Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Por los caminos de la Asturias central

Ignacio Gracia Noriega

Comer de restaurante no es tan caro

La hostelería está en crisis, pero los diputados regionales asturianos, por suerte, están contribuyendo al mantenimiento del sector con sus pantagruélicas comidas

En 1992, cuando arreciaba la batalla del «Plan Especial de Llanes y un gerifalte socialista de fuerte vozarrón y recia pelambre paseaba por la villa con ínfulas de Conde Rossi en Palma de Mallorca acompañado a modo de espolique por la rechoncha figura de un franquista furioso, siempre con la misma camisa rosa de manga corta y bastoncillo de veraneante del que a veces hacía uso no sólo para apoyarse o presumir y al que hace pocas fechas el P. Ángel, perdidos los estribos en pleno «rapto» adulatorio, comparó con el papa Francisco I por su gran preocupación por los necesitados, el ahora diputado y entonces meritorio Fernando Lastra publicó en «La Nueva España» un artículo ejemplar, de emoción indeleble, que iba directamente a los buenos sentimientos de los lectores y que merecería figurar en lugar eminente en la antología «Articulismo español contemporáneo» de Pedro de Miguel, cuando no recibir uno de esos premios, de servil imitación foránea a que tan aficionados son nuestros compatriotas, que fuera copia del «Pulitzer» como los premios «Príncipe de Asturias» (del «Cervantes)) ya no se acuerda nadie) lo son del Nobel y los «Goya» de los «Oscar» de Hollywood. Ya sé que en España no hay todavía una imitación de «Pulitzer», pero debería haberse inaugurado con el artículo al que me refiero. En él, el meritorio Lastra relataba, con un sentimentalismo casi lacrimógeno, un episodio que tenía por escenario la estación del ferrocarril de mi pueblo.

Un modesto alcalde llamado Trevín, anegado de amor y buenos deseos hacia sus administrados, y su acólito don Manuelín Amieva (observarán ustedes que en mi pueblo siempre el nativo va de «chico para todo» del foráneo, tanto el de los bastonazos con relación al conde Rossi como en este caso), descienden cariacontecidos del vagón de tercera en el que habían viajado austeramente. En el andén aguardaba anhelante la parejita que necesitaba tener un piso para casarse, el albañil que a fuerza de trabajo y sacrificio proyectaba dar sus primeros pasos en la construcción por cuenta propia (aspiración muy poco socialista), la ancianita que ahorrando peseta a peseta y «centimín a centimín», soñaba Con tener un piso propio para alquilarlo a los veraneantes. Mas, compungido, el alcalde Trevín sacando fuerzas de flaqueza y sobreponiéndose a la honda decepción que le embargaba, anunció:

-No puede ser.

Y reprimió un profundo sollozo y una «furtiva lágrima», porque el hombre público debe mostrarse fuerte en la adversidad. De este modo, los tribunales de justicia frenaron por primera vez uno de los «planes especiales» más especulativos que registra la historia del urbanismo español. Y si ustedes, mis queridos lectores, no creen que el ahora diputado Lastra haya escrito un cuento tan bello, casi de Dickens, consulten por favor las colecciones de «La Nueva España». Acudan a las hemerotecas. Uno de los graves problemas de este país es que, a pesar de que hace un tiempo se habló demasiado de «memoria histórica», se acude poco a las hemerotecas.

Veinte años más tarde, aquel alevín autor de cuentos de hadas que escribió la triste historia que les he resumido, es todo un diputado que cobra 3.206,8 euros al mes por representar y servir a sus queridos electores. Como decía don Pío Baroja, en esta tierra, para ser buen socialista, hay que cobrar. Lo malo es que aquí y ahora no cobran sólo los socialistas. El «centro derecha» muestra tanta afición al dinero como la izquierda y nada digamos de foristas y demás. Como el dinero público no es de nadie, ¡viva la Pepa! Y no imitando la austeridad del entonces alcalde Trevín, que viajaba en tercera y llevaba el bocadillo en el bolsillo de la gabardina para comer durante el trayecto, a la altura de El Berrón, el diputado Lastra, lo mismo que los demás diputados, presenta gastos de alimentación por importe de 933,74 euros al mes. ¿Se incluyen en esta cantidad, a mi juicio un poquito elevada, los gastos alimentarios de toda la familia o es que los señores diputados comen todos los días fuera de casa? Aun así, casi mil euros por comer al mes pueden parecer excesivos a quienes no se pueden permitir el nivel de vida de un diputado. Bien es verdad que si esos personajes que tanto se sacrifican por nosotros y que podrían estar ganado mucho más si dedicaran sus esfuerzos a trabajar en la empresa privada, no se permiten un lujo de vez en cuando, ¿adónde iríamos a parar? Preguntar qué empresa privada le pagaría tres mil euros a un diputado tal vez parezca ocioso o malintencionado. Admitamos que todos los diputados españoles, nacionales y regionales, sin excepción, ganarían mucho más de lo que están ganando si no fuera por su desinterés, su austeridad y su sentido del sacrificio, que los lleva a ganar mucho menos por servir a la comunidad. Por lo que no quisiera yo parecer desagradecido a quienes hacen por mí tan grande renuncia. Sólo me pregunto qué se puede comer para que una persona consuma novecientos euros en alimentos. Digo yo que sin vinos, porque beber no es «políticamente correcto» (ya lo dijo Z., que ni comer ni fumar es de izquierdas) y en sus días, la ministra Salgado se propuso prohibir el alcohol. Tampoco se debe comer mucho. Un anuncio televisivo emitido en la actualidad presenta a dos mujeres modernas en un restaurante, la botellita de agua mineral delante y una flor presidiendo la mesa. Una de ellas pide una ensalada y la otra pasta y detrás uno helado de chocolate. La de la ensalada se escandaliza: «Pero chica, ¿cómo comes tanto?» Con clientes como éstas no me extraña que la hostelería esté en crisis. Por suerte, los diputados regionales asturianos están contribuyendo al mantenimiento del sector con sus pantagruélicas facturas.

Comer de restaurante no es tan caro como puede temerse. Claro que si se piden vinos especiales, puros habanos y se hace una llamada a Singapur para saludar al vástago que está trabajando allí o se hace como aquel «progre» que cuando le invitaba a comer su tío teniente coronel pedía los platos y los vinos de más precio, la cuenta sube considerablemente. Pero ahora apenas se bebe vino, los puros están prohibidos y las llamadas a Singapur se hacen por el teléfono móvil. Asimismo, se ve a menos políticos en los restaurantes de lujo. Pasaron los tiempos en que el presidente del Principado se desplazaba en coche oficial con otro de escolta a «Casa Fermín», que dista unos cuarenta pasos del antiguo palacio de la Diputación pero que para ir en coche hay que atravesar medio Oviedo. Sin embargo, la tendencia iniciada en los primeros tiempos de la transición, cuando se empezaban a ocupar cargos políticos remunerados, se mantiene muy firme. Por aquel tiempo, a uno y otro lados de la calle Argüelles, se encontraban, como ahora, el restaurante Casa Conrado y la honesta y excelente casa de comidas Bar Niza. El Niza era el santuario y punto de reunión de los socialistas y, por extensión, de toda la izquierda asturiana. Lo mismo se podía encontrar allí a Emilio Barbón, Encarna y Marcelo, el veterano Emilio llaneza o a Purificación Tomás, mientras su marido, Rafael Fernández, hacía negociaciones «de altura» en Casa Conrado. Cuando todos los que comían la lengua estofada y los coles de Bruselas del Niza pasaron a Casa Conrado pidiendo «yo, lubina», la transición quedó consumada y nació algo más que una clase social: la casta del político profesional que continúa desvelándose por nosotros.

La Nueva España · 6 abril 2013