Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Personas y hechos de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

De la tonada astur

Escribe Melchor Fernández en el prólogo a este libro, «Un hito en la historia de la Cultura Asturiana. Concurso y muestra de folklore Ciudad de Oviedo», editado por el Ayuntamiento de Oviedo, que «sólo una persona como Marcilla podía hacer algo tan impecablemente bien hecho desde su engañosa sencillez». Y añade como mérito adicional el hecho de que José María Marcilla no sea asturiano y haya captado tan bien, sin embargo, el sentido y la esencia de la tonada astur. Pero como escribe Melchor: «La tonada es una joya excepcional de la cultura asturiana y el hecho de que, en la actualidad, muchos asturianos la desdeñen, más por desconocimiento que por valoración consciente, no reduce su valor». Muchos asturianos, en efecto, desconocen la tonada; pero son los mismos que jamás se ocuparon de visitar el pueblo vecino al suyo. Sin embargo, es innegable que la tonada tiene un público fervoroso y fiel, un público que llena los teatros o que calla respetuosamente cuando en el chigre se canta. Y a veces cantan muy buenos cantantes. Yo tengo escuchado a Ignacio Apaolaza, a Manolo Ponteo, en Casa Manolo, El Ovetense o la Gran Taberna. Una noche, hace ya muchos años, escuché en Feudal, ahora La Goleta, a Cuchichi y a Miranda, que tomaban un par de vasos en la barra y de pronto se pusieron a cantar. Hace todavía un tiempo era posible escuchar a las leyendas; pero no dudo que ahora mismo otras leyendas se están forjando, no sé si de la talla de los «Cuatro Ases», de Diamantina, de Juanín de Mieres, de Silvino Argüelles, del Presi (a quien oí cantar por última vez en la iglesia de La Foz de Morcín; actuaban también Clara Ferrer y Donorino García y yo daba el pregón; llovía y el cura nos abrió la iglesia, porque José Manuel Valle Carbajal también está convencido de que la tonada es arte mayor). Lo cierto es que la tonada está viva, se renueva dentro de los cánones clásicos y goza de buena salud. Gracias a los concursos y campeonatos, gracias a Marcilla, a Carlos Menéndez Jeannot, gracias a Ángel Martínez, gracias a Gabino de Lorenzo, siempre tan sensible a lo popular, a lo que cala hondo.

Añade Melchor que la tonada «no es, ni mucho menos, lo único valioso del acervo de la música popular de nuestra región, en la que sobrevive, por ejemplo, un riquísimo cancionero lírico, una música coral de gran belleza, una versión tan peculiar como brillante de la gaita y un repertorio de danzas en el que se incluyen algunas realmente únicas, por su antigüedad y belleza». La canción que abre el «Cancionero musical» de Eduardo Martínez Torner («¡Que me oscurece! ¡Ay que me oscurece!») es, según Salvador de Madariaga, digna de Shakespeare. Manolo Lombardero me ha hecho unas atinadas precisiones sobre esta hermosísima canción en carta particular que es lástima que no haga públicas. Y he de añadir, forzoso es hacerlo, que la lengua de ese riquísimo, antiguo y hermosísimo cancionero lírico es, en la abrumadora mayoría de los casos, la lengua común de Asturias: la lengua española. Apenas hay verdadera canción popular asturiana en bable.

El libro de Marcilla enriquece una bibliografía no muy amplia, en la que destacan «La canción asturiana» de José Benito Álvarez Buylla y «Recuerdos de la canción asturiana», de Oscar Luis Tuñón y Ángel Martínez (que ahora prepara una ampliación de esta obra). También amplía a aquel libro inicial éste de Marcilla, que es muy completo (la inclusión de don Juan Uría es un auténtico acierto y vincula a la tonada con la importante labor asturianista del maestro). Igualmente es un acierto la presencia de un «memorioso» como Domingo García, del dramaturgo Eladio Verde, del monologuista Anxelu, de la rapsoda Raquel Mier, y del tañedor de rabel David Caballín. El rabel, instrumento que ha caído en desuso en Asturias, tiene vigencia en Liébana y en Polaciones, donde, todavía hace un par de inviernos, escuché a un viejo rabelista que además recitaba romances. Es gracioso que la Busdonga fuera de la Fuente de la Plata y que su marido, el Mario, se llamara así no por ser aragonés, sino por su habilidad con los naipes. Y echamos en falta a Botón al lado de Cuchichi, Claverol y Miranda, al monologuista Joaquín Llorís y al musicólogo Modesto G. Cobas: tres nombres indispensables. En algún momento se escribe Ángel Fernández (en lugar de Ángel Martínez), y en S. Roque d'Acebal sobra el apóstrofe. Seguramente a la Academia de la Llingua le gusta el apóstrofe por lo que tiene de exótico y propio de lengua extranjera; pero se dice San Roque del Acebal.

En definitiva: una gran obra que pone de manifiesto uno de los aspectos más hermosos y entrañables de la cultura nuestra: la tonada y todo lo que hay alrededor.

La Nueva España · 10 de marzo de 1998