Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Despedidas & necrológicas

Ignacio Gracia Noriega

Un novelista, un amigo

José Avello Flórez pertenecía a una generación, que es la mía, definida por Juan Cueto hace más de treinta años, y de la que ya faltan demasiados: Eduardo Úrculo, Chus Quirós, Santiago González Noriega y ahora Pepe, a quien vi varías veces el pasado verano en Cangas de Narcea, rebosante de salud y de optimismo. Pepe siempre fue un optimista, lo que era el complemento de ser muy buena persona: tan buena persona que a veces se excedía en un mundillo intelectual y universitario en el que esa especie es rarísima, por no decir inexistente. Además era un hombre culto, lo que tampoco es muy frecuente en el mundillo intelectual y académico, buen lector, aunque de no muchas lecturas, lo que significa que era doblemente buen lector, porque las escogía y no se dejaba guiar por las modas, sobre todo en los últimos años, sino por su gusto personal, y ese gusto, muy amplio, abarcaba desde Herodoto hasta Álvaro Cunqueiro. Una de las últimas veces que estuve en su casa de Cangas tenía sobre la mesita de noche "Los días de 'Las Noches.", la más reciente recopilación cunqueiriana, que le producía sosiego y placer antes del sueño. Su relación con Herodoto era de otro tipo, más erudita y tal vez más compleja. Desde su jubilación, formaba parte de un club de amigos que todos los años se dedicaban a la lectura de un autor clásico, a quien luego comentaban entre ellos. Uno de estos años le tocó el turno a Herodoto, y Pepe quedó maravillado, porque el historiador griego es inagotable. Y así pasaba su tiempo, entre Madrid y Herodoto y cuatro meses en Cangas del Narcea que le sentaban estupendamente. Vivía en el centro de la villa y desde su casa se dominaban la villa y los rnontes de alrededor. Sentados en la galería, charlábamos y bebíamos algo de vino, de Cangas, naturalmente, un vino que antes tuvo personalidad, pero desde que es bueno, se parece a los demás vinos de su clase. En las demoradas conversaciones invocábamos a veces a Mariano Antolín, el otro novelista de aquella generación, aunque distinto de Avello casi en todo, y entre otras cosas, en que Mariano escribió muchas novelas y Pepe solo dos. Con “La subversión de Beti García", que Vidal Peña y yo le podamos sin contemplaciones, pero Pepe, como era tan bueno, nos dejaba hacer, quedó finalista del premio Nadal de 1983. De haberlo ganado, su muerte sería hoy noticia de primera página; pero como decía Pepe, "el que queda el segundo, no gana nada", La otra novela, "Jugadores de billar" (2001) es incomprensible que no haya sido reconocida como una de las mejores novelas de esta época, pero así son las promociones de los libros y Pepe no volvió a escribir novela: no porque estuviera enfadado, sino porque consideraba que ya había escrito lo que tenía que escribir, y lo había escrito bien, con honradez y excelente literatura. Se trata de una mirada melancólica y, crítica sobre su época y el mundo en el que vivió o imaginó: "Todo un mundo", como escribió un crítico. El escenario es un Oviedo soñado, porque Pepe vivió muy poco tiempo en la ciudad donde nos conocimos, siendo ambos alumnos del colegio de los Dominicos y él un par de años mayor que y ya entonces llevaba gafas (nunca volví a verle con ellas puestas). Un día el Padre Basilio Cosmen que mantenía muy buena relación con Pepe porque eran ambos de Cangas del Narcea, me llamó para presentarme a Pepe: "Es un escritor". Y luego le dijo a Pepe, señalándome: “También es escritor”. Nos dimos la mano ceremoniosamente y desde entonces, hará más de medio siglo, ni un solo día Pepe y yo, aunque no nos viéramos en años, dejamos de ser amigos.

La Nueva España · 18 febrero 2015