Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Por los caminos de la Asturias central

Ignacio Gracia Noriega

De cronistas oficiales

¡Ahí es nada que le reconozcan a alguno en su pueblo! Ni a Jesús le reconocieron sus vecinos, con lo que se demuestra que Siero es mejor pueblo que Nazaret

A nuestro amigo Juan José Domínguez, cronista oficial de Siero desde, hace quince años, la sociedad Amigos del Roble le ha concedido el galardón «Paisano del año», por lo que debiéramos congratulamos todos los cronistas oficiales de Asturias, ya que no somos otra cosa que «aldeanos» según la opinión de un culto escritor que lleva arios aburriendo hasta las piedras con sus citas inmoderadas e incontroladas de Ortega y Gasset y Azaña, los dos únicos escritores que debe de haber leído, ya que no cita a otros en sus habituales sermones-coñazo relamidamente republicanos, salvo que se trate de algún allegado como Rosa Chacel, una escritora absolutamente ilegible, eso sí, con la inevitable cita de Ortega. En el mejor de los casos, Ortega no vale nada como crítico literario, a no ser que se tomen en serio sus teorías, en cuyo caso fue nefasto. Ortega y Azaña, como único alimento intelectual, producen una avitaminosis aguda y aun reconociéndole a Ortega méritos indudables y muy pocos a Azaña, no se puede pasar por alto que el primero era un gran pedante y el segundo un gran pelmazo y si Ortega fue funesto como crítico (de ahí salieron los asténicos Benjamín Jarnés, la Chalce y algún otro que se propusieron seguir sus teorías sobre la novela en lugar de escribir algo que se parezca a novelas), Azaña lo fue como político. No sólo por el Frente Popular y otros desaguisados, sino porque cuando un político de derechas se deja fascinar por la izquierda, hace el ridículo, trátese de Azaña o de Rajoy. Capacitado, pues, para escribir sólo sobre los únicos escritores que leyó, más algún hispanoamericano mediocre, resulta un poco sorprendente que el orteguiano-azañista, por elogiar al cronista oficial de más reciente nombramiento, haya despreciado hasta el insulto a los demás cronistas oficiales, siendo como es el azañista de marras intelectual de probada corrección política: de lo que se deduce que los demás cronistas oficiales, por ser antiguallas, somos retrógrados. Yo tengo muy claro que todos los demás cronistas oficiales de Asturias no nos parecemos como escritores al nuevo cronista oficial de Pravia, a quien yo apoyé en carta al alcalde aunque haciendo constar que quien merecía ser el cronista oficial y recibir el homenaje de ese concejo es Fernando Inclán, sabio modesto (porque él nunca se dio importancia) y uno de nuestros grandes expertos en derecho consuetudinario. Pravia y Asturias le deben reconocimiento a Fernando Inclán. En cuanto al nuevo cronista, es posible que sea mejor escritor que todos los demás juntos: desde luego, es más moderno, lo que no le discuto. Pero los términos descalificatorios que el azañista dedica a los cronistas para ensalzar al de Pravia no sólo son injustos: sobre todo, son innecesarios. En mi opinión, es más importante ser «Paisano del año», como Juan José Domínguez, que citar a Ortega y Azaña como quien maja y escribir plúmbeos artículos, ahora precedidos de una larga cita de la que el texto posterior es comentario o glosa, adobado con moralidades republicanas.

Por la fotografía que publica de él «La Nueva España», se ve que Juan José Domínguez está contento con el nombramiento. ¡Ahí es nada que le reconozcan a uno en su pueblo! Ni a Jesús le reconocieron sus vecinos de Nazaret, con lo que se demuestra que Siero es mejor pueblo que Nazaret. Recibir un premio, dice Juan José Domínguez, siempre resulta agradable y más por trabajar en lo que a uno le gusta. En consecuencia, tiene la sonrisa abierta y la barriga ya ha empezado a trazar la «curva de la felicidad».

Hay cronistas oficiales y cronistas oficiosos, como Enrique Medina, autor de magníficas estampas sierenses, muchas de ellas publicadas en las páginas de este periódico. Con motivo de la presentación de su libro «Testimonios para el recuerdo de los personajes de Siero», al que le puse prólogo, se celebró el acto de presentación en el Ayuntamiento, con intervención del Alcalde, el cual se permitió afirmar, con evidente grosería, que yo no era el cronista oficial de Llanes, seguramente por resultarle grato a Trevín: el cual, por cierto, poco hizo por él, ya que al poco tiempo el Alcalde fue destituido entre otras cosas por decir, después de haberse pasado de rosca, que él era un señor muy importante y amigo del delegado del Gobierno, en tanto que a mí los tribunales de justicia me repusieron en el rango del que había sido despojado por Trevín. Miren por dónde aquel munícipe perdió dos excelentes oportunidades para permanecer callado, el día que se ciñó a la versión oficial del trevinismo y la madrugada que se pasó de rosca.

Juan José Domínguez, hombre del pueblo, «poleso de cuna y crianza», conoce bien Siero de patearlo todos los días y encuentra a la Pola «guapa porque sigue siendo un pueblo». Aunque la parte antigua está peor que machacada: está tirada Para eso están también los cronistas oficiales: para hacer crítica municipal aunque tal actividad, según el azañista, no sea de tanta enjundia intelectual como leer a Azaña y a Ortega y declararse machaconamente republicano. A Juan José Domínguez debemos agradecerle su nobleza y valor personal porque reconoce que el primero en meter la pata en materia urbanística en la Pola fue su padre al construir un edificio de varios pisos frente al Ayuntamiento: aunque fue el primero de la villa que tuvo ascensor, fue una aberración.

Coincide el nombramiento de Juan José Domínguez como «Paisano del año» con el décimo aniversario del fallecimiento de Joaquín Manzanares, cronista oficial de Asturias. Manzanares fue un cronista oficial poco complaciente, sin pelos en la lengua, que le cantaba las cuarenta al mismísimo lucero del alba. Como un sir Galaz de la piedra, salió a la defensa del arte asturiano como si se tratara de restaurar el Grial Manzanares procuró abarcar toda Asturias en la misma cruzada, en la que de la misma manera que Don Quijote se enfrentaba a curas, boticarios, nogromantes y molinos de viento, él lo hacía a quien hiciera falta, desde las más altas instancias políticas regionales a alcaldes desaprensivos y funcionarios culturales acomodaticios. Manzanares daba el aspecto de estar permanentemente enfurruñado porque «le dolía la decadencia asturiana», pero en el trato era un buenazo con sentido del humor (el humor de algunos ovetenses que hablan como si estuvieran riñendo) y nadie como él pisó tanta tierra de Asturias (una región muy mal conocida por los propios asturianos). Si uno quería saber cualquier cosa de los rincones más apartados de la región, bastaba con preguntar a Manzanares. Donde hubiera una iglesia antigua, una piedra milenaria, allí había estado Manzanares. Y protestaba siempre contra los responsables del abandono de los monumentos asturianos, siempre en voz alta y con mucha claridad, señalando a los responsables con sus nombres. Son muy pocos los capaces de hacer denuncias en público y sin contemplaciones, y esos actos de civismo se pagan: a Pepe el Ferreiru le echaron del museo que había fundado y a los diez arios de la muerte de Joaquín Manzanares, el cargo de cronista oficial de Asturias continúa sin ocupar: por si sale otro cronista respondón.

Aunque el azañista no se lo crea, hacen falta muchos cronistas valientes y conocedores de sus pueblos. No sé qué esperan para nombrar a Juan Antonio Coppen cronista de Lugones; a Ana Moradiellos, cronista de Cabrales... Hacen más falta cronistas que orteguianos-azañistas.

La Nueva España · 29 junio 2013