Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Despedidas & necrológicas

Ignacio Gracia Noriega

El discreto Juan Álvarez

El buen recuerdo de un personaje de la Transición

De los personajes que en mayor o menor medida participaron en la Transición en Asturias (insisto en que me refiero a personajes, no a personajillos), Juan Álvarez fue de los que con toda seguridad dejaron mejor recuerdo. Era un caso singular de discreción y bondad. Hablaba poco y escuchaba mucho: siempre parecía estar atento, no porque se dijeran en su presencia cosas interesantes sino por cortesía. Emilio Alarcos, en su prólogo al libro de Antonio Masip «Oviedo al fondo», destaca la buena educación del antiguo alcalde de Oviedo en contraste con la grosería generalizada y el mugror igualitario impuesto por los nuevos tiempos. En Juan Álvarez también se percibía muy buena educación. Siempre correctamente vestido, casi siempre con la boca entreabierta como quien está dispuesto a decir algo y no lo dice por discreción. Saluda efusivamente. En una época en la que decir burradas e inconveniencias se consideraba rasgo de ingenio, Juan Álvarez decía cosas agradables, agradecía cualquier gesto, elogiaba desinteresadamente. Yo le traté durante muchos años, aunque de manera superficial. Era un «ingeniero de izquierdas», cosa bastante insólita por los años setenta del pasado siglo y me parece que antes de pertenecer al Partido Socialista militaba o estaba próximo a algún grupúsculo situado hacia los territorios desolados de los extraparlamentarios. Sus actividades públicas fueron de carácter técnico antes que político, aunque no se le debe calificar de tecnócrata. Tenía sus ideas aunque las ideas no en todas las ocasiones es oportuno que se apliquen a la técnica: las más de las veces tal mezcla de ideología y técnica resulta nefasta. En Juan Álvarez se advertía una actitud humanista, un respeto hacia la cultura, un amor a la libertad. Le vi en infinidad de conferencias a las que asistía (me confesó en una ocasión, no sólo por cumplir con la conferencia, sino por aprender). En esta vida siempre se aprende algo y ahora que ha muerto, Juan Álvarez se marcha y con él su experiencia apacible, su actividad política honesta y sin tacha, su discreción (que es lo que más falta en este reino entre las personas que se dedican a la cosa pública), su bondad. Con Juan Álvarez se va también la memoria de unos años apasionantes y de un proceso político esperanzado al que él contribuyó de manera humilde e importante. Y, desde luego, no fue de los que mancillaron aquella gran esperanza y la sumieron en el actual descrédito.

La Nueva España · 16 abril 2013