Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Personas y hechos de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Los lagos asturianos

¡Cuántas personas habrá que no sepan que en Asturias hay lagos! Sin embargo, los hay, aunque esta tierra nunca haya producido poetas «lakistas» (llamados así porque se inspiraban en los lagos de Escocia, y un día escribiendo un verso, y otro enamorándose de una moza, sacaron adelante el romanticismo), y su romanticismo se limite, por lo tanto, a la trágica historia de la Searila, que tuvo por escenario las tierras del occidente asturiano, y en cuyo episodio el verdaderamente romántico fue el marido, porque ella se limitó a morirse, lo que es romanticismo más bien pasivo. En cambio, William Wordsworth (a quien, tal vez por afinidad «lakista», editó la casa editorial Júcar, de Gijón) cantaba el lago de Gransmere, o el lago de Lomond, donde encontró a una dulce muchacha que era una auténtica lluvia de belleza. En las montañas cántabras, a su vez, andaba la mozuela de Bores, «de buen continente, / la cara placiente, / fresca como rosa», y a quien el marqués de Santillana le dijo aquello de: «Señora, pastor / seré si queredes»; pero según Víctor de la Serna, esto son puras fantasías, una bravata del marqués.

No obstante, los lagos asturianos ahí están: no los lagos de Somiedo únicamente, sobre los que fantaseó Mario Roso de Luna casi tanto como el marqués de Santillana con la de Bores; sino éstos y además los otros, que son varios, y algunos incluso con sus leyendas, como la del lago Enol, que relató por escrito Luis Sánchez Gavito, o la de los lagos de Somiedo, donde se dice que se hundió el general Carisio con sus enseñas, legiones e impedimenta. No es de extrañar que los romanos temieran las nieblas asturianas, porque suponían que en esta región fluía el río Leteo. Otros lagos tienen su polémica, como la ocasionada con motivo de la etapa de los lagos de Covadonga. Encerrados en dos libros de reciente publicación, los lagos asturianos están ahora al alcance de quien se interese por ellos, aunque esté lejos de Asturias; y yo creo que interés tienen, y mucho: a mí me sucedió que subiendo una tarde gris al Enol, un jabalí se cruzó en la carretera. Aquella constituyó una imagen inolvidable, una representación plástica de la belleza de aquella montaña. «Lagos y lagunas de Asturias», de Carmen Fernández Bernaldo de Quirós y Efrén García Fernández, editado por la Caja de Ahorros de Asturias, y «Guía de los lagos asturianos», de Bernardo Canga, son dos bellas aproximaciones a unos aspectos tan significativos como poco conocidos del paisaje asturiano. Un país con lagos no puede vivir sin un libro sobre ellos (o, como en este caso, varios libros, si añadimos, a los que comentamos, la «Guía del Parque Nacional de la Montaña de Covadonga»), y el propio Wordsworth escribió el libro de los lagos de Escocia. Asturianos distinguidos, que aman las cosas de su tierra, nos revelan ahora algunos secretos de estos lagos, de poderoso e indefinible encanto.

Efrén García ha estudiado mucho Asturias: los montes y la marina, las edificaciones y los caminos. Bernardo Canga está más centrado en la montaña asturiana (un libro suyo anterior es precisamente una guía de nuestras montañas). Editado, éste como aquél, por Silverio Cañada, nos propone rutas, nos dice lugares, nos informa sobre kilómetros y alturas. Nos hace que sintamos la nostalgia de esos lagos, aun viviendo al pie de ellos. Situados alrededor de los mil metros de altura, con el libro en las manos recordamos aquella vez en que el viento levantaba olas en el Enol o escuchábamos el paso de las aves acuáticas. Aún siendo libros fundamentalmente técnicos, mucha belleza encierran en sus páginas.

La Nueva España · 10 de febrero de 1989