Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Por los caminos de la Asturias central

Ignacio Gracia Noriega

Los aguinalderos enmascarados

La tradición de disfrazarse y pedir aguinaldo, que en Asturias tiene su mejor ejemplo en Beleño, es propia de muchos lugares de Europa y Asia Central

En el ciclo festivo de Navidad, comprendido entre la noche del 24 de diciembre y el 6 de enero, Nochebuena y día de Reyes, respectivamente (apunto para ilustración de quienes tengan una educación laica), aparecen en Asumas algunas figuras enmascaradas o disfrazadas con pieles de animales (ciervos, terneras, osos, etcétera), que parecen ser propios del Carnaval y que tal vez enlacen el ciclo de la Navidad con el del Carnaval, como las dos fiestas más características del invierno, mas estas figuras, de las que el «guirria» de San Juan de Beleño, en Ponga, es la más conocida y fotografiada, y la que por su enmascaramiento y su disfraz de pieles de animales presenta un aspecto más carnavalesca son, no obstante, genuinamente navideñas. Juan Uría Ríu escribe en su trabajo «Sobre el origen de los sidros, zamarrones, etcétera» (en el que «demostró sus conocimientos etnográficos», según Caro Baroja: «En ciertas localidades de Asturias existe la costumbre de disfrazarse con pieles de animales a últimos de ario. El objeto de estas mascaradas es recoger aguinaldos, festejándolos con comidas y libaciones». El aguinaldo es costumbre arraigada, y con lo que los aguinalderos reciben de su paso por las casas de la aldea organizan una comilona entre ellos que en Beleño se celebra la víspera de Reyes. Los aguinalderos cantan o rezan por los difuntos de las casas a cuyas puertas llaman y dedican letras satíricas a aquéllas en las que no les dan. Constantino Cabal afirma que «se considera una ofensa no regalarles algo, y cuando la aventura se concluye, hacen que les repartan el dinero y acuerdan la fecha fija en que han de tener su cena o en que ha de celebrarse su fortuna"». La costumbre de pedir el aguinaldo se extendió a ámbitos urbanos, y así, tos porteros, los serenos, policías municipales, etcétera hacían imprimir tarjetas navideñas con versos muy malos, en los que se hada el elogio de sus oficios. Ahora me parece que esa pintoresca costumbre se ha extinguido, víctima de la uniformadora modernidad.

Las máscaras y los disfraces con pieles de animales son de origen y difusión más complejos. Carlo Ginzburg, en su libro «Historia nocturna», rastrea rasgos comunes o afines para el desciframiento del aquelarre desde las regiones árticas y las estepas del Asia Central hasta Francia; si hubiera continuado un poco más hacia el Oeste, hasta la cornisa cantábrica, hubiera encontrado que aquí también, entre Navidad y Epifanía, producen ciertos hechos no precisamente explicables aunque en Asturias no se han dado casos de licantropía, como en Galicia Ginzburg describe a aguinalderos como los de aquí: «Hasta hace no muchos decenios, en un área vastísima que comprende parte de Europa, Asia Menor y Asia central, grupos de niños y niñas, durante los doce días entre la Navidad y la Epifanía, solían ir de casa en casa, frecuentemente enmascarados de caballos u otros animales cantando letanías y pidiendo dulces y pequeñas sumas de dinero» (página 145). Las ceremonias que se suceden a finales de año y comienzo del siguiente en Servia y Bulgaria occidental están protagonizadas por solteros o veden casados hasta el nacimiento del primer hijo. que recorren las calles de los pueblos enmascarados y cantando canciones, como en Ponga; en Moldavia, los «calusari» dan saltos altísimos, sirviéndose de pértigas, al igual que los sidros de Siero, que, según Fausto Vigil, «cuando están en lo más alto de su trayectoria hacen girar la pértiga y con ella el cuerpo, describiendo uno y hasta dos círculos concéntricos completos antes de precipitarse al suelo»; los enmascarados suizos y tiroleses colgaban cencerros de sus disfraces. como el «guirria», etcétera. En la mayoría de los casos los aguinalderos y los enmascarados constituían grupos de hombres jóvenes o niños. Uría intuye que estas ceremonias están relacionadas con antiquísimos cultos a los muertos y viajes al más allá, lo que Ginzburg tiene muy claro.

Encontrarnos, pues, a lo largo y ancho del continente euroasiático una distribución de sucesos entrelazados: durante los días comprendidos entre las festividades cristianas o cristianizadas de la Navidad y de la Epifanía, poco después del solsticio de invierno, se celebran determinadas fiestas y se producen, en algunos casos, hechos extraordinarios (en algunos lugares los nacidos entre esas fechas pueden convenirse en lobos); durante tales festividades se emplean máscaras y disfracen con pieles de animales, siendo la del ciervo la más significativa; tales festejos y enmascaramientos son realizados por gentes agrupadas por características de sexo (son varones) de edad o situación (solteros, jóvenes o niños), que realizan determinadas acciones (cantan y piden regalos como compensación), y, finalmente, a fecha fija, culminarán los festejos con un banquete en el que consumen los obsequios obtenidos. Naturalmente, acabamos de describir la celebración del Año Nuevo en Beleño: solo que su difusión está muy extendida, mucho más allá del concejo de Ponga, hasta las estepas asiáticas y las tierras árticas. La supervivencia del «guirria» es explicada por Gómez Pellón y Gema Coma porque se celebra en una zona muy montañosa y agreste, «alejada de cualquier forma de industrialización»; pero el festejo, equivalente de la «lanera» o «viejanera», celebrado en la vecina provincia de Santander, hoy Cantabria, el primer domingo del año, tiene lugar en un valle, el de Iguña, próximo a la industrializada Torrelavega. Como culminación del festejo, en el que actúan grupos de enmascarados disfrazados con pieles, a diferencia del «guirria», que es individual, se producen enfrentamientos con los mozos de las aldeas vecinas y que se repiten, por las mismas fechas, entre los mozos de Cadanes y Vallobal, en el concejo de Piloña. Caro Baroja, describiendo al «guirria», supone que va a la cabeza de los aguinalderos, lo que no es exacto. Los aguinalderos, a caballo y entonando canciones, van por un lado, y el «guirria», cubierto con pieles, enmascarado, con su pértiga con una vejiga en un extremo con la que golpea a quien le parece y el saco lleno de ceniza que arroja a los espectadores cuando se lo pide el cuerpo, por otro. De hecho, es habitual que el «guirria» vaya por la parte alta del pueblo y los aguinalderos por la calle principal.

Los aguinalderos son mozos solteros y últimamente se suman a la procesión algunos niños montando burritos o caballitos adecuados a su edad. «El objeto de estas mascaradas es recoger aguinaldos, festejándolos con comidas y libaciones», escribe Uría. En este aspecto, el «guirria» no presenta ninguna novedad. Sí presenta un aspecto muy notable que le da un carácter muy especial a esta mascarada en la que el único enmascarado es el «guirria». Los aguinalderos van a rostro descubierto, cantando una letanía de la que posiblemente solo se conservan fragmentos. El «guirria», por su parte, va silencioso No sé si formará parte del ritual, pero no he oído que el «guirria» cantara o hablara.

La Nueva España · 11 enero 2014