Ignacio Gracia Noriega
El Nuevo Mundo
La huella de las gentes de la región en la conquista de América es discreta, en absoluto comparable a la que dejaron como inmigrantes a partir del siglo XIX, pero hay algunas personalidades vinculadas a ese hecho histórico
La presencia de asturianos en el descubrimiento, conquista y colonización de América fue escasa y, si se quiere, poco relevante si la comparamos con la gran presencia de emigrantes a partir del siglo XIX.
Hubo, sí, una figura a la altura de los principales conquistadores, Pedro Menéndez de Avilés, el Adelantado de La Florida, y su biógrafo Gonzalo Solís de Merás figura entre los cronistas de Indias aunque se le mencione poco. Más conocido es Gonzalo Fernández de Oviedo, quien además de ostentar en su apellido el nombre de la capital del Principado, era oriundo de Grado. El ínclito hidalgo José Evaristo Casariego, decidido a cubrir esas ausencias, rastrea a un asturiano entre los acompañantes de Colón, llamado Pedro de Acevedo, paje de la nao «Santa María». Y como todo dato exige confirmación, Casariego argumenta de modo irrefutable:
«Baso esta afirmación en lo siguiente: Acevedo es un apellido asturianísimo, con raíz en el antiguo Concejo de Castropol. Claro está que sólo esto del apellido sería un indicio débil, puesto que, corno acabo de decir, los patronímicos asturianos estaban bastante extendidos en Andalucía y el resto de España. Pero este indicio se refuerza por la tradición existente en algunas ramas de los Acevedos asturianos de que mi antepasado suyo había ido a las Indias con Cristóbal Colón. Esto se lo oí algunas veces a mi abuelo D. Evaristo Casariego y López-Acevedo, que era marino, como especie que circulaba de padres a hijos en la familia».
¡Lo que faltaba! El paje de Colón era, además, su antepasado: solo le faltaba ser de Luarca para hacer bingo en la mitología casariegana.
De Luarca eran Alonso, Pablo y Juan de Luarca, Alonso Rodríguez, de Cadavedo, y el gran aventurero Miguel de Luarca, que habiendo desembarcado en La Florida, llegó a China, lo que ya es navegar y andar; y de Tineo, el contador Melchor de Maldonado, que acompañó a Colón en su segundo viaje. Aprovecha Casariego esta relación para recordar que en la casa de los Rodríguez de Cambaral, a la que pertenecían dos de los conquistadores luarqueses reseñados, se habían dispuesto toda clase de comodidades para recibir a Carlos V en Luarca en 1555: pues si en su primer viaje a España había desembarcado en Villaviciosa, ¿por qué no iba a hacerlo en Luarca en el último? De otra parte, Alonso de Luarca era «buen amigo» de Alvarado, a quien acompañó en su expedición. En fin, también enumera a naturales de otras villas y concejos asturianos hasta completar un grupo si no numeroso, considerable al menos.
Dos asturianos de más renombre que éstos también tuvieron relación con el Nuevo Mundo sin pisarlo. Se trata de los dos asturianos más ilustres del siglo XVI. Alonso de Quintanilla era contador de los Reyes Católicos y uno de los personajes más influyentes y poderosos de su tiempo, natural de Paderni, al sur de Oviedo, situado en la «oscura Asturias», según Antonio de Nebrija. En la actualidad Paderni es una aldea minúscula, en una hondonada a la derecha de la antigua carretera de La Manzaneda y el Padrún, que tiene dos entradas y una salida (pues la otra es dirección prohibida). Quintanilla no solo desarrolló una actividad económica como contador, sino que también fue consejero y agente real, jurista y hombre de Estado, regidor de Medina del Campo y virrey de Navarra y fundador de la Santa Hermandad, gente armada que imponía el orden en los descampados, precursora de la guardia civil. El aspecto que nos interesa aquí es el de haber dado el apoyo definitivo a Colón para que realizara su viaje. Colón entra en contacto con él hacia 1485, aunque Dolores Morales Muñiz retrasa el encuentro a 1487.
¿Qué pudo unir el influyente y veterano político con el misterioso aventurero genovés, casi un vagabundo? Lo cierto es que Quintanilla también creyó sus fantasías y sueños, y gracias a ello, los sueños se hicieron realidad, pues tenía la llave de la caja. Morales Muñiz escribe:
«En octubre de 1487, el interés de Quintanilla por el genovés y su proyecto quedará plasmado documentalmente. Una carta regia concedería treinta doblas de oro a Colón a iniciativa, cómo no, de la reina Isabel. Junto con ella aparecen el resto de los protectores del ligur: Rodrigo de Maldonado, fray Hernando de Talavera y Alonso de Quintanilla, quien en palabras de Romeu, arrebata literalmente de manos del limosnero las treinta doblas para entregárselas con premura a Colón. Colón, pues sobrevivía gracias a esos acostamientos librados por la contaduría de Quintanilla».
El reino acababa de salir de los gastos de la guerra de Granada, con cuya toma completaba su unidad, y ya estaba en condiciones de emprender la mayor aventura transoceánica de la historia de nuestro planeta. Existe una gran diferencia entre un país que surge con fuerza, como la España de 1492, año en que es la primera nación europea (no lo olviden quienes tergiversan la historia), fija su lengua, expulsa a los invasores y prepara naves y velas para surcar los mares, y la misma España de quinientos años más tarde que se autodestruye de manera complaciente y irresponsable. Lo que fue una llama corre el riesgo de acabar en una charca, si citamos el verso de León Felipe en un contexto un poco distinto.
El otro asturiano relacionado con el nuevo mundo fue Fernando Valdés cuando todavía no era arzobispo ni inquisidor general. Tal vez resulte sorprendente que un personaje tan europeo tuviera algún tipo de proyección americana, pero así lo revela Anunciada Colón de Carvajal en el artículo «Don Fernando de Valdés Salas, letrado del II Almirante de las Indias», publicado en él último número de «Isutel». Don Fernando Valdés (o Valdés Salas, como ahora se le conoce comúnmente) tuvo una dimensión eclesiástica y política (aparte otros cargos que ocupó anteriormente, el de Inquisidor General era también político, como es natural) que en cierto modo relega a segundo término su inicial actividad jurídica y forense. Formado en los aledaños del cardenal Cisneros, era fundamentalmente un jurista, poco interesado por las cuestiones intelectuales y que tenía en poca consideración a los teólogos. Con buen sentido, entendía que para la buena marcha de los negocios eclesiásticos, un buen abogado podía ser más necesario que un místico arrebatado. Éstos, entendía, son fachada, mientras el perito en Leyes es indispensable para la organización de puertos adentro.
Su temprana actividad política v sus ascensos eclesiásticos le apartaron de las actividades como letrado; no obstante, el licenciado Valdés intervino en algunas causas importantes, como el asesoramiento de Diego Colón, el segundo Almirante de las Indias, en el contencioso mantenido en la Corona sobre el cumplimiento de las Capitulaciones de Santa Fe del 17 de abril de 1492 y de los privilegios concedidos a Cristóbal Colón, padre del litigante. Para que nos hagamos una idea, su papel puede tener semejanzas con el de Roca, conocido otrora como político de largo aliento y corto alcance que vuelve ahora al primer plano como abogado. Valdés Salas no ocupó el primer plano en el pleito, ni fue el único letrado, pero estuvo allí, figurando en los documentos como «el licenciado Valdés e obispo de Elna, del Consejo de la Santa Inquisición». Otras ocupaciones de mayor altura apartaron a Valdés de la práctica forense, pero en las que intervino certifican que estaba reconocido en el terreno profesional.
Esta derivación americanista del fundador de la Universidad de Oviedo le confirma como polifacético por una parte y, por otra, se produce la extraña y notable coincidencia de que el descubrimiento cuya financiación se debe en buena parte a un asturiano dio lugar, pasado el tiempo, a un pleito interminable en una de cuyas fases intervino otro asturiano; y así, las biografías tan diferentes de Quintanilla y Valdés se rozan en el Nuevo Mundo sin que ellos jamás lo pisaran.
La Nueva España · 21 septiembre 2013