Ignacio Gracia Noriega
Lito, micólogo y cocinero
En el fallecimiento de Manuel Álvarez Palacio
Con la muerte de Lito Álvarez Palacio desaparece un poco más el recuerdo vivo de aquella gran institución micológica ovetense rotulada La Corra, de la que Juan Sánchez-Ocaña y él, entre otros, eran el alma. La Corra era una institución benemérita, que aficionó a muchísimos ovetenses a la micología y a otros les evitó ser víctimas de intoxicaciones. Allí había servicio permanente y gratuito de consultorio y consejo para uso de micólogos aficionados, avezados o improvisados. En una ocasión andaba yo por las alturas del Naranco en compañía de mi perro Black, un pointer negro que solía llevarse muy mal con las vacas, y de pronto sopló un airecillo frío y empezó a llover; Black y yo nos refugiamos en un bosque y, ¡oh maravilla!, el suelo estaba tapizado de setas: grandes y pequeñas, de variados colores y dos o tres parecidas al tejado de la casa de los enanitos de Blancanieves, que por prudencia deseché, porque había oído decir que tales setas eran peligrosas. Mas como no dejaba de llover y no había cosa mejor que hacer mientras no escampara, me dediqué a recoger las setas que, a mi profano entender, tenían aspecto más honorable o, por decir con exactitud, más inofensivo. Con los restos de un periódico hice un cartucho, lo llené de setas y bajé a la ciudad muy ufano; alguien me aconsejó que fuera a La Corra para que las vieran: nunca está de más asegurarse. Allí me recibió Lito, miró las setas una por una, las olió y dictaminó al fin: "Son corcho". Es decir: no envenenaban pero tampoco sabían a nada, lo que no se sabe qué es peor.
Yo siempre relacioné La Corra con el Kopa y el California, el primer "bar americano" que hubo en Oviedo, como tres grandes exponentes de la modernidad en nuestra ciudad levítica. Y Lito era uno de los principales animadores de aquella institución. Desde la Boutique Álvarez, en los bajos de "la Jirafa", había pocos pasos a La Corra, donde Lito, en una ocasión, nos cocinó una sopa de setas que aún recuerdo. Él y su hermano Armando, tan diferentes en el aspecto físico, Armando delgado y reflexivo, Lito pequeño y extrovertido, unían a la sabiduría micológica la condición de gastrónomos, pues muchos salen a buscar setas solo para pasear, lo que no era su caso. Y por las noches Lito y algunos amigos, entre los que se encontraban el antiguo futbolista Diestro, Julián Clavería y dos o tres más, se reunían a cenar en La Campana, en la calle San Bernabé, a la vista del público. Eran excelentes cenas seguidas de largas y sosegadas sobremesas. Luego todas estas cosas fueron desapareciendo y hasta murieron quienes las animaban.
Ahora se ha muerto Lito, otro eslabón de un tiempo hermoso que se va, que se ha ido.
La Nueva España · 11 febrero 2014