Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Despedidas & necrológicas

Ignacio Gracia Noriega

Vélez se marchó sin despedirse

Fue, como ningún otro, la mirada de Oviedo y de Asturias

El pasado día 9 estuve con Vélez en Ribadesella, en la presentación de los libros «Parada pero no fonda», de Francisco Rodríguez, y la poesía de Emilio Serrano; y como yo había pronunciado unas palabras sobre ambas obras, me dijo, al final, que el acto había resultado demasiado largo. Vélez había llegado a la situación angélica del clásico y no se andaba con medias tintas a la hora de decir las cosas claras. Podía permitírselo, se lo permitía y hacía bien. En otra ocasión, también no hace mucho, me advirtió de que me fiaba demasiado de determinado autor de asuntos locales. Como persona buena a carta cabal, era muy amigo de sus amigos, y opinaba sin ningún tipo de prejuicios sobre personas y hechos que a su juicio no merecían la pena. En el fondo era un cascarrabias entrañable, con esa sabiduría amplísima y profunda que sólo se adquiere viviendo y que se llama experiencia. Y una persona excelentísima, rebosante de ternura. Jamás olvidaré algo que me contó de él Francisco Orejas. En cierta ocasión habían ido juntos a hacer no sé qué reportaje, en el curso del cual Orejas adquirió un formidable catarro, por lo que hubo de guardar cama, bien arropado y con la consabida aspirina y el vaso de leche con miel y un chorrito de coñac. En la misma habitación dormía Vélez, que pasó la noche atento a que el griposo no se destapara.

Vélez era el hombre que siempre iba acompañado. Su pareja inevitable era la cámara. No se apartaba de ella en ningún momento, porque era su tercer ojo, y según Lobsang Rampa, por este tercer ojo entra la sabiduría. Y ese tercer ojo del fotógrafo de prensa lo convierte en testigo; como escribió Nabokov en la novela titulada precisamente «El ojo»: «He comprendido que la única felicidad de este mundo consiste en observar, espiar, vigilar, escudriñar a los demás y a uno mismo, no ser más que un gran ojo...». Vélez no se apartaba de su ojo, siempre al hombro, porque siempre hay algo que captar: un árbol derribado por la barbarie municipal, un peatón que resbala y cae, el paso de una mujer guapa, la sonrisa de un niño... Fue, como ningún otro, la mirada de Oviedo y de Asturias. Y como la mirada es silenciosa, Vélez, además de la cámara, se acompañaba de la palabra. Durante muchos años y en muchas ocasiones, Ávila fue la palabra del ojo de Vélez.

Yo también fui su palabra en una serie de reportajes que hicimos en la «Hoja del Lunes» sobre la comarca oriental por los años ochenta. Él sacaba las fotografías y conducía el coche y yo escribía. Lo pasamos muy bien. Más tarde Vélez me propuso hacer al alimón un libro sobre Asturias, él fotografiando y yo escribiendo, de Oriente a Occidente y de Norte a Sur. El proyecto lo fuimos dejando para más adelante, y sucedió lo que suele suceder cuando se dejan las cosas para «más adelante»: que no se hacen, y lo siento, porque es un libro que me hubiera apetecido hacer. Sobre todo, por hacerlo con Vélez, por disfrutar de nuevo de su agudeza, de su sentido del humor, de sus observaciones atinadísimas. Y además qué bien conocía Vélez Asturias.

La Nueva España · 20 marzo 2012