Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Despedidas & necrológicas

Ignacio Gracia Noriega

Samaranch: un corcho a flote

Personaje tan camaleónico es el ejemplo más depurado de la corrección política: siempre con el poder

La unanimidad laudatoria con motivo de la muerte del catalán Samaranch me impulsa a hacer unas reflexiones de carácter moral sobre un personaje al que de no ser por las circunstancias políticas en que estamos y estuvimos no habría dedicado yo ni una línea. Por lo demás, pertenecía a una especie en extinción, de la que tal vez, y por fortuna, haya sido el último representante. En la actualidad sólo quedan chorizos que dan bandazos entre opciones que dicen prácticamente lo mismo aunque con entonación diferente. Pero lo de Samaranch fue arte mayor. Su capacidad de confundirse con el terreno y amoldarse a las circunstancias superó a la del plusmarquista Fernández Ordóñez, que fue director del INI con Franco, ministro con UCD y ministro con el PSOE. No diré ¿hay quién dé más?, porque Samaranch dio de si mucho más, y me atrevo a suponer que con otro estilo. Fernández Ordóñez tenía rostro de hombre atormentado (o de enfermo del estómago), en tanto que en Samaranch lucía la gris semisonrisa del cortesano acomodaticio (en realidad, todos los cortesanos son acomodaticios). Fue testigo privilegiado de todos los bandazos de la historia española del último medio siglo, y siempre ocupó en ellos lugar discreto y en un sentido siempre favorable para él. Fue franquista, demócrata, monárquico, republicano (en los últimos tiempos firmó la candidatura de unos sufridos niños republicanos al premio «Príncipe de Asturias» de la Concordia, me parece), catalanista, españolista, etcétera. Personaje tan camaleónico es, en realidad, el ejemplo más depurado y perfecto de la corrección política: siempre con el poder. Si pintan bastos, con los bastos, si copas, con las copas, y siempre con el oro. Estuvo en todo momento muy atento hacia dónde miraba la veleta, y según soplara el viento, desplegaba las velas o se ponía al pairo. Para esto es necesario tener unas cualidades extraordinarias y un estómago fuerte (en el sentido figurado), capaz de digerirlo todo. Y sobre todo ser avisado como un Estebanillo de los tiempos nuevos; sin duda, su suerte fue infinitamente mejor que la de nuestro primer europeísta. Mas como no es lo mismo ser cortesano de Franco que de los Borbones o de los socialistas, para ser corcho siempre a flote es imprescindible una completa amoralidad. Todo vale, porque lo que importa es el poder. Como colofón de una carrera brillante se convirtió en poco menos que la encarnación española de una de las mayores hipocresías del siglo XX y de éste: las Olimpiadas, esos ejercicios que los griegos hacían para ejercitarse para la guerra y que ahora nos pretenden vender como la apoteosis de la paz. La muerte de Samaranch me recuerda las severas palabras que el vizconde de Chateaubriand dedica a la muerte de Talleyrand, otro eficiente servidor de muchos amos. Aunque es evidente que la categoría del antiguo gobernador franquista no llega a la suela del zapato del secularizado obispo de Autun. De algo nos consuela, no obstante, Samaranch: la certeza de que en una época estable los Samaranch no son posibles.

La Nueva España · 25 abril 2010