Ignacio Gracia Noriega
Mixtificación político-lingüística
Resulta ejemplar el artículo «El Chiova y la llingua"», publicado en el suplemento cultural de La Nueva España el 27 de mayo de 1995, porque denuncia valientemente la deshonesta manipulación política «progresista», y no es el menor de sus méritos el hecho de que su autor, Manuel Lombardero, es una persona indiscutiblemente progresista, como lo ha demostrado con hechos, dichos y dando la cara cuando había que darla, no arrimándose a las subvenciones de la Consejería de Cultura. Yo vengo escribiendo parecido desde hace años, pero lo mío tiene menos importancia, porque soy un «carca» (y no lo digo por apuntarme al caballo ganador, sino porque son los «progresistas profesionales» quienes de tal me califican).
Esta manipulación es un caso clarísimo de «agitprop», y con la absoluta falta de escrúpulos y de respeto que manifiestan los marxistas cuando se trata de llevar agua a su molino. Hoy en Asturias se falsifican las obras y las biografías de escritores sobre los que se miente con desvergonzado descaro, presentándolos como lo que no eran, como si por haber escrito en bable hubieran sido «progresistes tós», «maxistes-llenillistes tós» y «separatistes tós»; y todo esto no sólo es descarada propaganda política, sino auténtica falsificación cultural que se está haciendo a cargo del erario público, o sea, que tales barbaridades no las patrocina la señora Valcárcel de su bolsillo, sino que las pagan del suyo todos los asturianos, qué todos los asturianos, todos los españoles; porque el tinglado del «Estáu de las autonomías» (según mandato constitucional) se sustenta con el dinero que sale de las arcas de Madrid.
En la recta final del régimen anterior, la reivindicación «llingüística» fue bandera, y conocidos militantes del MC y de la LCR nombraban a sus laicos vástagos «Aitor», «Arancha» o «Jordi». Un amigo mío que estuvo en la cárcel, por entonces aprendía catalán con el mismo espíritu con que el predicador analfabeto de una novela de Faulkner leía La Biblia: con fe. Hasta que el cantante Luis Llach descubrió, asombradísimo, que había individuos que hablaban catalán y eran verdaderos fascistas.
El PSOE, al comienzo, no entró en este juego, en primer lugar porque apenas existía, y si se mantuvo en postura sensata durante algún tiempo se lo hemos de agradecer a gentes como Vigil y Emilio Barbón, quien decía que un pasquín escrito en bable costaría mucho redactarlo y llegaría a menos gente. Pero al PSOE fue arrimándose personal del más variado pelaje, hasta convertirlo en un «frente popular», integrado por desguaces comunistas y de la extrema izquierda, y separatistas catalanes y vascos, y ahí recaló hasta la Valcárcel, después de haberse mofado muchísimo porque Sánchez Vicente se metía, antes que ella, a ver qué pescaba en aquel «partíu tan socialdemocráticu».
La manipulación política del bable supera a cualquier invención bufa: se pretende que por haber escrito en una lengua diferente de la española ya se es «progresista» por ciencia infusa. Los catalanes, como son mucho más listos, reconocen que José Pla, por ejemplo, era un reaccionario aunque escribiera en catalán y no pasa nada: sigue siendo el mejor escritor catalán. En nombre del «progresismu», en Asturias, por el contrario, se falsea hasta la cronología, como ya señalé en un artículo publicado en LA NUEVA ESPAÑA en 1982 sobre la «Antoloxía de prosa hable», donde un texto de J. E. Casariego fechado en 1972 se incluía entre los anteriores a 1970, dando a entender que a partir de la década del setenta todos los que acudían al bable eran «roxos».
La mentira está desvirtuando a aquellos señoritos de aldea, maestros, curas rurales, etcétera, cultivadores de una «llingua»» modesta y cantarina, y a quienes ahora se pretende presentar como a rojos tremebundos y adelantados de una ilusoria y recién inventada «izquierda nacionaliega», que se desea, sin ninguna base real que la sustente, que haya florecido en Asturias desde el s. XVIII. Así tenemos que «Xosefa Xovellanos» era «feminista» (y por ese camino se llegará a asegurar que Pachín de Melás tenía tendencias vegetarianas) o que al P. Galo no se le editaron las obras por represalia del «franquismu», como ya se ha dicho. A Pepín de Pría nos lo intentaron vender sus siniestros comisarios valedores como hombre de izquierdas, y en cambio se ha ocultado, en este año de su centenario, salvo en un artículo de su nieto Javier Neira, que Juan María Acebal era carlista y que también escribió en español. Se quiere promover el separatismo sobre la base del bable, y se oculta lo que señaló Carmen Díaz Castañón en LA NUEVA ESPAÑA (4 de mayo de 1990): «Como en toda la poesía bable de su época, no falta en la poesía de Teodoro Cuesta el tema patriótico». Y la patria de Teodoro, lo mismo que la de Pepín Quevedo, Amable González Abin, «Clarín» o Palacio Valdés, era España. Ahora pagamos entre todos a quienes ocultan y falsean esa verdad, y es fácil que por ese camino llegue el día en que lo paguemos mucho más caro.
La Nueva España · 29 de junio de 1995