Ignacio Gracia Noriega
Las novelas de mar y costa de Pío Baroja
Al igual que Jules Verne, Pío Baroja fue un gran sedentario que sintió el influjo del mar, en el que encontraba la realización de sus sueños de hombre de acción, siendo burgués de mesa camilla. En cierta ocasión se proclamó «hombre errante» porque se le ocurrió de pronto, al tener que estampar la suya sobre un libro de firmas en el que otros añadían a su nombre la condición de «académico» o «ministro». Por vasco podía sentir atracción hacia el mar, aunque vivió lo más de su vida tierra adentro. Había leído mucho sobre el mar, y el hombre de acción le atraía, marino o terrestre: el contrabandista Zalacaín, el conspirador Aviraneta, Van Halen, el oficial aventurero, el marino Shanti Andía, el negrero Ignacio Émbil o el pirata Chimista.
A Baroja del mar le atrae principalmente la aventura, como si fuera Stevenson. En «Yan-Si-Pao o La esvástica de oro», una breve y agradable novela de aventuras, el novelista reconoce su deuda con la literatura inglesa. Sus argumentos, situaciones, personajes y escenografía, reconoce, en una de esas deliciosas interrupciones con que acostumbra a adornar sus relatos, «no tienen, indudablemente, los detalles precisos, positivos, claros, de las novelas de Stevenson, de Kipling o de Conrad. Quizás esto dependa de que uno no ha visto esos paisajes, quizá de que no ha tenido uno tiempo de consultar el Anuario de Comercio de la costa malaya». No habrá consultado Baroja este anuario, pero su conocimiento del mar, de las geografías exóticas y del arte de la navegación es libresco, aunque lo integra muy bien en el relato.
Las novelas de mar de Pío Baroja no se reducen a la trilogía «El mar», integrada por «Las inquietudes de Shanti Andía», «Los pilotos de altura» y «La estrella del capitán Chimista». También son de asunto marinero la mencionada novela corta «Yan-Si-Pao», las partes IV, V y VI de «El Puente de las Ánimas» y el cuento brevísimo o viñeta «Ángelus», indispensable en cualquier antología y cuyo patrón podría ser el capitán McWihr de «Tifón», de Conrad. «El laberinto de las sirenas» no se desarrolla en el mar, pero éste resuena en sus páginas, como el eco de aventuras que en él han sucedido.
No vamos a detenernos en los marinos mercantes, capitanes de mar, contrabandistas, patrones de pesca, marinos retirados, etcétera, que pueblan las numerosas páginas barojianas. La trilogía «El mar» relata aventuras de los tres tipos de marinos más caracterizados del siglo XIX: el marino mercante, el piloto de altura, el negrero y el pirata, encarnados, respectivamente, en Shanti Andía, el taciturno Ignacio Émbil y Chimista, el aventurero total, hombre decidido y valeroso, pirata en ocasiones. Como «un verdadero héroe de la ventura» lo presenta Baroja en «Los piratas de altura»: «Si en Lúzaro han tenido ustedes hombres como Tristán de Aguirre y Shanti Andía, que han dado que hablar, en Elguea hemos tenido al capitán Chimista, llamado Bizargorri, superior a todos como aventurero». No obstante, la novela de la que es protagonista, «La estrella del capitán Chimista», resulta inferior a las otras dos, tal vez porque se nota que Baroja empieza a cansarse y la termina un poco a salto de mata.
De las tres novelas, tal vez porque su protagonista era de Lúzaro, «Las inquietudes de Shanti Andía» figura como un poco separada de las otras dos. Se trata de una de las más hermosas novelas de aventuras escrita en la lengua española y la que mejor se recuerda. Aunque Shanti Andía tiene menos entidad como aventurero que Émbil o Chimista, por lo que figura como personaje secundario de la novela a la que da título. El verdadero aventurero es su tío Aguirre. Shanti Andía no pasa de ser un marino retirado que desentraña un oscuro episodio familiar. En cambio, Émbil es el protagonista de «Los pilotos de altura» y también tiene intervención importante, como narrador, en «La estrella del capitán Chimista», novela donde el personaje que figura en el título sigue siendo extraordinario pero nebuloso. Émbil no se considera a sí mismo nada excepcional: «Un marino como Émbil, que recorrió el mundo de negrero, de bohemio del mar, metido con frecuencia en empresas difíciles y arriesgadas, no se consideraba aventurero; era un hombre con oficio, un técnico, casi un burócrata», apunta Baroja, «en cambio, Chimista debió considerarse aventurero: tipo enamorado de la acción, con alternativas de hombre enérgico y audaz y de fatalista, se entregó muchas veces a la fuerza del destino».
Aunque son novelas independientes, «La estrella del capitán Chimista» sucede cronológicamente a «Los pilotos de altura», y ambas se complementan. Un personaje misterioso, el doctor Mackra, es débil nexo entre las dos; pero Baroja se olvida de él, y lo despacha de una plumada.
«Las inquietudes de Shanti Andía» es la novela de la infancia y del retorno (como también hay una parte muy importante dedicada a la infancia en «Zalacaín el aventurero», la mejor novela barojiana de aventuras terrestres). En cierto modo son dos novelas: una referida a Shanti Andía, con más tendencia a los recuerdos y a lo local, y la otra, protagonizada por su tío. «La existencia de Shanti Andía ha sido algo aventurera -escribe Baroja-; ha tenido en su juventud un desafío por amores y le han querido asesinar. A pesar de esto, su vida, en comparación con la de su tío Juan de Aguirre, es insignificante. Éste ha sido el gran aventurero de la familia: ha estado en un barco negrero, ha luchado con tripulaciones sublevadas, ha estado en los pontones ingleses y ha guardado un tesoro en un rincón de las costas de África». Aun habiendo sido así, Aguirre es poco al lado de Chimista. «Los pilotos de altura» es la más sólida de las tres novelas. Presenta la concisión del cuaderno de bitácora: lo que sucede se anota sin adornos. «La estrella del capitán Chimista» tiende a la aventura sin más. Para las tres vale la advertencia que le pone Baroja a Shanti Andía: «En esta novela hay una parte de aventuras de piratas que no puedo conocer por experiencia, que está inspirada en Edgar Poe, en Mayne Reid, en Stevenson». Pero son novelas que proponen el héroe individualista, el hombre de acción barojiano, curtido en el peligro y avezado en las luchas del mar.
La Nueva España · 29 enero 2008