de Peñalba: «Fuimos bien tratados», anota, y en otra ocasión, don Isidro del Cueto asimismo «nos habla y convida con instancia». Pero todo lo grato que puede ser estar en Sorribas ha de pagarse en la subida: «malísima cuesta de malísima calzada»; y en la misma frase, aunque en distinto concejo, señala también «otra malísima calleja para subir a Llames de Parres». No obstante, Llames se encuentra en «deliciosísima situación, todo plantado de roble, castaño, fresno, haya, tilo, a cual más bello; famoso juego de bolos; vista en extremo agradable de la montaña que está de la otra parte del río Piaña (Piloña); su ladera muy plantada, poblada y cultivada». De Llames era natural un Francisco Rodríguez que explotó la mina de carbón de piedra, «descubierta en abril o mayo de este año» (1790), en la Ería de la Vega, a orillas del río Color, en La Piñera, pequeña aldea al ocaso de Sevares, y una porción del mineral se llevó a Ribadesella en chalanas y «parte está sin conducir». La Piñera, un lugar delicioso, al lado del río, desemboca en la carretera de Oviedo a Santander, que por esta parte va paralela y por este orden, a la línea del ferrocarril y al río. Yo, que paseo poco, porque lo tengo por manía de desocupados, ya fui andando alguna vez a La Piñera. A Llames de Parres me llevó en coche Chema Noriega, y merece volver. En la trastienda del bar de Gaspar hay un teatro, con su escenario, decorado y muebles, como preparado para representar alguna obra de Eladio Verde, y en el bar, diversas fotografías de gente de la farándula, entre la que sobresale un director de cine cuyo nombre no recuerdo, que suele ir disfrazado de pastor pakistaní, aunque en estas fotos va como la gente. Ya hablaremos de Llames y de Sevares, de Sorribas y de La Piñera, en próxima ocasión. Felizmente se conservan, más o menos, como las vio Jovellanos, hace más de dos siglos.

La Nueva España · 29 julio 2007