Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Personas y hechos de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

En busca de Bernabé

El libro de José Ramón Gómez Fouz, el gran boxeador asturiano, vuelve a poner de actualidad al famoso Bernabé, a Bernabé Ruenes Santoveña, bandolero llanisco. Sobre Bernabé se han escrito varios libros y algunos con testimonios de primera mano, como son la novela «Víbora» y el libro «Los bandoleros asturianos», de Héctor Vázquez Azpiri, que estuvo secuestrado durante unos días por el bandolero y que obtuvo, de aquella poco deseable experiencia, material literario: en parte así habrá compensado las cien mil pesetas que Bernabé le exigió a su familia, lo que era una cantidad importantísima a comienzos de la década del cincuenta. Posiblemente la novela «Testamento en la montaña», de Manuel Arce, relate también aquella historia y Enzo sea Bernabé. Quien sí se propuso hacer una película sobre Bernabé fue Manuel Gutiérrez Aragón en «El corazón del bosque», pero lo único que consiguió fue un filme pedantesco e inútil, innecesariamente basado en «El corazón de las tinieblas», de Joseph Conrad, y donde desaprovecha las grandes posibilidades argumentales que le ofrecía el variado historial del bandido.

Puede decirse, pues, que, con el libro de Gómez Fouz, Bernabé volverá a ponerse de moda, aunque yo creo que nunca dejó de estarlo.

Hace dos o tres inviernos, por Navidad, se rumoreaba insistentemente en los bares, en las plazas y en los mercados de Llanes y de Posada que Bernabé había vuelto: que se había ido a Venezuela al final de los años cincuenta y que allí se había hecho la cirugía estética y había hecho fortuna. La familia de Bernabé nunca habló de él como si estuviera muerto.

Yo le pregunté al director de un Banco amigo mío (porque los directores de los bancos se enteran de muchísimas cosas) si eran ciertos aquellos rumores y me contestó: «Eso dicen».

Bernabé puede que haya sido el hombre más popular de la Asturias oriental durante algunos años.

Si no se le podía encuadrar entre los bandoleros que Eric J. Hobsbawn clasifica bajo el epígrafe de «Robin Hood» (es decir, aquellos que robaban a los ricos para dárselo a los pobres), sí se tejió en torno a él una leyenda próxima al «sebastianismo»: es decir, que lo mismo que los portugueses esperaron que regresara su rey don Sebastián, muerto o desaparecido en la batalla de Alcazarquivir, en Llanes, de vez en cuando, se dice que Bernabé regresa; pero no regresa como bandolero, sino como indiano que vuelve para curar nostalgias y para ver a la familia.

A Bernabé se le torció la vida mientras hacía la «mili»: un día tuvo una discusión con un sargento y le rompió un mosquetón en la cabeza.

El mosquetón rompió porque la culata estaba apolillada; pero Bernabé desertó y se echó al monte, no se sabe si por haber roto el mosquetón o haberle roto la cabeza al sargento.

Ambas cuestiones eran graves. Pero lo cierto es que nunca fue político, ni tuvo contactos con el maquis, ni jamás se unió a Juanín, un «huido» santanderino, a medias partisano, a medias bandolero. Yo le pregunté al guerrillero Pepe Mata por Bernabé y me contestó que no lo había conocido; tampoco le conoció el comandante Flores.

Los escenarios de Bernabé eran los de la Asturias oriental, que conocía perfectamente, porque había sido cazador, y alguna vez llegó a León en sus incursiones.

También había sido tejero. Yo recuerdo la noche que asaltó a un pariente mío, que acababa de llegar de México, disfrazado de guardia civil. Mi pariente, Nacho, tenía a sus hermanas en Serronda, en Posada, pero se fue a dormir a Llanes.

Fue a mi casa y estaba muy nervioso. Yo era un niño y cenaba huevos fritos con arroz blanco. Siempre que como huevos fritos con arroz blanco me acuerdo de Bernabé.

La Nueva España · 17 de febrero de 1989