Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Despedidas & necrológicas

Ignacio Gracia Noriega

La picazón de la literatura

Un ingenio capaz de sacarle jugo a una piedra

Siempre que me veía me llamaba "maestro", por lo que le devuelvo el cumplido en estos momentos tan tristes, tan solemnes. En verdad, era un joven maestro jovial o tal un gnomo de los bosques astures por el que no pasaban los años: redondín y reidor, con los pómulos forzados por la eterna sonrisa dispuesta a despeñarse en catarata de carcajada abierta y sonora a la menor oportunidad, la barba rubia y redonda, la mirada clara de ojillos custodiados por las arruguillas de la risa. En tiempo inmemorial, cuando varios periodistas veteranos y jóvenes se reunían en Casa Amparo, en el Fontán (la antigua Casa Amparo), al lado de Casa Bango, un bar largo, con mesas a ambos lados de tablas blancas y suaves de tanto ser fregadas con lejía, la pequeña barra al fondo y tras ella una señora vieja con toquilla, y sirviendo las mesas otra señora también vieja y muy sonriente, que arrastraba un pie al andar; el radiofonista Antonio Crovetto, que oficiaba algo así como el "presidente de edad", sentaba al jovencísimo Faustino a su derecha y de vez en cuando le golpeaba afectuosamente en la espalda y le decía: "¡Hemingway!". Y Faustino, escondiendo la cara redonda entre los brazos y el vaso de vino, se reía y se reía... Que le llamaran Hemingway yo creo que lo valoraba más que el que acabaran llamándole maestro. Porque Faustino siempre tuvo la picazón de la literatura, y, a fin de cuentas, ¿qué otra cosa era Hemingway que un periodista que escribía muy bien? Él mismo lo reconoció cuando fue a regalarle a don Pío Baroja una botella de whisky y un par de calcetines de lana: "Maestro, a usted sí que tenían que haberle dado el premio Nobel, yo no soy más que un periodista y un aventurero...".

Faustino F. Álvarez era un periodista que escribía con mucho ingenio y algunos toques poéticos en la descripción de cualquier cosa que por lo general no merecería en otro más que la simple mención, pero era capaz de sacarle jugo a una piedra si se lo proponía. Al principio su estilo, muy literario, recordaba al de Pedro Rodríguez, pero conforme avanzaba y maduraba, Faustino escribió como Faustino y compuso muchos artículos memorables. Y no crean que es fácil escribir artículos memorables escribiéndolos todos los días. Como profesional, era de los mejores, capaz de enfrentarse a misiones, si no imposibles, muy difíciles, como entregar al editor un libro sobre la muerte de Franco al día siguiente del fallecimiento del general. Al parecer se había establecido una especie de competición de velocidad entre varias editoriales y la ganadora resultó ser la que contrató a Faustino. Luego me confesó que como la muerte de Franco estaba cantaba había reunido durante el mes anterior todo el material necesario, de manera que solo tuvo que escribir durante dos días frenéticos las circunstancias puntuales del óbito. En este caso le salió bien la previsión, aunque otras veces no acertó. Un día me llamó para decirme que Dalí se iba a morir de un momento a otro, por lo que me pedía que le escribiera una necrológica. Mas Dalí no murió en aquella ocasión y aquel artículo resultó ser una necrológica en falso, por fortuna inédito.

Desgraciadamente, esta necrológica no es en falso. Faustino F. Álvarez ha muerto. Una gran pérdida para el periodismo español y para sus amigos. En algún momento pareció que iba a recuperarse, pero se fue con la luna en creciente. Ahora queda un hueco muy grande en la barra de La Paloma, a mano derecha según se entra.

La Nueva España · 16 marzo 2014