Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Los escritos políticos de Jovellanos

La reunión de los «Escritos políticos» de Jovellanos en un nutrido volumen al cuidado de Ignacio Fernández Sarasola, que constituye el tomo XI de las obras completas del polígrafo, meticulosamente editadas por KRK, es razón inexcusable para su lectura y reflexión, al menos para quienes se interesan por la «cosa pública», y que sin duda han de ser ciudadanos sensatos y vigilantes, ya que, como nos advierte Toynbee, quienes se desentienden de la política, como es el caso del PP, corren serio riesgo de quedar a merced de personas que se interesan muchísimo por ella (como Areces y compañía). El interés de Jovellanos como escritor político no sólo es histórico, sino que muchas posiciones e ideas suyas son aplicables en las presentes circunstancias, siempre con las matizaciones debidas, es claro. Pero en esta época en la que el partido del Gobierno tiende descaradamente al totalitarismo (como lo demuestra incluso en cuestiones secundarias, como es negar la objeción de conciencia en casos de aborto, «matrimonios» de homosexuales o implantación de la nueva asignatura de la formación del espíritu del «progre», y el único partido de la oposición da cada vez muestras más evidentes de incompetencia, irresponsabilidad y dejadez, como si la derecha estuviera decidida a dejar gobernar a la izquierda hasta el fin de los días a cambio de que no ponga en tela de juicio que sus afectos son «demócratas» y les permita seguir haciendo buenos negocios), tal vez convenga volver a ser jovellanistas, como proponía Gregorio Marañón, el cual confesaba que, en caso de haber vivido durante la guerra de la Independencia, no hubiera sido afrancesado, ni liberal, ni patriota, ni guerrillero, ni colaboracionista, sino jovellanista: tan lúcida y noble le parecía la actitud del prócer gijonés en aquellas penosas circunstancias.

¿Qué era exactamente Jovellanos en el aspecto político, si a Marañón le parecía que el «jovellanismo» era en cierto modo una superación del liberalismo y, desde luego, del siempre nefasto afrancesamiento? Según se le lea, puede parecer conservador o liberal; Fraga Iribarne le considera entre los fundamentos del pensamiento conservador y un ilustre jovellanista, hace unos años, no recuerdo si siendo cónsul Pedro de Silva, le calificó como «socialista», quién sabe si por dar crédito «políticamente correcto» al objeto de su estudio, o para que se lo dieran a él. Mas muy mal puede ser calificado de socialista quien sitúa a la libertad en el alto lugar que le corresponde o escribe que «la industria es natural en el hombre y apenas necesita otro estímulo de parte del Gobierno que la libertad de crecer y prosperar: déme usted esa libertad y crecerá la industria hasta lo posible».

Jovellanos era un seguidor de los principios del «despotismo ilustrado», pero Ignacio Fernández Sarasola, el editor de este tomo, se plantea hasta qué punto, y así señala que «fiel a sus planteamientos ilustrados, el gijonés mantenía una concepción elitista del gobierno y sentía recelo hacia el gobierno de la multitud, sobre todo porque la masa todavía no había sido convenientemente educada», aunque añade que «ello no quiere decir que Jovellanos aspirase a que la nación permaneciese en minoría de edad y fuese siempre gobernada por una élite. No hace falta insistir en que la formación del pueblo era uno de sus principales desvelos, y esa formación acabaría posibilitando que la mayoría de los ciudadanos se encontrara en condiciones de participar en el gobierno de la nación».

No obstante, Jovellanos llegó a dudar que tal optimismo fuera posible, y pareció demostrárselo el baño de sangre con que alcanzó su apoteosis la Revolución Francesa. Al igual que, entre otros muchos, los poetas ingleses Wordsworth y Coleridge (aunque bastante peor poeta que ellos), Jovellanos se asustó y escandalizó ante el baño de sangre en que desembocó el «humanitarismo filosófico» que había abierto las puertas a la Revolución, y empezó a hablar de «feroz quimera» y de que «de la democracia está demostrándose, con el ejemplo funesto de Francia, que no hay que esperar de ella la reforma del mundo».

«Reforma» tal vez sea una de las palabras clave en Jovellanos, y desde luego lo es en su «teoría política», por así decirlo. Jovellanos creía que todo era posible con reformas, naturalmente planteadas desde arriba, y en este sentido, Manuel Jesús González es claramente jovellanista cuando afirma que los movimientos revolucionarios no hicieron otra cosa que imposibilitar la vía reformista, y, en consecuencia, supusieron una involución. Los ejemplos son tan evidentes que no hace faltar aportar ninguno.

Jovellanos era un liberal típico. No confundía libertad con democracia, y situaba a la libertad en un plano superior; consideraba la sociedad anterior al Estado, proponía un sistema parlamentario bicameral, defendía la separación de poderes y rechazaba la revolución como factor de progreso. La ley es el fundamento de la sociedad y la garantía de la libertad: pues sin una ley firme y segura, la libertad puede reducirse a permisividad, y así un día De Juana Chaos y Otegui son tratados de guante blanco y al siguiente van a la cárcel. A fin de cuentas, era magistrado, pero sobre todo era un pensador muy lúcido que entendía acaso que siendo conservador es la única manera posible de ser liberal.

Cada día abundan más individuos de extrema derecha a los que se les llena la boca, como si la tuvieran llena de pulientas, citando a Berlin y a Propper, y proclamándose ellos mismos liberales y hablando de liberalismo a todas horas. Yo les propondría la lectura de este tomo XI de las obras de Jovellanos para que supieran de qué hablan.

La Nueva España · 29 febrero 2008