Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Personas y hechos de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Guía de Salas

Luis Iglesias Rodríguez, cura de sotana; antiguo párroco y actual cronista oficial de Salas, es una persona encantadora y entrañable: un hombre a la antigua usanza, tímido y piadoso, un poco despistado como corresponde a quien dedica parte de su tiempo a los negocios de Dios y a las antigüedades de Salas. Desde hace muchos años viene padeciendo una dolencia de estómago que le obliga a guardar una severa dieta a base de purés, compotas, etcétera, y que a mí me recuerda la que siguió el poeta Jorge Guillén durante buena parte de su larga vida. En cierta ocasión, antes de la guerra, Guillén fue al médico porque andaba mal del estómago y éste, amigo suyo, le impuso una dieta. Veinte o treinta años después, ambos volvieron a encontrarse en el exilio. El médico le preguntó qué tal iba y el poeta contestó que muy bien. Como no había vuelto a molestarle el estómago, no se había ocupado de volver al médico y seguía guardando la dieta.

Hace poco, ya jubilado como párroco, Luis Iglesias fue a visitar a un enfermo. Una niña, en la casa, le preguntó si quería café; contestó don Luis:

—Hace más de treinta años que no tomo café.

A lo que la niña, muy asombrada, le comentó a su madre:

—Dice que no toma café hasta que no cumpla los treinta años.

Como cronista de Salas, Luis Iglesias es muy cumplidor. Le gusta notificar las antigüedades y las novedades de su concejo, y, como no dispone de otro medio para hacerlo, recurre a la sección de los lectores de La Nueva España: todavía no hace mucho, con motivo de habérsele concedido el premio «Príncipe de Asturias» a su paisano Juan Velarde Fuertes, escribió una carta pormenorizando los muchos méritos del galardonado.

A mí me produce una íntima emoción y una enorme ternura cuando leo en la página de los lectores los meticulosos escritos de don Luis y debajo de su firma el título de «Cronista oficial de Salas», que ostenta con orgullo este sacerdote trabajador y humilde.

Humilde como él es su «Guía de Salas», que ya va por la segunda edición, «corregida y mejorada con fotografías en color»: un librito encantador que está dedicado a «todos los salenses, para que conozcan mejor y amen más a su patria chica»; y «a los turistas que nos visitan, españoles y extranjeros, para que puedan contemplar y admirar más intensamente nuestros monumentos y obras de arte y así su paso o estancia entre nosotros les resultará más provechosos y agradables». Enseñar al que no sabe es obra meritoria de caridad; y, por desgracia, muchos asturianos no saben nada acerca de su tierra, y los turistas pasan por aquí como si fueran ganado. Al dedicar su guía también a los turistas, don Luis, en un arrebato de amor al prójimo, les reconoce condición humana.

La «Guía de Salas», lo repito, es humilde, pero también escueta, clara, ordenada: un librito ejemplar dentro de su género, en el que tantos autores tiran hacia los cerros de Úbeda, para los que no hay guía, me parece. Cualquier persona que quiera conocer la Salas monumental (se trata de una de las villas más monumentales de Asturias), puede guiarse perfectamente, sin perder detalle, con la obrilla de don Luis en la mano o en el bolsillo de la americana (donde cabe perfectamente). Con muy pocas palabras, don Luis dice lo preciso, a la vez que observa escrupulosamente el consejo de Baltasar Gracián: «Lo bien dicho se dice presto».

La Nueva España · 2 de septiembre de 1992