Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Personas y hechos de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Luis Candelas, en Asturias

Con motivo del centenario de Antonio Espina (1894-1972), releemos su biografía «Luis Candelas, el bandido de Madrid», uno de los pocos libros suyos que lo recuerdan. Espina era un escritor menor, pero sin escritores «menores» no hay literatura grande. Madrileño, nacido en una familia intelectual y burguesa, abandonó los estudios de Medicina para dedicarse a la literatura y el periodismo; posteriormente intervino también en política. Redactor de «El Sol» y colaborador de «Revista de Occidente», escribió poesía («Umbrales», «Signado»), ensayos («Lo cómico contemporáneo», «El nuevo diantre»), biografías («Romea el comediante») y dos novelas, «Pájaro pinto» y «Luna de copas», no sólo «deshumanizadas» a la manera orteguiana, sino también descarnadas y sin vitaminas. En sus últimos años sobrevivió malamente como traductor y colaborador periodístico. «En su crítica predomina el escéptico; la sátira se torna caricatura por medio de la parodia; su humorismo es agrio», escribió Consuelo Burell. Recientemente se ha publicado una selección de su obra crítica con el título de «Ensayos sobre literatura».

Escritor que, como señala Rafael Conte, evolucionó «de un modernismo escéptico en sus primeros poemas hacia un formalismo radical y hasta un vanguardismo exacerbado», se embarcó, como muchos otros colegas, en una República que en realidad era una revolución. Su caso representa todo el patetismo de los burgueses que se vuelven «compañeros de viaje» del socialismo. En su tiempo, los burgueses occidentales se hacían revolucionarios por coquetería o fascistas por instinto de supervivencia. Espina llegó a ser gobernador civil de Avila y de Mallorca, donde le sorprende -nunca mejor dicho- la guerra civil. Condenado a muerte, indultado por trastorno mental, protegido por Sánchez Mazas y frustrado exiliado a México -de donde regresó en 1955-, todavía le tocó recibir, en los primeros años sesenta, brutales ataques desde un planfeto universitario clandestino, en realidad dirigidos contra «Revista de Occidente», probablemente obra de algún marxista-leninista que en la actualidad acaso ocupa alto cargo.

La biografía de Luis Candelas es menos desdichada, por más coherente. Nacido en el barrio de Lavapiés dé Madrid en 1805, fue ajusticiado cerca de la Puerta de Toledo en 1837. Poco sospechaba Espina, cuando publicó esta biografía, en 1929, que él también conocería las angustias del condenado a muerte. Poco sabía también Candelas cuando emprendió su viaje en dirección a Asturias que iniciaba su última aventura.

El episodio asturiano de Luis Candelas es breve y poco conocido. El 12 de febrero de 1837 roba a Vicenta Mormín, modista de la reina. Por aquel entonces Candelas se hacía pasar por Álvarez de Cobos, indiano del Perú, y como tal enamoró a una joven ingenua (según Espina) llamada Clara María. El bandido tenía el propósito de huir a Inglaterra desde un puerto del Cantábrico que no estuviera amenazado por los facciosos, Gijón o Santander; entre sus planes futuros figuraba visitar Japón, algo realmente singular en aquella época. Haciéndose pasar por León Cañida, mercader de Madrid, y acompañado de Clara, se dirige a Asturias en un carruaje, con el pretexto de recoger una herencia en Gijón. Pero «al cruzar los riscos verdes y húmedos de las épicas montañas astures, (Clara) no experimenta la emoción tónica y serenísima de la Naturaleza», según escribe Espina, sino que le invade la melancolía. Llegan a Oviedo el 25 de marzo y en Gijón se hospedan en la fonda El Águila de Oro, la misma donde murió el marqués de las Marismas años más tarde. Pero Clara no se adapta; mucho menos quiere oír hablar de Inglaterra. Tal vez la niebla asturiana (y la que le aguarda en Inglaterra) influyen en su ánimo. Verdadero enamorado, Candelas decide dar vuelta atrás y es detenido en la venta de Alcazaren, cerca de Olmedo. Su visita a Asturias fue corta, y su destino final, el garrote en Madrid.

Con obras como ésta, el RIDEA corre el riesgo de convertirse en una sucursal del departamento de publicaciones de la Universidad. No porque carezca de interés, que lo tiene; pero de tan académica resulta espesa, por lo que su difusión sería más adecuada en otro ámbito más restringido.

La Nueva España · 22 septiembre 1994