Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Por los caminos de la Asturias central

Ignacio Gracia Noriega

El Grial Vecino

Las huellas del cáliz, con origen incierto aunque procedencia literaria muy precisa, pueden rastrearse en España, Francia, Italia e Inglaterra

Eduardo García nos recuerda que la basílica de San Isidoro guarda un Grial. Vivimos rodeados de griales: el camino de Santiago está señalado por dos importantísimos, el de San Juan de la Peña(Huesca),donde monjes trogloditas se establecieron en la pared de una montaña, y el de Cebrero (Lugo), en lo alto de una montaña a partir de la cual se desciende hacia los verdes valles de Galicia. La mejor manera para visitar Cebrero es por el invierno, con los montes que lo rodean cubiertos de nieve. La iglesia es de fría piedra, el Grial se encuentra en una hornacina a la izquierda del altar mayor. Coincidí dentro del templo con un japonés en frenesí por escuchar misa. Yo no conocía los horarios de las misas y no había ningún cura a la redonda; para calmarle, pretendí contarle la historia de Juan Santín, un aldeano del valle que subió al templo un día de crudo invierno para escuchar misa y vio que sobre el altar la Hostia se convertía en carne y el Vino en sangre. Pero el japonés no quería historias, sino misa, por lo que le di por imposible y entré en el bar, donde la dueña estaba indignada porque una madrileña muy orgullosa de su Madrid le había dicho: «¡Qué pobre es este lugar! Si enferman, ¿quién los atiende?». «Nos vienen a buscar en helicóptero y llegamos al hospital antes que ustedes los madrileños en una ambulancia», contestó la del bar. Desesperado porque no había misa, el japonés recaló también en el bar. Para consolarle, le invité a un orujo. «¿Qué es?», preguntó, receloso. «Como el sake», contesté; ya quisiera el sake ser como un buen orujo gallego. Y mientras bebíamos, pude, por fin, contarle la historia el Grial de Cebrero y de todos los griales.

Eduardo García dice que hay más de cuatrocientos griales. Es posible. Su origen es incierto aunque su procedencia literaria es muy precisa: se trata de una invención de Chrétien de Troyes en su última e inacabada novela, «Perceval o el cuento del Grial». De haberla terminado, quién sabe si no hubiera desvelado el misterio. Integrado en el mundo artúrico, el Grial se aparece a los caballeros de la Mesa redonda en la «Demanda del Grial» mientras celebran el banquete de Pentecostés. Su origen puede ser céltico, ya que los celtas conocían un caldero cuyo contenido no se agotaba nunca. El Grial, en algunos relatos, proporciona alimento al Rey Pescador o a su padre y es, asimismo, inagotable. Por lo demás no podemos afirmar que sea un vaso o copa; también se le llama grial a un talismán y una piedra, según la versión de «Parsifal» de Walter von Eschenbach, en la que se inspiró Wagner. En realidad, Parsifal es Perceval teutonizado, uno de los tres caballeros que están a punto de llegar al grial. Se trata del «tonto santo»; los otros dos son Sir Bors, el «hombre corriente», y Galaz, el caballero puro y perfecto, que asciende a los cielos con el Grial después de haber escuchado misa en las ruinas del templo de la ciudad oriental de Sarraz oficiada por Josefés, el hijo de José de Arimatea.

Por la vía de José de Arimatea nos llega la historia más divulgada del Grial. Se trata del Vaso de piedra en el que Cristo convirtió el vino en sangre durante la última cena y en ese mismo vaso José de Arimatea recogió su sangre durante la crucifixión. Doblemente sagrado, por lo tanto, José de Arimatea es un personaje evangélico que se integra en el universo artúrico de Camelot y de la Mesa Redonda. El Grial se construye en Jerusalén como pieza de orfebrería o cerámica, y José de Arimatea viaja con él hacia Occidente. Huellas del vaso se rastrean en Italia, Francia, España y, desde luego, en Inglaterra, donde los monjes de la abadía de Glastonbury pretendieron ser los depositarios y administradores de las leyendas artúricas y fueron, en gran medida, sus mixtificadores. Allí se conserva el famoso cuenco de Glastonbury, una vasija de bronce anterior a la cristianización de Inglaterra, por lo que se le puede poner en relación con el mencionado e inagotable caldero céltico. En el mismo Glastonbury hay otro Grial arropado por una leyenda onírica: alguien recibe la orden de dejar la copa en el Pozo del Cáliz durante el sueño y otro sueña que debe encontrarla allí, y en efecto la encuentra, y se considera esta copa más sagrada que la vasija. En Nanteos, Gales del Sur, se conserva un vaso de madera completamente desgastado y la copa de cristal de roca de Santa Isabel de Hungría tenía la facultad de curar a los enfermos que bebían en ella. La vinculación artúrica de esta copa se refuerza por el hecho de que el padre de la reina era mecenas del poeta Wolfram von Enchenbach. Por lo alargar la lista mencionemos el Santo Cáliz de la Última Cena de la Catedral de Valencia, adornado como si fuera una falla. Sin embargo, el grial propiamente dicho es una sencilla copa vaciada en ágata oriental de color rojo oscuro transparente a la luz. El resto son añadidos.

El nombre de grial admite dos posibilidades: o bien procede del latín medieval «gradalis» con el significado de cuenco o escudilla, o de «sangreal» o «sangrereal» de Cristo, rey de reyes. Markale propone la palabra occitana «gradal», «indicativa de un linaje regio o iniciático». Según la variante de la «Queste», el vaso del vio y de la sangre en realidad es el plato o fuente en el que se sirvió el cordero pascual durante la Última Cena. Pero en León, lo mismo que en Cebrero, en San Juan de la Peña y en Valencia se trata de un vaso, como es un vaso lo que se encuentra tallado en Vilar de Donas, el delicioso convento de monjas antiguas que figura como una de las joyas más hermosas y poéticas del camino de Santiago en tierras gallegas.

De León es sabido que muchos peregrinos jacobeos se desviaban a Oviedo: quien va a Santiago y no al Salvador visita al Criado y deja a un lado al Señor, decían los peregrinos franceses más fervorosos y andarines, los más audaces también, los que no temían las desviaciones, ni las altas montañas, ni los valles estrechos y ríos arrebatados, ni el invierno. A éstos, al final de la calle de la Rúa, los recibía la maravillosa torre gótica de la Catedral, y los que en San Isidoro de León hubieran tenido la intuición del Cáliz de la Última Cena o Grial, tendrían la posibilidad de contemplar en Oviedo otros objetos íntimamente relacionados con la pasión de Cristo, de los que es el principal el blanco trozo de la Sábana Santa, cuya importancia empieza a reconocerse. Y cerrando un triángulo, en Santo Toribio de Liébana se encuentra el mayor «lignum crucis» conservado, aunque la Cámara Santa ovetense también posee una astilla de la cruz en al que murió el Salvador, además de ocho espinas de la corona con la que fue coronado de manera sarcástica y brutal. Si en León está el vaso en que fue consagrado el vino y recogida su sangre, a cien kilómetros se encuentra el lienzo en que fue envuelto después de muerto. Aunque vivimos en una época en la que no se cree en estas cosas, nos encontramos muy cercanos a lo sagrado. ¿Por qué no imaginar a los caballeros de la Mesa Redonda cabalgando por las montañas entre Leóny Asturias, a sir Gawain deteniéndose en las posadas o buscando pastoras por las majadas, a sir Bors y a sir Perceval cada uno por su lado y a Galaz entrando en el antiguo campamento romano (también la ciudad de Arturo estaba sobre un antiguo campamento, en la Ciudad de las Legiones), los cascos de su caballo resonando en las piedras y deteniéndose ante San Isidoro, donde descabalgaría y se postraría? Sería magnífico que, encontrado el Grial, Galaz subiera al cielo desde León, y la visión sería tan esplendorosa que su resplandor se vería desde Oviedo.

La Nueva España · 5 abril 2014