Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Despedidas & necrológicas

Ignacio Gracia Noriega

Amable Concha: el último indiano

Adiós a un emigrante llanisco que triunfó en México y en España

Amable Concha Morán nació hace algo más de ochenta años en Los Callejos, aldea sobre un pináculo a la entrada del valle de Ardisana, que se encara con el Naranjo de Bulnes a través de una vaguada que llega hasta la costa de Pría. Los Callejos fue el corazón de la emigración a México del concejo de Llanes. Hace muchos años, cuando los coches todavía eran una rareza en Asturias, “La Nueva España” publicó un reportaje sobre los “haigas” de los indianos de Los Callejos: no cabían en el pueblo. Uno de esos coches era, sin duda alguna, uno de los primeros que trajo a España Amable Concha o alguno de sus familiares.

La emigración a México de las gentes de los valles de Ardisana y de San Jorge presenta peculiaridades que no se dan en el resto de la emigración asturiana. Esas gentes son tejeros, o en su jerga (“xíriga”) “tamargos”, y estaban acostumbrados, desde niños, a la emigración estacional: subían a Castilla por San Juan a fabricar tejas y regresaban a sus casas por San Miguel. Más o menos como más tarde harían los indianos realmente ricos, que volvían por el tiempo de las cerezas y marchaban por el de los higos, dedicando el primer mes a saludar a familiares y conocidos y el último a despedirse, como todavía hacen los hermanos Botey en Infiesto. La emigración a Castilla para fabricar tejas se entendía en muchos casos como el ensayo general para la gran emigración futura, la que no duraría un verano sino largos años y, en ocasiones, toda la vida. Amable Concha Morán, indiano moderno por su proyección empresarial, fue a la vez el último indiano a la manera tradicional, tejero antes que emigrante transoceánico. Los primeros años de su juventud fue “a la tejera”, durmió a cielo raso, bajo las estrellas de Castilla, bajo esos cielos altos tan diferentes de los bajos y nublados de su tierra, y a la luz de la hoguera del campamento entretenía a los compañeros leyéndoles en voz alta el “Quijote”: lo sabía de memoria, lo mismo que los poemas de sor Juana Inés de la Cruz, la gran poetisa mexicana. En México trabajó duro, como es norma (allí no regalan nada y las calles no están empedradas de plata: la plata hay que sacarla como se pueda) y llegó a ser un empresario importante del ramo de la hostelería. A su vuelta a España decide fundar en Llanes el hotel Montemar por motivos sentimentales. Observaba que mucha gente venía de México a los entierros de familiares y él se hizo la composición de lugar: hacía falta un lugar confortable donde alojarlos, con calefacción y agua caliente y el desayuno puesto por las mañanas. Así, el hostelero mexicano se convirtió en un gran hostelero en su tierra natal y en Madrid, donde estuvo a punto de crear el gran restaurante asturiano en la capital del reino, “La Fonte del Cay”, lo que no fue posible a causa del engaño de un indeseable. A caballo entre España y México hasta sus últimos días, supo sacarle buen provecho a la vida, a la que amó en su juventud con pasión y en la vejez con serenidad. De una poderosa inteligencia natural, tenía una ironía suave y a veces demoledora. Con pocas palabras e incluso con un gesto definía a una persona. Y le gustaban las bromas: todavía no estoy seguro de que no me haya gastado una cuando, pasados los años ochenta, me invitó a cenar en el hotel San Ángel con un individuo bajo y trabado que había sido pelirrojo en su juventud, asegurándome que se trataba del bandolero Bernabé. Pero sobre todo era un sentimental. La evocación de un recuerdo, una canción antigua, una vieja amistad, le enternecían la mirada. Con él se va para siempre una parte importante de la época asturiana en México.

La Nueva España · 25 junio 2014