Ignacio Gracia Noriega
El amor a la palabra
Retrato de un escritor humilde, capaz de prescindir de mucho de lo escrito y con buen ojo crítico
Cronológicamente, Felipe Prieto fue de los primeros poetas en sumarse al surgimiento bablista que tuvo lugar a mediados de la década de los 70 del pasado siglo y en el aspecto literario, el mejor de aquella época y uno de los mejores de un movimiento que se presentaba con más intenciones nacionalistas radicales que poéticas y que, en consecuencia, era mimético de otros nacionalismos literarios que descuidaban la literatura en beneficio de la acción. Más tarde el mimetismo se extendió a otros aspectos, incluido el falso cosmopolitismo, a su vez también mimético, de poetas que por aquel tiempo escribían en español, para demostrar que se podía escribir en una lengua rural sobre Venecia, peculiaridades sexuales y hasta sobre la cuadratura del círculo. Por lo que este movimiento (llamémoslo así) tuvo pocos buenos poetas y uno solo realmente grande, Xuan Bello; el otro sin duda es Felipe Prieto.
Felipe Prieto se iniciaba como poeta con muchos kilómetros de ventaja (literaria) sobre los que pudiéramos denominar "bablistas urbanos". En primer lugar, había nacido en Zamora (no como "Clarín", que nació en la ciudad castellana de forma accidental), por lo que en su caso había un distanciamiento lingüístico que le favoreció, y en segundo lugar, su estancia en Mestas de Con le favoreció igualmente, ya que no intentó escribir en una lengua de probeta o "batuta", llena de artificios y pretenciosidad, sino en la que escuchaba hablar diariamente a los aldeanos: y en verdad que Felipe Prieto tenía buen oído. Por aquel tiempo escribía torrencialmente con tinta verde (o sobre "los hombres verdes"), en cuadernos cuadriculados, pero fue moderado a la hora de publicar, y de aquel material sólo se quedó con lo mejor, que era muy bueno. Lo que prueba que era un poeta humilde, capaz de prescindir de mucho de lo que había escrito, y con buen ojo crítico. Por eso, su primera obra publicada en realidad era una "plaquette" titulada "Esbilla": apenas una docena de poemas de escenario rural y expresión directa, aparecida en 1980. En los albores del post-bablismo, Prieto aportaba una voz diferente y más poética y poderosa a la poesía intencionada y militante de aquel tiempo y también era una superación de intentos tan estimables como el de Luis Aguirre Huerta, quien en "Afalagando a mió Asturias" (1981), recupera la tradición bable de la poesía festiva y sobre quien escribió Marcos: "El cariño a su país es el que lleva a Aguirre a expresar sus sentimientos en su habla materna y a exaltarla y promoverla como vehículo idóneo". En Felipe Prieto, más que el amor a la tierra que no era la suya de nacimiento, es patente el amor a la palabra. Sorprendido y maravillado, el poeta descubre nuevas palabras para expresar viejos sentimientos, como yo observé en el artículo que le dediqué en 1981 en “La Nueva España”, titulado "La poesía de Felipe Prieto": "Es un poeta con fuerza, que sabe utilizar el hable para el sarcasmo y la imprecación". Lo primero que sorprendía entonces en la poesía de Prieto era la fuerza, en segundo lugar la austeridad sentimental, de la que es buena muestra el poema "Palabras del Xenón": el desolado poema de un hombre que vive solo y todas las noches deja encendida una bombilla para hacerse la ilusión de que su mujer vive aún cuando él vuelve de noche, "igual que denantes, cuando ela mi esperaba". Otros poemas son decididamente sarcásticos, como "Panteón d'antigüamente, nel muséu", y alguno como "Fe d'errates" es reivindicativo de carácter general: "Once diz pan tien que decir jame, onde diz flor tien que decir jortiga". En fin, "El sapu" es una metáfora forzada, pero con sentimiento. Era un buen poeta y se ha ido.
La Nueva España · 3 agosto 2014