Ignacio Gracia Noriega
La batalla de Espinosa de los Monteros
Espinosa de los Monteros es población monumental y antigua, con personalidad. Iglesias, casas y palacios blasonados y una gran torre que todavía manifiesta arrogancia militar nos hablan de un pasado ilustre. Se llega a esta villa del norte de Burgos, desde Asturias, por tierras pasiegas: bien por Vega de Pas y el puerto de Estaca de Trueba, o bien por San Roque de Riomiera y el impresionante puerto de Lunada (un puerto que la primera vez que se cruza es capaz de cortar la respiración). Los monteros de Espinosa, al servicio de los reyes, dieron prestigio y nobleza a estas tierras altas. En la historia de Asturias el monte de Espinosa de los Monteros, está unido a un episodio de armas desgraciado: en la batalla de ese nombre, las tropas asturianas al mando del general Acevedo, que había ido a incorporarse al Ejército de Blake, fueron diezmadas.
El amigo Tobalina, que fue dueño del cine, que tiene tienda de electrodomésticos y familia en Oviedo (el abogado Serrano Tobalina), y que si no fue alcalde merecía haberlo sido, me proporciona datos sobre esa batalla, algunos de los cuales se encuentran en el libro «Los Monteros de Espinosa», de Rufino de Pereda Merino, obra que conoció una segunda edición en 1923. Otros los encontramos en obras de historiadores asturianos, como Fernando Carrera, Marino Busto, Fermín Canella, Francisco Mijares, Cayetano Rubín de Celis y Simón Lorenzo González, que fue testigo presencial de algunos de los hechos que a continuación se refieren y de quien, en mayor o menor medida, bebieron los escritores a los que hemos mencionado.
Acevedo mandaba el batallón de voluntarios de la Universidad de Oviedo, compuesto por cuatro mil hombres, casi todos asturianos. Al entrar en Llanes se les hizo un recibimiento entusiasta y ellos dejaron como huellas de su paso las estrofas del «Bolero» o «La pepita», que todavía canta el Bando de la Magdalena. Según Carrera, esta canción debería llamarse «La pilita», de acuerdo con su letra: «Fuera pilita, / si el hoyo de tu barba / fuera pilita, / más de cuatro tomaran / agua bendita». Lo de «La pepita», evidentemente, es corrupción. Los voluntarios oyeron misa en ermita del Cristo del Camino, por donde iba el camino real, y por ese camino fueron a reunirse con Blake o, por mejor decir, con su destino.
La batalla, que se libró el 10 de noviembre de 1808, fue adversa desde el primer momento. Blake colocó a sus fuerzas delante de Espinosa, en el camino de Valmaseda, teniendo a su espalda la Villa y el río Trueba. Los asturianos, al mando de Acevedo, Quirós y Valdés, estaban situados en una eminencia y padecieron lo más duro de la batalla, en la que murió Quirós, y Valdés y Acevedo quedaron heridos. Consumada la derrota, ante la superioridad numérica del enemigo, los asturianos se retiraron por el valle del Pas, aunque Acevedo, a causa de la gravedad de sus heridas, hubo de buscar refugio en Espinosa, donde murió. A su lado quedó el joven oficial Rafael del Riego, recién salido del cuerpo de Guardias de Corps, que cayó prisionero por no abandonar a su superior. Seguramente esta circunstancia tuvo consecuencias impredecibles en aquel entonces, ya que Riego, durante el tiempo que permaneció prisionero en Francia, entró en relación con las sociedades secretas y con elementos liberales que acabarían haciendo de él un exaltado. ¿Podremos asegurar que de no haber estado Riego en Espinosa de los Monteros no habría ocurrido el levantamiento de Cabezas de San Juan? ¡Quién sabe! Lo cierto es que después de la famosa batalla Asturias queda a merced de los franceses, aunque es posible que no hayan sido éstos los peores, sino los propios soldados asturianos supervivientes, quienes, sin orden ni disciplina, se dedicaron al saqueo, con el pretexto de que lo que ellos bebieran y derramaran no lo tomarían los franceses, que ya habían entrado en Unquera. O sea, que los que parecía que marchaban a una fiesta regresaron derrotados y como depredadores. Pero hace ya muchísimos años que los soldados de Acevedo están olvidados, y en Llanes, por la Magdalena, se sigue cantando el «Bolero» como si tal cosa: «Vive el bolero, / en el piso de arriba / vive el bolero, / abajo el boticario, / yo vivo en medio».
La Nueva España · 11 de enero de 1998