Ignacio Gracia Noriega
Tuero Bertrand, premio «Asturias»
La concesión del premio «Asturias» a Francisco Tuero Bertrand acredita a un premio que va por buen camino, ya que se concede a personas de verdadero mérito, como Emilio Alarcos, Joaquín Manzanares y, ahora, a Francisco Tuero Bertrand, sin atender a circunstancias de clientelismo político, o a que el galardonado sea mujer o hispanoamericano. Francisco Tuero Bertrand, como jurista, como historiador, e incluso como etnógrafo (ahí tenemos páginas de su «Diccionario de Derecho Consuetudinario e Instituciones y Usos Tradicionales de Asturias» que como tal le muestran), es una personalidad asturiana importante; y, como asturiano, con proyección al exterior, no es de los que se quedan contemplando la madreña a la sombra del hórreo. Como jurista alcanzó las cimas de su profesión, llegando a magistrado del Tribunal Supremo y a presidir la Academia Asturiana de Jurisprudencia, e hizo, en este campo, publicaciones indispensables, como la de las Ordenanzas Generales del Principado de Asturias, o el mencionado «Diccionario de Derecho Consuetudinario». En el acta de concesión del premio se destacó «el continuo compromiso y su aportación a la defensa y promoción de la cultura asturiana»; su labor como «jurista eminente y destacado investigador de las instituciones asturianas», y, era inevitable, su «impulso renovador al frente del Real Instituto de Estudios Asturianos». Porque Francisco Tuero Bertrand fue un excelente director del Instituto, a quien se envió a su casa en aplicación de un reglamento inicuo que jubila a los miembros a los 75 años de edad, como si fueran empleados públicos o algo por el estilo. En cualquier caso, con la marcha de Tuero el RIDEA no está alcanzando mayor esplendor, sino al contrario: ha sido sustituido por un director desdibujado; manda la secretaria, y «algunos conspicuos miembros» aprovechan las dependencias del palacio del Conde de Toreno para ejercer el noble arte del cotilleo.
La obra de Tuero como historiador merece capítulo aparte. En el prólogo a su libro reciente sobre «Carlos II y el proceso de los hechizos» (Fundación Alvargonzález, Gijón 1998), el académico Manuel Fernández Álvarez señala que, «no en vano, Tuero aúna la doble condición de historiador –e historiador de la época del Antiguo Régimen– y de magistrado, lo que le permite estar en inmejorables condiciones para afrontar este tipo de trabajos, como ya lo demostró recientemente en su tan notable libro sobre el proceso y muerte de Riego». Pero no sólo Tuero es un historiador con sólida formación jurídica, lo que le permite encararse con solvencia a determinados asuntos que si los abordara sólo el historiador quedarían cojos y si se ocupara de ellos exclusivamente el jurista resultarían áridos. Es, además, un buen escritor, e conoce bien su lengua y sabe emplearla con precisión para escribir más ni menos que aquello que se propone exponer, y posee, además, excelente sentido del ritmo narrativo, razón por la cual libros como «Riego, proceso a un liberal» o «Carlos II y el proceso de los hechizos» son de amena lectura, y no voy a repetir aquí el supuesto elogio de que se leen como si fueran novelas (porque una cosa es leer novela y otra leer historia, y hay trabajos de historiadores que resultan más fascinantes que cualquier novela), porque los episodios del proceso de los hechizos o las peripecias de Riego son ya de por sí suficientemente novelescos. Este asturiano ilustrado del siglo XX ha alcanzado la madurez publicando algunos trabajos históricos, breves y muy bien hechos, que perdurarán. Sería lástima que persistiera en su propósito de jubilarse también como escritor. Espero que al premio «Asturias» le anime a emprender nuevas aventuras.
Es Tuero Bertrand, en fin, un hombre independiente, consecuente consigo mismo, a quien no le importa hacer manifestaciones discordantes, como que «la unidad de España no puede resquebrajarse como se está resquebrajando» (La Nueva España, 2-9-98). No es opinión nueva: en su libro sobre Carlos II, a pesar de todos los defectos del rey, le reconoce como mayor mérito que «nació para defender su dogma por encima de todo: jamás debía producirse una partición de España. Esta fue su gran verdad y su gran virtud».
La Nueva España · 27 de septiembre de 1998