Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Despedidas & necrológicas

Ignacio Gracia Noriega

Un langreano distinguido

Hombres como Rufino Roces, representantes del espíritu asociativo, no abundan

Llevaba varios meses con muy mal aspecto, habla adelgazado muchísimo y había perdido vivacidad: casi era un cadáver viviente, y, no obstante, seguía asistiendo, con bastón y con el apoyo de su hija, a festejos y ceremonias sociales a las que era tan aficionado. La última vez que le vi fue en el homenaje que se le hizo a Francisco Rodríguez, de “Reny Picot”, en el Club Náutico de Gijón. Su aspecto era deplorable, pero allí estaba al pie del cañón, como había estado toda su vida y como a él le gustaba estar, en primera fila, o a lo más, en segunda.

Ahora me acaba de llamar Antonio Fernández Velasco, quien con sus noventa y cuatro arios es la memoria del pasado y el testigo del presente de La Felguera, para comunicarme, con voz emocionada, que Rufino ha muerto. Es una gran pena y una gran pérdida. Rufino era uno de esos hombres que siempre están moviéndose, siempre de acá para allá, organizando festejos, actos culturales, homenajes a amigos o a personas distinguidas si se descubre que tienen alguna vinculación con su pueblo. Este agotador trabajo extra y no remunerado fue la razón de la vida de Rufino, siempre vigilante, siempre atento, siempre dispuesto a ir donde hiciera falta, enarbolando el pendón y el nombre de La Felguera. Desde que dejó de ser el presidente de la Sociedad de Cultura San Pedro de La Felguera, ésta perdió buena parte de su proyección regional. Como consuelo y para no interrumpir su actividad, Rufino presidió durante años la Fundación Marino Gutiérrez, aunque se desenvolvía mejor y con más amplitud en la Sociedad Cultural San Pedro, con sus conferencias, exposiciones y un concurso de cuentos que alcanzó nombradía nacional. Rufino cuidaba el concurso como la niña de sus ojos y mantenía hacia algunos antiguos miembros del Jurado como Emilio Alarcos, Dionisio Gamallos, etcétera o hacia su memoria, una inalterable fidelidad. Dejar la presidencia de esta institución fue un golpe duro. Más duro fue que no se le otorgara el reconocimiento corno Langreano del Año. Año tras año nos enviaba a los amigos un cuestionario dirigido a los que otorgaban el premio para que señaláramos sus méritos, y año tras año Rufino era rechazado. Yo le decía: “¡Pero qué más te da, Rufino, un premio más o menos!”, y él contestaba enfurruñado: “!Claro que me da!”. Los que han vivido dando premios a los demás, cuando creen que han cumplido una labor suficientemente meritoria, aspiran a que se les reconozcan los méritos propios. Pero a veces eso no sucede, y de ahí que Jesús haya dicho en Nazaret que nadie es profeta en su tierra. Su caso no es único: en Proaza se negaron a darle el nombre del P. Nicolás Albuerne a un colegio; a don Luis, cura de Salas y cronista oficial, le negaron el título de hijo predilecto; a Teodoro López Cuesta la Universidad de la que había sido rector le regateó con mezquindad hacerle profesor emérito.

Y sin embargo, hombres como Rufino, tan característicos representantes del espíritu asociativo en nuestros pueblos, no abundan. Tenemos a Miguel Ángel Fuente en Noreña, a Juan Luis Álvarez del Busto en Cudillero, a Jama en La Foz de Morcín; a Monchu, en Infiesto, hasta su muerte. Son hombres de actividad extraordinaria, que todo lo dan por sus pueblos, especialistas en homenajes y bombos mutuos, siempre atentos a celebrar a personajes meritorios o convenientes, y, secundariamente, conservadores de los folclorismos y las tradiciones locales. Sin Rufino Roces la Felguera será menos La Felguera, como la Sociedad San Pedro fue mucho menos sin él.

La Nueva España · 25 octubre 2014