Ignacio Gracia Noriega
La librería Santa Teresa
Sobre la desaparición de los negocios clásicos en la ciudad por culpa de la crisis
Decir que el cierre de la Librería Santa Teresa es un trozo muy importante del Oviedo de siempre que se va para siempre es tan tópico como vislumbrar el «final del túnel» de la crisis y de paso, bajan los tipos de interés hasta mínimos inconcebibles para animar un poca más el cotarro y, de paso, castigar a los ahorradores en beneficio de los despilfarradores: socialismo puro y demagogia clásica, ya que el capitalismo tenía el ahorro como uno de sus pilares y el socialismo fundamenta sus éxitos en el gasto desmesurado de los dineros públicos que, como es sabido, «no son de nadie».
Desde su etapa originaria el socialismo está convencido de que los bienes terrenales son inagotables, el problema es que están mal distribuidos. Por eso los socialistas se apresuran a administrarlos siempre que les resulta posible, aunque con resultados dudosos, como certifica la implacable Historia, en la que sus ancestros tanto decían creer. Veremos si los bancos con los tipos de interés no ya por los suelos, sino por el mismísimo subsuelo, volverán a dar créditos, y si vuelven a darlos a lo loco, soltando euros corno si fueran pesetas, volveremos a las andadas.
Si el dinero no vale, ¿por qué vamos a extrañarnos de que un ejecutivo de un banco se jubile con ochenta millones de euros, de que se paguen por un futbolista miles de millones o de que el «honrado» Bárcenas, o en el ámbito local, nuestra Roldana, hayan amasado «pequeñas fortunitas» para atender a las necesidades de un futuro tal vez tenebroso?
Dostoiewski sabía muy bien que si Dios no existe, todo está permitido. Después de la «muerte de Dios», decretada en estos tiempos tan modernos, el dinero, el «dios visible», pasó a formar parte de una nueva trinidad compuesta por la salud (ya que no hay otra vida, a vivir en ésta cuidándose, amasando dinero y haciendo deporte) y la propia modernidad a modo de abstracción de sí misma o Espíritu Santo Puro; mas si resulta que «el dinero vale», ¿qué delito hay en acapararlo para jugar con él?
Como cada cosa es relativa, puede ser ella misma y la contraria. Por ejemplo, los socialistas ahora vuelven a acordarse del federalismo: es una buena manera de desarticular a España de una vez por todas con el pretexto de que la están apuntalando Porque si el nefasto «Estado de las Autonomías (según mandato constitucional)» no es federalismo, ya me dirán qué es.
Resumiendo: las medidas para mejorar la economía dan poco resultado pero desunir más a España cuando ya está suficientemente desunida puede dar el resultado apetecido. En cualquier caso, volvamos a la economía. Jamás los ahorradores fueron responsables de una crisis económica.
No lo fueron porque siempre supieron que el dinero tiene un valor. Corno lo sabían la totalidad de los ciudadanos (salvo los socialistas) en el año 1928, cuando en Oviedo se abrió una nueva librería en la calle del Peso que en 1941 se trasladó a la calle Pelayo conservando el nombre con que fue rotulada en su inauguración: Santa Teresa.
Supongo que ese rotulo sería un recuerdo y homenaje de una de nuestras escritoras clásicas, Santa Teresa de Jesús, la autora de «Las moradas», «Las fundaciones» y el «Libro de su vida», una obra que desmiente la recriminación de Ortega y Gasset de que en España no se escribieron memorias ni autobiografías: y es que cuando se opina sobre todo lo divino y humano se corre el serio riesgo de marrar alguna vez.
Santa Teresa es un nombre muy adecuado para una librería en una ciudad como Oviedo, en que las librerías llevan nombres de escritores (Cervantes), de la calle donde estuvieron instaladas por primera vez (Santa Clara), de los apellidos de los dueños (Martínez, después Ojanguren o la librería Galán, desaparecida hace muchos años) o familiares (Maribel).
Santa Teresa es un buen nombre para una librería, la librería Santa 'Teresa era una buena librería, y su cierre inmediato es una desgracia para la ciudad seguramente más literaria de España: salvo el Madrid galdosiano, ninguna otra ciudad reúne tantos escenarios literarios en tan pocos metros urbanizados como los que separan la plaza de la Catedral de la plaza del la plaza del Fontán pasando por la calle de la Rúa (una calle de nombre redundante). «Para muchas generaciones de ovetenses, Santa Teresa era la librería por antonomasia», escribe Ángel Fidalgo. Al menos, formaba parte de ese cuarteto inolvidable compuesto por las librerías Ojanguren (como Martínez es la más antigua de la ciudad»), Cervantes, Santa Teresa y Gráficas Summa, en la calle Doctor Casal, frente al antiguo emplazamiento de la librería Cervantes.
Gráficas Summa era una librería pequeñísima y coqueta, siempre al tanto de novedades y en cuya inolvidable trastienda se encontraban casi todos los libros prohibidos por la maldad del régimen anterior. Entrar en Gráficas Summa era como ir a París: se salía de ella con las publicaciones del Ruedo Ibérico, tan mal impresas que manchaban los dedos de tinta, pero en compensación podía uno leer las tonterías que se le ocurrían a un Ramón Bulnes, de apellidos asturianos, según parece.
Pero también en Gráficas Summa había todo el «nouveau roman» (en francés y español, vía Barral: el representante de este editor no podía haber escogido otro más a propósito a sus facultades físicas, ya que no pronunciaba la «erre» y decía «Cagos Bagal»), todo el fondo de Cultura, todo Sartre y Camus, todo Faulkner y hasta un por entonces desconocidísimo Alesandr Soljenitsin. Su primer libro en español lo encontré en la trastienda; me acompañaba un amigo comunista, que lo proclamó «gusano» como si fuera un anticastrista y tal vez por ese motivo compré un libro. Más tarde se descubría que el novelista ruso, uno de los paladines de la libertad en el siglo XX, era bastante más que anticastrista.
Gráficas Summa cerró hace muchos años, no puedo precisar cuántos. Durante algún tiempo, no mucho, Seginos tuvo abierta una librería haciendo esquina a la calle San Bernabé. Pero resultaba estimulante que durante varias décadas de las cuatro librerías solo hubiera caído una. Ahora cae Santa Teresa.
Alberto Polledo, buen librero, buen escritor, buen amigo, enumera los motivos del cierre: la jubilación, la crisis, «el internet». La jubilación y «el internet» son fatales para la cultura. La jubilación, porque muchas personas que están haciendo cosas dejarán de hacerlas; «el internet», porque la electrónica nunca podrá suplantar al libro, ni siquiera a las enciclopedias ilustradas. Yo me sentía en la librería Santa Teresa como en mi casa. Pero todo se acaba.
Cerraron los buenos bares, ahora cierran las buenas librerías. Como dice Ramón Rodríguez, el centro de Oviedo «queda más desprotegido y despersonalizado». Donde hubo un espacio vivo va a quedar un espacio muerto, quien sabe si una escombrera. Porque antes en cualquier local vacío se abría un bar o un banco. Los bares están también de capa caída, se prohíbe fumar (lo que para la hostelería fue una dura cornada) y el ministro Montoro, con más impuestos a las bebidas, va a implantar una «ley seca» fiscal que para ella hubiera deseado la ministra Salgado (y es que los «progres» de derechas superan a los «progres fetén»). Y en cuanto a que se instale un banco, ¿qué sentido puede tener, si el dinero no vale?
La Nueva España · 27 julio 2013