Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Despedidas & necrológicas

Ignacio Gracia Noriega

Juan Alvargonzález y la marina romántica

Sobre su mesa siempre había una olorosa caja de montecristos que ofrecía con gesto de gran señor

Con Juan Alvargonzález González muere una época que entronca con la de las singladuras de veleros, las guerras coloniales y la aventura comercial. Desde finales del siglo XVIII, los Alvargonzález de Gijón vivieron «en un ambiente en el que el mar es el eje de su vida», según escribe Ramón M.ª Alvargonzález. España, una península rodeada de mar excepto por los Pirineos, a pesar de haber podido ser dueña del océano Atlántico, se obstinó en vivir de espaldas al mar: por eso, el Imperio español duró poco. Inglaterra, que dominaba el mar, se quedó con los despojos de España y estableció un nuevo Imperio, y la vigorosa tradición marinera española se mantuvo en las provincias del Norte, las que se asoman al mar Cantábrico, nombre que en realidad encubre un océano.

Sobre las aguas del golfo de Vizcaya navegaron pataches, traineras, rápidos veleros que hacían la ruta de las Indias y, finalmente, los barcos impulsados a vapor: el hollín ennegrecía sus cascos, como eran claros, y con incrustaciones de mar los cascos de las goletas. Desde los pilotos de altura vascos y los pescadores gallegos se desplegaba toda una humanidad marinera y épica, cuyas expresiones literarias fueron «José» de Palacio Valdés, «Sotileza» de Pereda, la trilogía del mar de don Pío Baroja y «La burla negra», novela de piratas del gallego José María Castroviejo. A esa tradición tanto marinera como literaria pertenecía Juan Alvargonzález y, lo que es mejor, la conservaba como si fuera un tesoro.

El Alvargonzález más importante de los que fueron navegantes es Claudio Alvargonzález, a quien Pérez Galdós describe como «el primer lobo de mar de España», el «héroe de Abtao» durante la guerra del Pacífico y autor de un curioso relato sobre el «Viaje del crucero "Aragón" al archipiélago filipino», publicado en la «Revista General de la Marina». Su padre había sido piloto y desde 1816 vivía establecido en Gijón como industrial conservero.

A partir de entonces, los Alvargonzález navegaron o tuvieron empresas relacionadas con el mar. Juan Alvargonzález ingresó como marino voluntario en la Armada nacional al comienzo de la Guerra Civil de 1936. Se retira de la Marina en 1950 con el empleo de capitán de corbeta y desde entonces se dedicó al mundo de la empresa creando la compañía Naviera Alvargonzález, S. A. ¿Qué mejor cosa puede hacer un marino cuando se retira del mar que seguir en contacto con él como naviero y armador? La Fundación Alvargonzález era un catalejo. Un edificio de maderas noble y bruñidos metales como si fuera un barco, que don Juan enseñaba con movimientos lentos, afectuosos y precisos de caballero anciano; sobre su mesa estaba abierta una olorosa caja de montecristos que ofrecía a los visitantes con gesto de gran señor. La Fundación Alvargonzález es el museo romántico de Asturias. Sólo le faltan dos chinos en un fanal para parecer una página arrancada de una novela de don Pío Baroja.

La Nueva España · 9 abril 2013