Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Despedidas & necrológicas

Ignacio Gracia Noriega

Ángel González

Angel González, nacido en Oviedo en 1925, acaba de morir a los 82 años. Una edad respetable. Era el poeta de más edad entre los agrupados por García Hortelano en el «Grupo poético de los años cincuenta», y ha sobrevivido a la mayor parte de ellos, incluido el propio antólogo. Con lo que se demuestra que vivir más o menos tiempo es cuestión de suerte. Ángel González no hizo precisamente la vida de quienes están dispuestos a vivir más años que Matusalén a base de correr por los caminos y comer verdura. No es que comiera mucho, pero, aunque la comida tuviera sal, él echaba más. Y no había dejado de fumar ni beber, eso sí, en dosis más reducidas. La última vez que lo vi, el año pasado, en el hotel Reconquista, con Pablo García Baena y Derek Walcott, pidió un whisky y me dio envidia. «Es veinte años más viejo que yo y todavía no le quitaron el whisky», pensé; o si se lo quitaron, le daba igual. Ángel tenía a gala cuidarse poco o nada. Confiaba mucho en Arturo Cortina, porque es un cardiólogo optimista que opina que el corazón es un órgano noble, que no debiera jugarnos malas pasadas, aunque las juegue de vez en cuando.

Cuando, hace poco, fue investido honoris causa por la Universidad de Oviedo, le vi por la televisión muy avejentado. Sobre todo, estaba delgadísimo. Dicen que es muy bueno estar delgado, pero la delgadez de Ángel González no auguraba nada bueno.

El mal augurio se ha cumplido. Bien es verdad que no cabe decir, con motivo de su muerte, que se marchó de manera prematura y cosas por el estilo. Insisto en que 82 años es una edad considerable, más propia de la Generación del 27, en la que hubo poetas viejísimos, como Guillén, Aleixandre y Dámaso Alonso, que de la del 50, cuyos componentes llevaron otro tipo de vida. Con toda probabilidad, Ángel González no contaba con vivir tanto, y seguramente tampoco esperaba vivir como vivió.

González era un pesimista profundo. Cultivaba el pesimismo como otros cultivan el dandismo, y, en cierto modo, su pesimismo era una manera de manifestarse dandi. La vida le abrumaba, la guerra civil le había machacado, todo lo veía gris, «sin esperanza y sin convencimiento». Sus versos nos muestran un espíritu desolado o, más bien, una aptitud desolada, y su pretendida ironía en seguida derivaba hacia sarcasmo: «Se habla de la esperanza / últimamente». Y no obstante haber perdido una guerra, haber tenido que vivir en un país tan poco «progre» como los Estados Unidos de Norteamérica y haber estado de vuelta de todo incluso antes de haber iniciado el camino de ida, la vida le dio más de lo que esperaba y en el aspecto literario bastante más de lo que habitualmente reciben los poetas: obtuvo el premio «Príncipe de Asturias», ingresó en la Real Academia Española, fue nombrado doctor honoris causa por la Universidad de Oviedo y desempeñó durante muchos años la ocupación de profesor de Literatura con cierta comodidad. Su pesimismo y su descontento, en cualquier caso, tal vez sean generacionales. Haber perdido una guerra a los 11 años no es tan grave como perderla a los 50, y la dictadura franquista tampoco fue tan agobiante si se vive al otro lado del Atlántico sin ser un exiliado político. En mi opinión, los poetas del 50, que en su mayoría pertenecían a la clase social que había ganado la guerra civil, mantuvieron una actitud de displicencia y descontento que era a la vez su forma de ser dandis y de ser antifranquistas. El franquismo les daba tanta rabia que por su culpa bebían. Lo combatían con el trago.

Como poeta, Ángel González se revalorizará con el tiempo. Es un poeta con dimensión histórica. Dio el testimonio seco y angustiado de un tiempo gris y mezquino. Su prosaísmo es de estirpe campoamoriana, con la diferencia de que Campoamor superó por la vía de la prosa la retórica romántica y González hizo lo mismo con el garcilascismo y otras monsergas, literariamente de menor categoría. Su verso está despojado como las ramas de los árboles en invierno. No hay colores en González, ni imágenes ni música. Tan sólo esa ironía que inevitablemente deriva hacia el sarcasmo. ¿Con tan escasos elementos se puede hacer poesía? Sí, desde luego; y buena poesía, además. González era un buen poeta, un representativo de una época aciaga (por eso he escrito que es «poeta histórico»). Su retórica era el pesimismo, la desgana, el cansancio de vivir, pero un cansancio tan esencial y tan peculiar que no conduce a la muerte, sino a seguir viviendo: «Para vivir un año es necesario / morirse muchas veces mucho».

La Nueva España · 13 enero 2008