Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Despedidas & necrológicas

Ignacio Gracia Noriega

Corín Tellado, la culminación de la literatura popular

En las novelas de la gijonesa, el amor triunfa sobre las barreras: es «Romeo y Julieta», con problemas más sociales que políticos

Corín Tellado representa la culminación, a la vez que el tramo final, de la literatura popular en España, y dos cosas sorprenden con motivo de su muerte bajo la luna llena de Semana Santa: que haya sobrevivido hasta el final de la primera década del siglo XXI, en el que los adelantados de la barbarie electrónica anuncian exultantes el fin de la comunicación escrita con frases normales sobre papel, y que haya muerto relativamente joven, con poco más de ochenta años de edad. Porque la firma de la escritora figura desde hace más de medio siglo en libros de formato pequeño y portadas llamativas, de «usar y tirar», que se vendían en los quioscos, junto con los periódicos, las pipas de girasol y otros materiales perecederos, y en las revistas especializadas de la tendencia que ahora se denomina «del corazón». Siendo yo muy niño ya sabía quién era Corín Tellado sin que por ello la hubiera leído (confieso que nunca leí una novela suya entera), ya que mi madre recibía todos los meses la revista cubana «Vanidades», cuyas últimas páginas estaban ocupadas por una novela de la señora Tellado: sólo texto como colofón de una publicación ilustrada. Tal vez en la primera página hubiera la ilustración de un chico guapo aproximándose a una chica guapa, pero la primera impresión que me producían los relatos de Corín Tellado era la abrumadora presencia del texto. En aquella época, yo empezaba a leer libros de mi madre, como «Santa Rogelia», de Armando Palacio Valdés, y «La perfecta casada», de fray Luis de León. Explicaré el hecho sorprendente de que entre mis primerísimas lecturas figura aquel pequeño gran libro clásico. Por aquel tiempo lo habían publicado también en la famosa y popular Colección Pulga, que ponía en circulación conocidas novelas de aventuras convenientemente resumidas, y tomándola por novela de aventuras también leí la preciosa edición de Aguilar con prólogo de Astrana Marín, y no debió parecerme mal, porque la terminé. Sin embargo, no me permitían leer las novelas de la señora Tellado alegando dos razones. La primera era absolutamente disuasoria: se trataba de «novelas de amor», que eran para mujeres o, peor aún, «para niñas», aunque el fundamento de la segunda parte de la prohibición podía hacerlas atractivas. Porque no podía leerlas un niño no sólo porque eran «para niñas» (un tanto crecidas, es la verdad), sino porque eran «novelas fuertes». Que algo fuera «fuerte» remitía inmediatamente al sexto mandamiento. En el cine, todo lo relacionado con el sexto mandamiento tenía su conveniente traducción por medio de un número, el 4 (también traducido por «película gravemente peligrosa») y un color, el grana, peor que el rojo, que ya era decir. En cambio, todas estas sutilezas, tratándose de libros, recibían el calificativo de «fuertes», que era una especie de saco en el que cabía todo y en el que siempre los personajes principales (chica y chico, faltaría más) acababan besuqueándose. De manera que tan «fuerte» podía ser una novela de Maxence van der Meersh como de Corín Tellado, con ventaja en favor de la escritora asturiana, porque el autor belga hoy está completamente olvidado en tanto que la popularidad de Corín Tellado sobrevivió a sus propios libros: hoy supongo que será difícil encontrar novelas suyas, pero todo el mundo sabe, no obstante, quién fue Corín Tellado.

La literatura popular a la que nos estamos refiriendo procede de los grandes e interminables folletones que acompañaban a los periódicos del siglo XIX. Durante la segunda mitad del siglo XX hubo dos grandes manifestaciones de esa «literatura popular»: la llamada «romántica», sentimental y de amor, o «novela rosa» (porque era para chicas) y las novelas de acción, principalmente del Oeste, pero también policíacas, de guerra, etcétera, que leían los chicos e incluso los camioneros. La radio difundía este tipo de historias, siendo memorables los seriales de «Ama Rosa», de Sautier Casaseca, y «Dos hombres buenos», de José Mallorquí. Corín Tellado siempre fue más de libro que de radio, aunque al final hizo guiños para fotonovelas. En sus novelas, el esquema es invariable: la enfermera se enamora del médico o el gañán de la hija del dueño del cortijo, con lo que el conflicto amoroso tiene su origen en un conflicto de clases sociales. Finalmente, el amor triunfa sobre las barreras. Es el esquema de «Romeo y Julieta», de Shakespeare, aunque aquí el problema es más político que social, y en los años 50 y 60 del pasado siglo, en España al menos, se podían plantear conflictos sociales, pero no políticos. Calculo que un marxista de antaño podría sacar conclusiones sobre las novelas de Corín. Hace algunos años, Cabrera Infante, Juan Cueto y otros, intentaron reivindicar a Corín Tellado por la «vía intelectual» de ser intelectuales los reivindicadores: mas no es ése el camino. En realidad, Corín Tellado hubiera querido ser Dolores Medio, para que la consideraran como escritora «de calidad», y a Dolores Medio (me lo confesó un día) le habría gustado vender tanto como Corín. Corín Tellado fue una de las escritoras más vendidas y difundidas de España, y esto es tan magnífico que no necesita reivindicación.

La Nueva España · 12 abril 2009