Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Despedidas & necrológicas

Ignacio Gracia Noriega

Pepe Velasco: un gran tipo

Las cosas que se pierden con la muerte

Me llama Cholo Lobato para decirme, entre lágrimas, que Pepe Velasco ha muerto. Dos o tres días atrás había estado en Casa Lobato para saludar las primeras setas del otoño, que en ese establecimiento preparan como bocado de ángeles, y como de costumbre le pregunté a Cholo por Velasco. "Anda algo decaído", me dijo. No le concedí importancia, pero a los pocos días Pepe estaba muerto. Un duro golpe para sus familiares y amigos, que contaba por legiones. Pocas personas habrá habido más expansivas, más sociables, más bondadosas que Pepe Velasco, amigo de sus amigos, y en cuanto a sus enemigos, si alguno tenía, se comportaba como si no los tuviera. A Cholo Lobato, de quien había sido socio en el Cabo Peñas y en La Taberna Gallega, le unía una amistad entrañable y ejemplar: no es corriente que dos empresarios, aún participando en los mismos negocios, se lleven tan bien. Velasco era el rostro risueño de todos los sitios en los que podía encontrársele, bien fuera trabajando o divirtiéndose. Era fenomenal y tenía un sentido del humor de lo más agudo. Después de muchísimas horas detrás de la barra a lo largo de muchísimos años, había adquirido un conocimiento muy profundo de la gente, lo que le llevaba a ser el "barman" ideal, que trataba a los amigos como si fueran clientes y a los clientes como si fueran amigos.

El bar Cantábrico era uno de los lugares de paso más importantes de Oviedo. Los que venían en tren de la zona oriental tenían allí parada y fonda, por lo que a Velasco le conocía media Asturias y la otra media había oído hablar de él. Nacido en San Juan de Beleño el 23 de octubre de 1933, él siempre se consideró "un paisanín de Ponga", y de Ponga hablaba continuamente aunque iba por allá poco. Muchas veces le dije: "Pepe, vamos a Ponga", y él siempre ponía pretextos, porque desde los quince años había vivido en Oviedo y se consideraba de Oviedo tanto como de Ponga; y con los años, ya se sabe que cuesta salir de casa. Cuando trabajaba estaba al pie del cañón del bar Cantábrico todo el día y parte de la noche. El Cantábrico, además de bar y sidrería, era uno de los mejores restaurantes de Oviedo, especializado en la gran cocina de siempre: los calamares en su tinta, los riñones al jerez, el hígado encebollado, las rajas de bonito con tomate grandes como ruedas... Todo de la mano de Covadonga Prida en la cocina mientras Pepe se ocupaba de la barra, del comedor y de las relaciones públicas. No había restaurante que preparara el "desarme" como el Cantábrico. Aquel día Pepe Velasco era feliz, con el restaurante y el bar llenos de amigos. Nos deja a las puertas de un cálido otoño, con las setas en su esplendor y casi en vísperas del "desarme", cuya alta escuela mantienen Noemí y Javi en El Puente, en Ciudad Naranco, a pocos metros del Cantábrico antes de que cruzara la calle y se estableciera enfrente, en la avenida de Santander.

No volveremos a escuchar la voz de Pepe, ni sus respuestas ingeniosas, ni a ver el brillo de sus ojos azules, ni él volverá a sentarse a la mesa con Pepe Cosmen, José M.ª Ladreda, Javier Batalla... Son cosas que se pierden al morir. No se perderá su recuerdo porque fue un gran tipo, un tipo de ley.

La Nueva España · 8 octubre 2013