Ignacio Gracia Noriega
Hórreos y pájaros tropicales
Existe una Asturias que no vemos, o mejor dicho, que no estamos acostumbrados a verla, principalmente porque no la esperamos.
No esperamos que al lado de uno de los mayores y más completos conjuntos de hórreos de Asturias vivan y se reproduzcan pájaros tropicales. Y, sin embargo, así es, gracias a la afición y al tesón de Agustín Vela, vecino de Riocaliente y profesional hostelero en la villa de Llanes.
La afición de Agustín Vela son los pájaros: pájaros y aves de todos los colores, de todas las especies, de todos los países.
Pájaros que viven a la sombra de un hórreo que desde lejos parece que se monta sobre otro, y que, por su singularidad, ya pintó varias veces el artista Chus Palacios.
Pero si se quiere, todo Riocaliente es singular. Se entra en el pueblo por la carretera del río de las Cabras, que va a Cabrales y a Cangas de Onís, y que a estas alturas se llama río Bedón. Nos desviamos a la derecha en Puente Nuevo; sobre una colina está Los Callejos, desde donde se ve el Naranjo de Bulnes y que es el pueblo de España con más «haigas» por metro cuadrado.
Los hijos de Los Callejos emigraron a México y allá hicieron grandes fortunas: hace unos años, muchos, Juan de Azcona publicó una fotografía en La Nueva España donde se veía el pueblo lleno de coches.
Riocaliente queda más adelante, en la carretera que sube al monte y que en Riensena entronca con la de Nueva-Corao.
El pueblo tiene veintiún hórreos, y algunas casas de buena piedra de cantería, muy antiguas; por debajo de una pasa un riachuelo. Esta casa parece un molino, pero no lo es. El riachuelo, que es la fuente del pueblo, se llama Jo y desemboca en el río el Bedón; y así van juntos un trecho, pasando por tierras de Posada, para desaguar en la mar, cerca de las ruinas románicas de San Antolín de Bedón. Ver en este ambiente típicamente asturiano los pájaros y las aves de Agustín Vela es como entrar en un mundo de aventuras y maravillas. Bajo el cielo gris, y con fondo de bosques y prados verdes, las pintadas aves despliegan todos los colores del arco iris y todos los cantos imaginables.
Ricardo Duyos fue capaz de aclimatar en su jardín de Nueva especies africanas como las gacelas y hasta una leona; pero lo de los pájaros, no sé por qué, parece incluso más complicado. Recorriendo las jaulas de Agustín Vela parece que estamos dando la vuelta al planeta.
Aquí tenemos la rizada de Chile, el mirlo del Sáhara, la cotorra ninfa de Australia, la tórtola de Pakistán, el cardenal gris de Centroamérica, el grajo de México, la sedosa de Japón, el pájaro carpintero de Argentina, los «inseparables de Fischer» del sur del lago Victoria, el estornino de China, los canarios de Mozambique, la gallina de Holanda, el gorrión de Java, el tejedor rojo de Zanzíbar, el mirlo de alas rojas de EEUU... Sin contar, por supuesto, las especies autóctonas, como el verderón, el malvís o el «miruellu». Ninguna de las especies que habitan en este peculiar zoológico está protegida ni hay aves de presa.
Yo imagino a Agustín de niño, saliendo a buscar nidos y encontrándose con los pájaros. Después de unos años de emigrante en Alemania, pudo regresar a su pueblo, establecerse en la villa y dedicarse a su afición. Coleccionar pájaros es cuestión de paciencia y suerte: suerte de encontrar especies, algunas dificilísimas. Como Burt Lancaster en «El hombre de Alcatraz», Agustín Vela llena sus ocios con los pájaros.
La Nueva España · 24 de febrero de 1989