Ignacio Gracia Noriega
Aniceto Casado camino de Santiago
Entre tanto subsecretario, presentador (barra) presentadora de TV –así se expresa, oralmente al menos, la consejera Paz Felgueroso cuando, para demostrar la igualdad de los sexos bajo la Administración presente dice públicamente: «Jefe (barra) jefa de estación», etcétera–, y otras personalidades importantes que nos visitan con motivo de las vacaciones estivales, le sorprende a uno encontrarse de golpe y porrazo en las páginas de los periódicos con alguien como Aniceto Casado, de 82 años, que viaja a pie en dirección a Santiago de Galicia movido por la fe. Por la fe, o por el aburrimiento, o por cualquier otra cuestión personal e intransferible. Pero lo cierto, en cualquier caso, es que Aniceto Casado no gana nada poniéndose en camino, sino todo lo contrario: gastos y «pucheros» de su mujer. A la santa esposa no le hace ninguna gracia que sea peregrino «más que nada», según él mismo confiesa, «por lo que gasto en peregrinaciones. No para de decir que si no gastara ese dinero podríamos comprar tal cosa. Pero como tampoco yo le digo nada cuando compra un vestido, no estoy dispuesto a obedecer». Y añade, rotundo y racial: «Además, en casa soy yo quien manda». No imaginamos a Aniceto Casado diciendo «jefe (barra) jefa de estación», como a la señora Felgueroso, porque sabe que en las estaciones no debe haber otra cosa que jefes, y que, como decía Zaratustra, el hombre está hecho para la guerra y la mujer para reposo del guerrero, y todo lo demás es locura. Con tanto melifluo feminismo y tanto «jefe (barra) jefa», la señora Felgueroso está incorporando a los usos hispánicos costumbres cipayas y extranjerizantes. En cambio, Aniceto Casado es un español como hay que ser, que sale al Camino de Santiago como Don Quijote salió a los suyos de la Mancha.
Yo conozco a muchas personas que se pasan el día caminando porque no tienen cosa mejor que hacer y porque creen que andar es bueno para la salud y, de este modo, le van a ganar la carrera a la muerte. Aniceto Casado es más desinteresado: a él, con ir a Santiago, le basta. Ya inició en una ocasión la peregrinación jacobea, pero hubo de abandonarla en Asturias por agotamiento. Ahora reemprende aquella romería interrumpida desde el punto en que la dejó. Viaja sólo porque sabe, como Henry David Thoureau, que quien va por su cuenta y solitario puede ponerse en camino en cualquier momento, mientras que quien lo hace acompañado ha de esperar a que el compañero esté dispuesto.
Aniceto Casado lleva impedimenta y viático someros: veinticinco mil pesetas para gastos de viaje, una cruz con una hornacina en la que va colocado un Cristo, un paraguas, la concha (requisito imprescindible), y como tributo a los tiempos nuevos, tres tiras de papel reflectante rojo para que no le atropellen los desaprensivos automovilistas. En tiempos fue guardia municipal de Zamora y le entró la devoción a Santiago en medio de las batallas de la guerra civil, de las que salió sin daño. Sabe, por lo demás, que el paso por Asturias es imprescindible para cualquier romero jacobeo que se precie; cosa que ignoran las autoridades autonómicas circundantes y que no saben defender con la conveniente energía las propias. En la Edad Media se decía que quien va a Santiago y no al Salvador, visita al criado, pero no al Señor. Y en el «Poema del Cid» leemos estos versos que relacionan a Asturias con las peregrinaciones jacobeas:
Rey es de Castilla el Rey es de León,
e de las Asturias, bien a Salvador,
Fasta dentro en Santi Yaguo, de todo es Señor.
Aniceto Casado se propuso llegar a Santiago a pie. El Papa Wojtyla, en cambio, hizo a pie los cien metros finales del recorrido. Al final nos preguntamos quién de los dos anduvo más.
La Nueva España · 23 de agosto de 1989