Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Por los caminos de la Asturias central

Ignacio Gracia Noriega

La dificilísima calle de Canteli

Es un acto de justicia: no le honra la ciudad, él honró a Oviedo

Para los que somos ajenos a los misterios, las más de las veces insondables, de la política, resulta incomprensible que Luis María Fernández Canteli, un asturiano ilustre, de gran significación en Oviedo hace unos años, no tenga todavía calle en la ciudad en la que transcurrió la mayor parte de su vida y en la que desarrolló sus actividades culturales, políticas, y sociales, cuando en otros órdenes si se suman dos y dos el resultado es cuatro. Pero en Oviedo, ciudad que vota a la derecha, regida por un ayuntamiento de derechas desde tiempo inmemorial y habiendo sido Canteli un prohombre de la derecha, dos y dos no suman cuatro, ya que tiene calle Aida Lafuente y no la tiene Canteli. Un observador ingenuo podrá suponer, tal vez, que el destierro de Canteli del callejero ovetense se debe a los socialistas durante el período que gobernaron la ciudad, mas no es así, ya que el alcalde societario de aquel tiempo, Antonio Masip, es uno de los más activos reivindicadores del ingreso de Canteli en el mencionado callejero ovetense. Entonces, ¿se deberá a que fue un alcalde conservador o de «centro-derecha», como pudorosamente se dice ahora, por no decir lisa y llanamente «de derechas», quien vetó a Canteli? Todo puede ser, y en un mundo tan complicado como éste, cosas veredes... Después de que el partido de la «derecha habitual» regaló al gobierno de Asturias a los socialistas, todo es posible... en Oviedo. En cualquier caso, la izquierda, una vez más, es más coherente y resuelta que la derecha, pues mientras Carlos Marx tiene calle en Gijón, Luis Mª Fernández Canteli no la tiene en Oviedo. Observaba Julio Camba que en la época de aquella república que algunos añoran (no a la república propiamente, sino al Frente Popular), en la puerta del Sol se vendía el «Manifiesto comunista» a treinta céntimos y los vendedores ambulantes lo voceaban como obra de «Don Carlos Marix», como expresión del respeto popular hacia un señor con estudios, alemán y con barba. A lo que apunta Camba: «El gran doctrinario del internacionalismo adquiere con ese «don» carta de ciudadanía madrileña y se convierte en uno de los nuestros». En Gijón las cosas se han rectificado y consta el nombre de Karl Marx privándolo de todo casticismo, en ejercicio plenamente internacionalista, y así de norteamericanizarnos con Aznar, afrancesarnos con Z. y germanizamos con Rajoy y el callejero de Gijón, en Oviedo se tiran piedras contra el propio tejado: se quiere expulsar de su calle al teniente coronel Tejeiro (aún cuando la estatua no es la del militar liberador de la ciudad sino la del soldado desconocido) y se le niega calle a Canteli, que fue uno de los pocos liberales en ejercicio durante el último tramo del régimen anterior.

Bien es verdad que del PP puede esperarse cualquier medida que no sea propia de un partido «conservador». Ese UCD redivivo está a lo suyo: a hacer lo posible por no gobernar aunque tenga mayoría absoluta, no se vayan a enfadar los socialistas y no a no considerarlos «políticamente correctos»; a constituimos en colonia de cuarta fila del capitalismo salvaje y a rechazar su pasado, como hizo hace un año con motivo del centenario del fallecimiento de don Marcelino Menéndez Pelayo. De Menéndez Pelayo no era oportuno hacer ostentación alguna porque hablaba de España, de su significación cultural e histórica, de unos firmes principios morales y políticos en una época en la que los que debieran defenderlos admiten como inevitables el pasotismo y el nihilismo. ¿Cómo va a reconocer en Menéndez Pelayo un gobierno que tiene su sede en Bonn, los capitales en Suiza, los jóvenes talentos con ansias de marchar a Singapur (donde atan los perros con longanizas) y la población anhelando marchar a Niu York? Con tanto cosmopolitismo y tanto derrotismo, España no es otra cosa que una antigualla. ¿Quién se ocupa de ella a estas alturas? ¿Qué dirán los progresistas en caso de que alguien se ocupe? A este paso, temo, a la derecha que renuncia a ser menendezpelayista no le queda otro remedio que volver a sus orígenes. Por lo menos, conservar un desprecio hacia la cultura común con el régimen anterior.

Luis Mª Fernández Canteli era un señor de derechas culto y decidido, que ocupó cargos de relevancia social corno presidente del Ateneo de Oviedo y teniente alcalde. Su idea de la actividad municipal era muy precisa y razonable: «Los ayuntamientos deben ocuparse de las farolas y de la limpieza de las calles, no de hacer política exterior o del aborto». Había nacido en el número 3 de la calle Covadonga de Oviedo, el 11 de noviembre de 1921; su padre era de Valle, en Piloña, y su madre de Bimenes. Ingeniero industrial por Bilbao, desde 1949 fue ingeniero de Renfe, y no dejó de ejercer su profesión a pesar de los muchos cargos que ocupó con pasión, dedicación casi absoluta y desinteresadamente. Absorbido por mil ocupaciones, nunca encontraba tiempo para redondear su trabajo sobre la construcción del camino de Asturias en el siglo XVIII. Su actividad como filatélico está reconocida internacionalmente. En el aspecto cultural, su nombre va unido para siempre a los de la Alianza Francesa y al Ateneo de Oviedo, debiéndose a su iniciativa la publicación de un curioso número de la revista «Acto y voz», en el que colaboraron algunos jóvenes que desarrollarían una importante actividad literaria posterior: Juan Cueto, Mariano Antolín, José Avello, Fernando-Corugedo, etc. El lema del Ateneo bajo su presidencia era «lugar de lo opinable», y aunque muchas veces resultaba difícil opinar libremente, él apoyaba cualquier iniciativa siempre que fuera «cultural».Yo formé parte de dos juntas directivas bajo su presidencia, en una de ellas como secretario (de aquellas juntas solo quedamos Teodoro López Cuesta, Luis Vega Escandón y yo) y tuvimos problemas, algunos serios, como las representaciones de «Los cuernos de don Friolera», de Valle-Inclán y «Los dos verdugos» de Fernando Arrabal. Poetas muy contrarios al régimen como Gabriel Celaya y Ángel González tuvieron abierta la tribuna del Ateneo. Canteli daba la cara si surgía algún problema con la autoridad, siempre vigilante. Y en el Ateneo más vigilante si cabe, ya que teníamos como vecina a la delegación de Información y turismo, aunque reconozco que no era lo mismo tratar con Serrano Castilla y el comandante Arturo del período final, que con Alejandro Fernández Sordo, un «goebbels» con gafas, pero muy listo, y, lo que era más raro, muy al día: tanto que en cierta ocasión aseguró que antes autorizaría una obra de Brecht que «El divino impaciente» de don José Mª Pemán, oliéndose el «cachondeo» en el montaje de esta última. Yo reconozco que en mi vida trabajé con nadie con libertad y tan buen entendimiento. Él y Carmina, colaboradora en todas sus cosas, formaban una pareja inseparable y entrañable. Siempre juntos y bien avenidos. Ella le acompañaba a todas partes. Canteli era voraz comiendo bolsas de patatas fritas.

Durante décadas, Blanquita, la fiel y magnífica secretaria del Ateneo, reivindicó su memoria. Tuvo que enfrentarse mil veces al muro del rechazo. Ahora, parece que sus gestiones y las del Ernesto Junco, Javier Calzadilla, el potente abogado José Mª Fernández, han sido escuchados. Es un acto de justicia. No honra Oviedo a Canteli: Canteli honró a Oviedo.

La Nueva España · 22 junio2013