Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Personas y hechos de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

La patata

Como en Asturias no se habla más que de tristes realidades -cierres de empresas, pérdidas crecientes de puestos de trabajo, inversiones que se suponía que iban a ser la panacea, aunque luego resulta que fue el Principado quien invirtió, etcétera- y de fantasías e idioteces -turistas que gasten 17.000 pesetas diarias, campos de golf, puertos deportivos, promoción de hoteles con alegría e irresponsabilidad, etcétera-, por lo menos los agricultores del occidente de Asturias se plantean el futuro con realismo, según nos informa Jorge Jardón en La Nueva España del pasado 11 de marzo. A los actuales gobernantes asturianos ahora no se les ocurre pensar más que en lo que ya pensaba Fraga hace treinta años, en época de menor agobio económico: es decir, en el turismo. Con lo que habrá concejos como Llanes, en los que, a falta de cosa mejor, según los planes del alcalde «Torpedo» y de las lumbreras que lo apoyan y le dan órdenes, no quedará más remedio que vivir lo que se saque de mes y medio de veraneo: eso sí, haciendo muchas cuentas de la lechera para animar un poco el ambiente. Pues estos individuos, lo mismo que el personaje interpretado por Eduardo Fajardo en una famosa serie televisiva nacional, emitida hace un par de años, no piensan más que en «fantasías y chorradas», y lo que no son fantasías, son chorradas, y lo que no son chorradas resultan fantasías. Por lo menos en el occidente de la región, los agricultores tienen los pies sobre la tierra, y saben que de la tierra sacan patatas, sin ir más lejos. Menos se saca de las arenas de las playas, y, de seguir a este paso, de poco le va a servir a algunos tener treinta playas (o más), si no tienen un buen patatal.

Yo creo que fue la señora que plantó las berzas al borde de la carretera la que dio el definitivo grito de alarma, y la Administración, en lugar de hacerle caso, le pone una multa. No es de extrañar. En un lugar donde se subvencionan los litros de leche que no se producen o en el que se escribe que «el alquiler de cuatro habitaciones de una vivienda rural por espacio de cien días da el mismo rendimiento que 22 vacas», no es incongruente que se rechace y hasta se castigue a quien se propone trabajar. Uno de los éxitos de este Gobierno consistió en convencer a sus electores de que cuanto menos se trabajase es mejor y que lo único que merece la pena es ganar dinero fácil. Pero a falta de turistas de 17.000 pesetas diarias y de veraneantes que den el mismo rendimiento que veintidós vacas, habrá que volver a las patatas, y que no falten; y mucho menos que pase aquí como en Irlanda en 1845, porque ahora ya no hay América a donde ir, sino que son los americanos quienes quieren venir acá.

Y eso que este invierno, de ser ciertas las previsiones meteorológicas de nuestros mandatarios, fue más apropiado para el turismo que para la huerta; pero como no hubo turistas ni agua, quedamos apañados. Como me escribe Luis Martínez, abogado de Grado y horticultor: «Trabajé la tierra preparando un semillero de ajos puerros para el próximo mes, de hacerlo antes pueden espigar en su momento. La seca hace estragos, nacen fabas de mayo que casi están en flor, mientras otras apenas afloran. Los arbeyinos anuncian una buena cosecha, aunque algo tardía. Tendré que reponer parte de las plantas de lechuga, vienen del invernadero y el mundo exterior las impresiona». Y añade: «Las huertas son como los campos donde se cultivan las amistades: unas crecen ubérrimas, mientras otras, por más atenciones que les prestemos, se depauperan a medida que transcurren los días». A pesar de que las huertas dependen del tiempo tanto como el turismo, y que lo verdaderamente «progresista» es llenar la región de chalés adosados, bienvenida sea la patata en Occidente; pues, como escribió el vate Fernando Lorenzo; «Patata, / ¡oh vitamínico tubérculo!».

La Nueva España · 20 de marzo de 1992