Ignacio Gracia Noriega
El enrame de las fuentes de Cué
Una vez más, como todos los años, se celebra en Cué, el pueblo de mis mayores, el rito del enrame de las fuentes. En este caso se trata de la fuente de San Fernando; porque en Cué hay varias fuentes, la de Arriba y la de Abajo, la de San Antonio y la de San Fernando, entre las que existe esa necesaria rivalidad local que permite que las tradiciones pervivan. Pero, mientras la estación se encamina hacia la plenitud del solsticio de verano, el antiguo pueblo de Cué, «la medieval aljama», como lo denominó Celso Amieva, cumple sus deberes de fidelidad hacia unos recuerdos que se pierden en la noche de los tiempos.
«El tercer elemento, el agua, parece de una considerable importancia en las prácticas druídicas –escribió Jean Markale en su libro Druidas, recientemente publicado–. Simbólicamente, el agua de la fuente es una especie de don de las potencias invisibles que reinan en el corazón de la tierra. El agua es fecundante. Los arroyos, los afluentes, los ríos tienen el mismo carácter sagrado, porque sin ellos toda vida sería imposible. Numerosos santuarios se hallaban en la fuente de los ríos».
Cué es lugar de aguas abundantes: situado al Norte de la sierra plana de su nombre, donde estuvo el campo de aviación, ahora abandonado, se asoma al mar desde altos acantilados y hermosas playas. Los de Cué son labradores y ganaderos, y tan excelentes canteros que se dice que hubo «coritos» en la construcción del Monasterio del Escorial; y emigraron a México, donde les sonrió la fortuna: durante más de cuarenta años, nadie de Cué entró en quintas, porque todos los jóvenes en edad militar se hallaban en América, dedicados a las más pacíficas artes del comercio; tanto es así que en la danza ancestral del «pericote», que lo «coritos» tiene por suya, una mujer había de bailar en el papel de hombre, de lo que acaso provenga el nombre de «perico» o «pericón», y de ahí, «pericote». En Cué había nacido, y siempre lo tuvo como motivo de orgullo, el hacendista Lorenzo Nicolás Quintana, director general de Hacienda durante el reinado de Isabel II y senador, hasta su muerte, en representación de la Universidad de Oviedo. La capital del Principado le ha dado su nombre a una calle; Llanes, en cambio, que tantos beneficios recibió de él, no tuvo el detalle de dedicarle un recuerdo.
Pero los «coritos» son diferentes, y recuerdan al indiano Alonso Noriega Mijares, que construyó a sus expensas la fuente de San Fernando, cuyo centenario se cumplió el año pasado. Las canciones del «enrame» le tienen en cuenta:
Las limpias aguas corriendo
giraban abandonadas
y un donante compasivo
hizo fuesen agrupadas.
De Alonso Noriega Mijares escribió Fermín Canella: «Emigró joven a México, donde se distinguió por su honradez, laboriosidad y protección dispensada a sus paisanos». El historiador local Francisco Mijares le denomina «el prototipo de la honradez en Méjico». También le debe Cué un lavadero cubierto y una casa para albergue de menesterosos. En el concejo de Llanes hubo enrames en Pancar, Porrúa, Parres y San Roque del Acebal. Pero cómo escribió Antonio Cea Gutiérrez: «Cué ha sido el último reducto del enrame». Y añade que «la fuente de San Antonio quedaba enramada la víspera de San Juan con un arco; la de Abajo, con siemprevivas y la del Bolugu con una corona. En la de San Fernando las 'crías' iban con una corona, un mantón y un clavel».
La Nueva España · 7 de junio de 1989