Ignacio Gracia Noriega
Ante la muerte del padre Fermín Álvarez
En papel que el profesor fallecido desempeñó durante años en el colegio ovetense de los Dominicos
El padre Fermín Álvarez Parades llegó al Colegio de los Dominicos de Oviedo cuando yo me iba, hará medio siglo o un poco más. Entonces llegaron varios profesores jóvenes: uno de Vitigudino muy aficionado a los toros, a quien llamábamos el «Viti»; el padre Ortega, sonriente y populista y que era algo que los dominicos no solían ser: un demagogo, y el padre Etelvino, el más joven y tan buen teólogo (de aquella) como marxista, pero no leninista, más tarde. Los dominicos no tenían veleidades progresistas, como algunos jesuitas, lo que es de agradecer, por lo que no dejó de sorprenderme que dos profesores de antaño luego militaran en la izquierda, como el mencionado padre Etelvino, reconvertido en «el compañero Etelvino» y el laico Gerardo Turiel, profesor de Formación del Espíritu Nacional, que acababa de hacer las Milicias Universitarias, gastaba bigote y era un autoritario tipo alemán, empeñado en que la «política» era tan asignatura como el Latín y la Lengua, y en cuyo rechazo a esta exagerada pretensión coincidíamos los dominicos, que eran muy conservadores pero nada afectos a las retóricas del «régimen anterior» de aspecto fascistoide, y los alumnos. Turiel ingresó en el PC, y el «compañero Etelvino», en el PSOE, un poco a toro pasado, pero he de reconocer que de todos los profesores del colegio Etelvino era de los más liberales.
Cuando llegó el padre Fermín al colegio yo estaba en preuniversitario, por lo que no me dio clase. Tuve más trato con él fuera del colegio. Por otra parte, era el segundo de a bordo del padre Cerillero en la cosa deportiva, así que en este campo no tuvimos ninguna relación, porque Masip, Vigil y yo huíamos del deporte en cualquiera de sus modalidades como de la peste. Ya había cantado misa, lo que le confería un grado por encima del de otros que todavía no habían terminado la carrera, aunque vestían como los padres y no como los legos, entre los que se hacía notar al que llamábamos Areopagita, y como él creía que se lo decíamos por el sabio, no se mosqueaba, mas, a pesar de que, utilizando términos militares, era como alférez de complemento (en cambio, el padre Fermín y el padre Etelvino eran ya tenientes), expulsó a Vigil porque no quiso ponerse de rodillas un día que pretendió castigarle de ese modo. ¡Poner de rodillas a uno de «preu» delante de los carajillos de ingreso, hasta ahí se podía llegar!
Con el tiempo, el padre Fermín se fue sumando a los dominicos «clásicos» para los de mi época, de los que viven (y que vivan muchos años) los padres Pedro, Cerillero y Basilio Cosmen. Era un hombre sin pretensiones, poco dado al autoritarismo, tal vez algo tímido. No se distinguía por la locuacidad, pese a pertenecer a la orden de predicadores. Siempre cordial con los antiguos alumnos. Últimamente le veta vestido de paisano en el Fontán fumando cigarrillos y charlábamos un rato. Era un fumador infatigable, aunque no superaba al padre Eutimio. La prohibición del tabaco le parecía otra forma de persecución. Sin duda opinaba, como otro dominico ilustre, fray Zeferino González, que fumar no es vicio.
La Nueva España · 9 febrero 2014