Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Personas y hechos de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

La última clase

La fotografía publicada en la primera página de «La Nueva España» que representa a Gustavo Bueno dirigiéndose desde las escaleras a unos estudiantes que abarrotaban el vestíbulo de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Oviedo (y que con toda probabilidad pasará a la historia) podría titularse así, «La última clase», si no fuera porque es un título algo dramático, que remite el de un hermoso cuento de Alphonse Daudet, que no se puede leer sin que salten lágrimas. En el cuento, un viejo maestro da su última clase en lengua francesa, porque los alemanes han ocupado Alsacia; en la fotografía, Gustavo Bueno habla desde las escaleras porque el espíritu burocrático se ha adueñado de la Universidad. Los vencedores alemanes de 1870 exigían que todos los alsacianos y loreneses hablasen alemán; los burócratas de la Facultad de Letras de Oviedo, que los señores que han cumplido determinada edad se callen, como el maestro Hamel, del cuento de Daudet. Y esta decisión, me apresuro a añadir, no es exclusiva de la Universidad ovetense, porque de forma peligrosa e inquietante el burocratismo se está apoderando del mundo de la cultura, donde no debiera haber jubilaciones: cada uno que trabaje mientras lo desee y pueda, porque la ocupación intelectual no es cuestión de ímpetu juvenil, sino de aposentamiento y experiencia. Tres cuartos de lo mismo ocurre, sin necesidad de salir de Oviedo, en el RIDEA, donde se le pone una mordaza burocrática a los miembros que han cumplido la edad fatídica de los 75 años. Y me apresuro a señalar que de esto no tiene la culpa la secretaria, que es una señora muy agradable y muy guapa, sino el burocratismo que nos invade. Se dictan las normas sin tener en cuenta otra cosa que el propio dictado, y para dictar de ese modo vale con sacar la vara de medir: el día 1 de agosto, todo el mundo de vacaciones; a los 75 años, todo el mundo a casa. Esto es espeluznante, porque se empieza mandando a casa a los viejos y quién sabe si no se terminará mandándolos a la cámara de gas. Yo, con tantas ordenanzas como hay, no las tengo todas conmigo: como decía Napoleón, hay tantas leyes que nadie está seguro de no terminar ahorcado.

La fotografía a la que nos estamos refiriendo resume la trayectoria universitaria y ciudadana de Gustavo Bueno, un intelectual que, siguiendo una tradición ilustre, no calló, ni con la dictadura ni con la democracia. Antes no se podía hablar, pero él hablaba; ahora no le dejan sitio donde hablar, y él sube a una escalera. «He dicho alguna vez, con escándalo acaso de ciertos pedantes, que la verdadera Universidad popular española han sido el café y la plaza pública» -dijo Unamuno en su última lección, al jubilarse en 1934-. Habría que añadir ahora a los cafés y plazas públicas una escalera: aquélla desde la que habló Bueno. Seguramente, y de seguir así, a esta escalera se sumen otras.

La cuestión burocrática que unos burócratas le plantean a Gustavo Bueno, y sobre todo a sus alumnos, que son, a fin de cuentas, quienes exigen la permanencia del maestro en la enseñanza, tiene, de un lado, un cierto aspecto de ajuste de cuentas. Consultemos las hemerotecas. Alguien que hace pocos meses lo acusó de plagiaria, también anunció lo que ahora está ocurriendo: claro que sin contar con la reacción de unos estudiantes, por lo general poco activos, salvo cuando se consideran perjudicados. Y, desde luego, esos estudiantes saben que nadie, en toda la Universidad actual, los podrá compensar de la falta de Bueno. Como escribía un lector de este periódico, en carta abierta, si Bueno es un profesor de tanta categoría, ¿por qué lo quitan? Esto, y el enconamiento entre Marqués y Alvarez-Cascos, es algo que no se explica nadie. Es lástima que el rectorado de un hombre prudente como Julio Rodríguez, que es un buen rector, tenga que afrontar incidentes provocados por burocratismos de corto alcance, que reforzarán al burócrata, pero no a la Universidad. El saber no es burocracia: es todo lo contrario de la burocracia.

Genio y figura, Gustavo Bueno sigue peleón y locuaz. Yo recuerdo sus clases en la Universidad de hace casi -¡ay!- cuarenta años. Hablaba Bueno infatigablemente; la clase tocaba a su fin, y el conserje, Pachu o Juanín, asomaba la cabeza por la puerta entreabierta y anunciaba: «Señor profesor, la hora». Daba igual. Gustavo seguía hablando y hablando. Por eso no me extraña que ahora haya ido a la escalera para poder hablar. Y si le echan de la Universidad, unas azafatas de Iberia ya le ofrecieron un avión con el altavoz de la cabina del comandante.

La Nueva España · 5 de noviembre de 1998