Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Personas y hechos de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Gustavo Bueno y el deber del ciudadano

Lo más me indigna de la carta de un «políticamente correcto» contra Gustavo Bueno, publicada en “La Nueva España” hace algunas fechas, es que la califique de «tipo risible» o algo por el estilo. Conozco a Gustavo desde hace unos treinta y cinco años, primero como alumno y luego como amigo, y si bien me he reído con él muchas veces, no sé de nadie que haya osado reírse de él. Osado, digo bien; porque Gustavo Bueno es una de las personas más respetables de la Universidad española, aparte que bueno es Bueno para consentir que le tomen por payaso. Quiero decir, que quien vaya a por lana con él corre el riesgo de salir con el rabo entre las patas, como bien saben algunos que lo intentaron. Su ironía es demoledora, y salva este «políticamente correcto», porque Gustavo Bueno no suele descender a contestar a impertinentes.

Resulta de todos modos inquietante la propuesta de ese individuo de que sólo se le permita hablar a Gustavo sobre asuntos más o menos metafísicos. De modo que al «políticamente correcto» le parece mal la pena de muerte, pero no el recorte de la libertad de expresión. Simultáneamente, Prendes Quirós no se reprime a la hora de solicitar represalias contra el autor de un libro que no le ha gustado («ni una peseta para el libe-lista») y un José Manuel Parrilla, director del secretariado social del Arzobispado de Oviedo y sin duda clérigo que prefiere decir «solidaridad» antes que «caridad», desautoriza a Angel Garralda. ¿A dónde podemos llegar por este camino? Menos mal que Gustavo Bueno (y Angel Carralda: y ¡ojo! no pretendo meter a los dos en el mismo saco) opina como Quevedo: «No he de callar por más que con el dedo / silencio avises...».

Personalmente, no soy partidario de la pena de muerte; pero creo que el Estado, en situaciones extremas, tiene que defenderse y el terrorismo es una situación extrema. La lucha contra ETA no se afronta con clamores populares: todas esas manifestaciones y esos lacitos azules resultan muy bonitos, pero carecen de efectividad. «La gente utiliza velas y lazos azules porque no tiene otra cosa; ni ideas ni contenidos», dice Bueno. «Que la gente repita los tópicos del televisivo Sáenz de Buruaga, patético epítome de lo «políticamente correcto» y que se harte de decir «nosotros los demócratas», «ellos los violentos», «solidaridad», «democracia», etcétera, no soluciona nada, porque de lo que se trata es de que el Gobierno aproveche la emoción nacional, indiscutible y justificadísima, para poner orden en la casa del crimen. Mas, ¿qué hace el Gobierno? De momento, convocar manifestaciones, colocándose a la cabeza como si se tratara de un sólo Sáenz de Buruaga. Esto, en mi opinión, aparte de ser emocionante, solidario, estimulante, etcétera, es peligrosísimo, porque las manifestaciones habitualmente se hacen contra el Gobierno, no contra una banda de asesinos, pues en este caso da la sensación de que son esos asesinos quienes nos gobiernan. La manifestación es un arma de lucha política, no un procedimiento para aplacar a unos asesinos, a quienes, gritándoles «¡Basta ya!», parece que se les está pidiendo tregua. Y más espeluznante resulta todavía que las manifestaciones pidan «paz» y «libertad». ¿Es que no tenemos libertad? Entonces, ¿a quién se le pide esa libertad? ¿A ETA? Esos gritos son el colmo del sinsentido. Por lo menos, convendría que el Estado tuviera una cierta coherencia. A los asesinos no se les puede hablar de solidaridad ni pedirles la paz, porque se niegan a entender ese lenguaje: se les persigue con la Policía y se les juzga por medio de jueces; y que cumplan las condenas hasta el último minuto.

Las manifestaciones, por lo demás, al carecer de contenido y ser, por «corrección política», escrupulosamente laica, ensayan una suerte de nuevo ritual, en el que los manifestantes cantan y se agarran de las manos como si estuvieran en una representación folklórica y aplauden, Como en el fútbol o en las corridas de todos; y en lugar de rezar, callan: cinco minutos de silencio seguidos de aplausos. Los lazos azules y las velas pertenecen más directamente al ritual religioso.

No; ésta no es forma de combatir el terrorismo. Esto resulta bonito, emocionante, solidario. Pero al terrorismo se lo combate por otros medios. No otra cosa dijo Gustavo, cumpliendo, una vez, con su deber de ciudadano.

La Nueva España · 29 julio 1997