Ignacio Gracia Noriega
Un erudito modesto
Celso Diego Somoano era un caballero un poco a la antigua, con empaque de otro tiempo, erudito de las cosas locales y cronista oficial de Cangas de Onís, que acaba de fallecer a los 89 años de edad. Pertenecía a una familia de longevos, pues su hermano el latinista Francisco Diego Santos, que fue profesor de Epigrafía y Numismática en la Universidad de Oviedo, ha muerto no hace mucho, pasados los noventa años de edad. Celso Diego Somoano, oriundo de Ribadesella, cursó estudios en el Seminario y fue maestro antes de pasar como profesor de Historia al Instituto de Cangas de Onís, en el que dictó sus lecciones en las tres fases de esa institución docente: primero Instituto Laboral, luego Instituto Técnico y, finalmente, Instituto de Bachillerato. Allí, en sus últimos tiempos como profesor, coincidió con Alfredo García, también profesor de Historia, el cual, en su etapa como alcalde de Cangas de Onís, insistió para que Celso Diego fuera el cronista oficial del concejo: a lo que en principio opuso resistencia el erudito, cediendo finalmente, y durante muchos años Celso Diego Somoano colaboró de manera eficiente en el desarrollo cultural de Cangas de Onís. Como dice Alfredo García: «Siempre que se le pidió colaboración, la prestaba, aunque para ello hubiera de abandonar o retrasar otras ocupaciones». Como el alcalde y el cronista eran ambos historiadores y habían sido compañeros de claustro, hubo siempre entendimiento entre ellos, y nunca se produjo la menor fricción entre el cronista y el Ayuntamiento, hecho por lo demás demasiado frecuente, no sólo en Asturias. Celso Diego era la discreción suma y en materia política tenía sus opiniones, pero no alardeaba de ellas, y como Alfredo García es una persona normal, y no como otros alcaldes, la colaboración con el cronista fue siempre fructífera. El Ayuntamiento premió esa entrega dando su nombre a una calle céntrica de la primera capital de España.
El desinterés, el desprendimiento de Celso Diego Somoano no se limitaba a sus relaciones con el Ayuntamiento. A diferencia de otros eruditos cicateros y mezquinos, él siempre estaba disponible para ofrecer lo mucho que sabía, y a mí, en más de una ocasión, me hizo donación de datos y papeles diciéndome: «No voy a utilizarlos y a lo mejor a ti te sirven». Su generosidad estaba a la altura de su valía humana.
Escribió poco, y su corta obra está dispersa en porfolios de fiestas, en colaboraciones en revistas y otras publicaciones locales, y en algunos artículos aparecidos en el Bidea sobre epigrafía romana en Asturias y la colección «Soto Cortés» de Labra. Su único libro lleva por título «Cangas de Onís, Covadonga, Picos de Europa» (1963), y es un trabajo informativo y muy completo y bien estructurado sobre los tres lugares que menciona el título. Dado que es obra desde hace mucho tiempo agotada, y muy buscada, constituiría un adecuado homenaje póstumo su reedición.
La Nueva España · 25 abril 2012