Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Despedidas & necrológicas

Ignacio Gracia Noriega

Luis Redondo: un hombre libre

La enorme afición al boxeo de un sindicalista que también amaba la ópera

Me llamó Gómez Fouz para decirme, muy emocionado, que murió Luis Redondo. Tal vez resulta extraña esta relación entre el ex campeón de Europa y el sindicalista independiente y teóricamente radical, pero lo cierto es que eran muy amigos. Amistad surgida no de afinidades políticas sino de una común afición al boxeo. Además, Redondo era aficionado a la ópera, lo que puede resulta extraño en un sindicalista para quienes tienen de los sindicalistas y del sindicalismo ideas estereotipadas. Redondo era sindicalista cuando había que serlo, radical cuando se lo imponían las circunstancias, y durante el resto del día se ocupaba de su familia, era amigo de sus amigos y si había un combate de boxeo, allá iba como el primero. Era un aficionado entendido y ecuánime, y como buen aficionado, no se dejaba llevar por la pasión ni por el partidismo. Si uno va á ver un buen combate, lo menos que puede esperar es que gane el mejor.

Yo conocí a Redondo en el boxeo y mantuve desde la primera a vez que nos presentaron una buena relación con él. Era de conversación fácil y nunca hablaba de política. Seguramente la política no es el principal de los intereses del verdadero sindicalismo y si nos reuníamos después de la velada, se hablaba de lo que habíamos visto o de lo que terciara. Gracias a Gómez Fouz, personas muy distintas como el abogado José Mª Fernández, Ramón Rodríguez, director del RIDEA y, próximamente, Manuel Álvarez Uría, presidente de la Academia de Medicina, asisten a los combates de boxeo que se celebran de manera bastante regular en nuestra región, a pesar de la actitud oficial en contra de ese deporte.

Al parecer, el boxeo, no sé por qué motivo cuando la TV sin ir más lejos está rebosante de violencia; nada digamos de los videojuegos y demás (hoy leo que algo que le dicen Facebook va a seguir divulgando vídeos de extremada violencia con una justificación asquerosamente hipócrita: condenar las agresiones a los derechos humanos), no resulta grato a la corrección política; pero un sindicalista independiente no tiene por qué ser «políticamente correcto»: eso es cosa de los funcionarios.

Morala escribe sobre él algo muy hermoso: era un hijo de la Ilustración y, por lo tanto, de la razón. Por eso, fue dialogante, según reconoce Areces a pesar de sus «planteamientos más radicales». No se dejó domestica porque la vía que él había escogido, difícil y dura, no aceptaba apaños. Lo del sindicato como «correa de transmisión del partido» le parecía una barbaridad del mismo calibre que el concepto de «sindicato vertical», y ambas concepciones seguramente proceden de la misma actitud moral. Si el sindicalista lucha por determinadas metas y en defensa de cosas muy concretas, ha de ser ante todo independiente. La independencia era su arma de lucha: una independencia como de acero, incorruptible y que no se doblega, «aunque silencio avisen y amenacen miedo» (cosa que bien saben Cándido y Morala, que no cedieron ni desfallecieron). Ha muerto un viejo luchador: un hombre libre.

La Nueva España · 24 octubre 2013