Ignacio Gracia Noriega
El liberalismo de Jovellanos
Lamento que mi conferencia sobre el liberalismo de Jovellanos le haya resultado a tan buena amiga como Cuca Alonso «científica» y «seria», «larga» y «farragosa». «Científica» no lo era, porque las cuestiones literarias, históricas o jurídicas no lo son; lo mas, sería rigurosa. En cuanto a «farragosa», Cuca podrá comprobar que tampoco lo es cuando la lea publicada en el «Boletín Jovellanista». Ni yo me puse «serio» para decirla, sino que una conferencia no es una actuación de los hermanos Calatrava, y en cuanto a «larga», cada conferencia tiene su tiempo, y como convenía dejar claras algunas cuestiones sobre liberalismo que en esta «democracia» se confunden o ignoran, por no alargarla más prescindí de esos comentarios al margen del texto que tanto le gustan a Cuca. Por todo esto (y porque me parece que el español necesita más que una «formación del espíritu antinacional de la ciudadanía» una sencilla información sobre liberalismo y libertades, empezando por el propio Zapatero, doña Vinagresa, el tenebroso Rubalcaba y el pintoresco, en el mejor de los casos, ministro de Justicia, que serán todo lo «demócratas» que se quiera, pero que ignoran o desprecian la separación de poderes, fundamento imprescindible del democratismo liberal, y están convirtiendo a la clase jurídica española en la más desprestigiada de Europa) me permito resumir muy brevemente esa conferencia, que le dedico a la gran amiga Cuca Alonso con todo afecto.
Cuestión aparte es lo mucho que me agradó haber dado una conferencia en el mismo Instituto en el que entré una luminosa mañana (digo que sería luminosa, porque en la infancia todo es luminoso, y además aprobé a la primera) de junio de 1954, para examinarme de ingreso de Bachillerato. Como dice Unamuno, y luego repitió Max Aub, cada uno es de donde hizo el Bachillerato, de manera que yo soy en el 90 por ciento ovetense y en el otro 10 por ciento gijonés, y en todo lo demás asturiano, y, en consecuencia, español de pura cepa. Y como iba a hablar en Gijón y en el Instituto Jovellanos, ¿de qué se podía hablar sino de Jovellanos, y, en estos momentos en los que se están confundiendo tantas cosas, de su liberalismo, esto es, del liberalismo?
Jovellanos, hombre de obra muy variada pero coherente, tanto en el terreno teórico como en el práctico, puede ser observado de muy distintas maneras, y su aspecto político no es la excepción. Incluso en los primeros tiempos de la transición un ilustre jovellanista llegó a calificarlo de «socialista», claro es «avant-la-lettre», no se sabe si para dar cédula de «políticamente correcto» al prócer, o para dársela a él mismo. Más se ajusta a la realidad Ignacio Fernández Sarasola en el prólogo al tomo XI de la meritoria edición de las "Obras completas" de KRK, que recoge sus «Escritos políticos», cuando señala que «una imagen democrática de Jovellanos es distorsionada. Fiel a sus planteamientos ilustrados, el gijonés mantenía una concepción elitista del Gobierno y sentía recelo de la multitud, sobre todo porque la masa no había sido convenientemente ilustrada». Razón por la que le encaja de lleno en el «despotismo ilustrado», entre las grandes personalidades del siglo XVIII que, como señala Sarrailh, «se imponen, por su saber y su fe, al Gobierno y a la opinión».
La ilustración del pueblo es cuestión central de la preocupación política jovellanista. Por ello defiende la libertad de prensa. Sin libertad de prensa no es posible la ilustración popular, aunque esa libertad supone a la vez un riesgo, por el mal uso que puede hacerse de ella. Pero, como buen liberal, Jovellanos prefiere el riesgo, aunque la Revolución Francesa le ha proporcionado sobrados y terribles ejemplos de a qué extremos puede llegar la libertad sin diques. El ejemplo lo tenía demasiado próximo en la «feroz quimera» de la Revolución Francesa, de la que llegó a afirmar que «está demostrándose con el ejemplo funesto de Francia que no hay que esperar (de la democracia) la reforma del mundo». O dicho en palabras de Manuel Jesús González: la Revolución francesa anuló durante casi cien años la posibilidad reformista, al excitar la reacción contrarrevolucionaria.
Jovellanos confiesa en carta a lord Holland: «Desconfío de las teorías políticas y más de las abstractas». No era partidario de muchas leyes, sino de pocas pero que se cumplan. Y consideraba fundamental para el buen gobierno la separación de poderes, dentro de un régimen monárquico. En materia económica (pues el liberalismo político es un planteamiento económico) era seguidor de Adam Smith: opinaba y defendía que «la industria es natural al hombre y apenas necesita otro estímulo de parte del Gobierno que la libertad de crecer y prosperar». En consecuencia, rechazaba el intervencionismo estatal, y la actuación de los empresarios asturianos, siempre preocupados por los Presupuestos del Gobierno, le hubiera parecido incomprensible, cuando no repugnante. El Gobierno está para garantizar el orden: en lo demás, que cada uno desayune lo que quiera. Como decía Macaulay: no es obligación del Gobierno enriquecer a los ciudadanos, sino garantizar una situación favorable para enriquecerse.
Jovellanos no confundía la libertad con la democracia, rechazaba el intervencionismo estatal y la revolución como factor de progreso, consideraba la sociedad anterior al Estado y defendía la separación de poderes. ¿Hace falta más para considerarle un liberal conservador clásico?
La Nueva España · 11 noviembre 2007