Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Por los caminos de la Asturias central

Ignacio Gracia Noriega

El domingo de la Ascensión

Un repaso a las ferias más importantes de Oviedo

La tendencia reciente de trasladar las fiestas que caen durante la semana al domingo ha dejado sin efecto una copla famosa: Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión Corpus Christi, en una sociedad desacralizada, prácticamente ha dejado de celebrarse, siendo como había sido una de las fiestas mayores; Jueves Santo continúa cayendo en jueves por exigencia del calendario lunar, y en cuanto a la Ascensión, la han trasladado al domingo, lo que significa que la fiesta ha perdido su sentido laborable y mercantil. Ya no es la Ascensión un jueves y ya no hay, desde hace muchos años, mercado de ganados. Como decía el Xugueru, un pintoresco personaje con levita y una pierna de madera encajada en forma de horquilla en el muñón, que según él había nacido bajo la regencia de la reina doña María Cristina y que vivía solo en las alturas del valle de Somonte, sobre la Foz de Morcín, en una cabaña de piedra sobre la que ondeaba en plena dictadura una bandera roja y con la fotografía de la Pasionaria clavada a la puerta, y sin más compañía que un burro y una gallina que le escuchaban impertérritos la lectura de artículos de Emilio Romero, por quien sentía gran admiración: “Desde que en Oviedo quitaron la Ascensión y las casas de “mujeríu”, no sé de qué querrá vivir esa gente”.

Pues la víspera de la Ascensión enjaezaba el burro y se ponía rumbo a Oviedo, para no perderse la feria de ganados. Otro refrán no menos famoso no ha sido alterado porque lo que expresa no depende de la voluntad de quienes pueden modificar los calendarios: “Por la Ascensión, cerezas en Oviedo y trigo en León”. Estamos en el tiempo de las cerezas, cuando el caballero tinetense Garci Fernández de la Plaza de Tineo mató al pirata Aruch Barbarroja en Tremecén. Empiezan los días más largos y más hermosos del año, que este año, por cierto, tardaron en llegar. Y es la época de las grandes ferias, que en Oviedo, como se sabe, fueron tres: la de la Ascensión, la de San Mateo y la de Todos los Santos, la feria de las puertas de invierno, cuando los días cortos y las nevadas interrumpen la actividad comercial. Con la excepción de la de Santa Lucía donde se celebra, en la Europa atlántica ya no habrá ferias hasta la Candelaria. En estas ferias se vendía de todo: granos, vino, instrumentos de labranza, cestería, recipientes de cerámica, hierro y cobre, ropas, quincallería y alfarería, y las de la Ascensión y Todos los Santos eran además de ganados, mientras que la feria de San Mateo estaba vinculada a las peregrinaciones jacobeas a la Catedral y tenían un carácter festivo que en la actualidad ha prevalecido sobre el ferial. Las ferias de la Ascensión fueron de ganados hasta no hace demasiados años, en que los tratantes llegaban a la capital de la provincia con sus blusones negros o azules, sus boinas caladas, la larga vara de avellano, la punta del cigarro puro en los labios y el grueso rollo de billetes de banco en el bolsillo de atrás del pantalón. Aunque venían a pisar asfalto, muchos de ellos calzaban madreñas y a los ganados los conducían en camiones.

Aquel era un día en el que Oviedo olía a cuadra, pero merecía la pena. Según Fermín Canella la feria de la Ascensión empezaba cuatro días antes de aquella fiesta movible y cuatro días antes del jueves, Queta y Argentina, en Casa Noriega, la clásica casa de comidas de la plaza de la Catedral, empezaban a desgranar arvejos para la menestra. Lo clásico era comer la menestra, y si podía ser en Casa Noriega o en Casa Modesta, mejor que en otra parte. Después venían las efusiones, los farias, los cafés y las copas, y como nadie prohibía fumar y solo le tenían miedo a la Guardia Civil los cacos y los que andaban metidos en política, y no había peligro de que a nadie le pusieran a soplar por haber “soplado”, todo el mundo lo pasaba estupendamente. Los tratantes hablaban a voces, daban la mano una y otra vez como si estuvieran ordeñando una vaca y palmadas en la espalda, y pagaban rondas y más rondas de copas, echando mano al bolsillo trasero del pantalón y sacando el rollo de billetes que parecía no agotarse nunca. A la caída de la tarde regresaban a sus aldeas felices y contentos, y si habían hecho un buen negocio o no habían perdido parte del dinero en una timba, miel sobre hojuelas. Eran otros tiempos, todavía próximos, pero desde la perspectiva de la electrónica parece que aquello pasó en otra era o en otro planeta. El ferial estaba animadísimo por la mañana y a la caída de la tarde tenía el aspecto melancólico y desolado de un campo después de la batalla. “El sitio para esta feria fue variado”, escribe Canella que enumera los lugares donde se celebraron sucesivamente las de la Ascensión y Todos los Santos: las antiguas calles de Mercaderes, Campo de la Lana, Pumarín y “ahora Puerta Nueva Baja, San Roque y San Lázaro”, añadiendo a modo de protesta que “falta en los alrededores de Oviedo un sitio a propósito para ferias y otros servicios municipales y convenientes a los pueblos”.

Yo recuerdo cuando la Ascensión se celebraba en el Campo de Maniobras. Aquello era un mundo, variado, colorista y pintoresco. Se podían contemplar por modélico precio la vaca con dos cabezas, la mujer barbuda antes de que tal fenómeno se convirtiera en el colmo de la “corrección política” y montar en el tren de la bruja, la cual, con su pañoleta, la escoba y el cazo prominente, recordaba a Ovidio, el invicto dirigente del sin par PP asturiano. Había también un individuo con salacot vendiendo bolígrafos, el teatro argentino, que era como “El Suizo” bajo carpa y los puestos de libros, para mí inolvidables, pues en uno de ellos compré por primera vez las “Historias extraordinarias” de Poe y una selección de cuentos de Hemingway: dos autores que me acompañarían el resto de mi vida. Todavía conservo otros libros de Turgueniev y del danés Jensen comprados allí. Cuando se urbanizó esta parte de Oviedo, la feria de ganados fue trasladada a los alrededores del matadero y el Teatro Argentino a San Pedro de los Arcos. Era formidable ver bajar un auténtico río de personas por Foncalada y Pumarín para recorrer la feria. Naturalmente, aquel aluvión de visitantes no iba a comprar ganado, sino cartuchos de aceitunas rellenas, globos para los niños o a montar en el tren de la bruja, recibiendo a la salida el correspondiente escobazo.

Por la Ascensión, la menestra es la reina de las mesas: es la glorificación de la primavera, y si la fabada es unas fabas a las que se echó un “gochu” encima, según Antón Rubín, la menestra es la huerta, la formidable huerta asturiana resumida en un plato. Como la feria de la Ascensión tiene lugar en el tiempo de la menestra, se ha puesto en circulación un “un menú de la Ascensión”, más característico que el “menú de Antroxu”, ya que pote se come durante todo el invierno y una verdadera menestra solo es posible en el “centro de la primavera”, como dice Cholo Lobato. Lo completan un plato clásico de Oviedo, la “carne gobernada”, que nació hace poco más de un siglo en los “cajones” de las guisanderas del Fontán. En algunos establecimientos he visto anunciada la “tarta de cerezas”. No la conozco, pero si la huerta de la menestra se complementa con las cerezas en sazón, tendremos, en efecto, un menú estacional y completo.

La Nueva España · 7 junio 2014