Ignacio Gracia Noriega
Sin papeles
Los fallos de los sistemas informáticos en el nuevo hospital de La Cadellada
El traslado del Hospital General de Asturias desde El Cristo a sus nuevas instalaciones en la migración más importante que tuvo Asturias por escenario desde que los antiguos reyes cruzaron las montañas para establecer su corte en la meseta, en León, más a pie de obra de la guerra contra el moro, que todavía campeaba al norte del Duero. Los motivos del traslado del Hospital son menos definidos políticamente aunque no se excluyen la intencionalidad y los intereses políticos e inmobiliarios. Y la magnitud de la empresa de trasladar en pocos días con todo lo que contiene, incluidos los enfermos, al otro lado de la ciudad, ha relegado a segundo o tercer lugar (o a quinto o sexto) preguntas que todo ciudadano puede hacerse sobre la pertinencia del traslado (con el que muchos médicos no están de acuerdo) o qué se va a hacer con las antiguas instalaciones. Sobre éstas parece ser que no existen proyectos o si existen no se han dado a conocer, al menos de manera clara. Hay quien habla de un enorme parque públic, al que se añadirían el cuartel de la Policía Armada y de la decrépita plaza de toros, cuya actual ruina hay que atribuir a una política demagógica y populista, antes que taurina. En cuanto al Hospital vacío, no tardará en convertirse en un fantasma tétrico que vigile con sus ojos ciegos de ventanas vacías a la ciudad a sus pies. Y ese Iker de “Cuarto milenio”, a quien todos los invitados al programa llaman “Iker” cuatro o cinco veces porque si no, no los vuelve a invitar, no tardará en dar a conocer algún caso truculento, real o inventado, que tuvo lugar detrás de sus muros, o pululaciones nocturnas de fantasmas ensabanados. Aunque estamos en el siglo XXI de la informática y demás, la gente continúa creyendo en los fantasmas, felizmente, aunque ya se sabe que la realidad es más prosaica. El viejo hospital se acabará llenando de ratas, o lo ocuparán los seguidores de Pablo Iglesias II, tan reivindicadores en su faceta de “okupas” de edificios desocupados. No sería poca publicidad para la ciudad que el muchacho de la coleta, el más sorprendente fenómeno político de los últimos años, estableciera su sede en Oviedo. Esta creación de las televisores de los monseñores y del capitalismo más “finolis”, que irrumpe como paladín de la modernidad revolucionaria empleando un lenguaje más carca y antiguo que el del davidesco Cayo Lara, que habla de guillotinas y cree que la primera declaración de los Derechos del Hombre es la de la revolución francesa, necesita casa grande para moverse a gusto. En las salas vacías del hospital se podrían dar grandes mítines y hacer pintadas explosivas en las paredes cada vez más tomadas por capas de polvo.
Pero dejemos el viejo hospital donde quedó, en la ladera de El Cristo, porque ya es historia, y volvamos al nuevo. Sabido es que Mao Tsé-Tung tardó un año en realizar la “larga marcha”: la inició en octubre de 1934, partiendo de la provincia centro-meridional de Chiangsi, y en octubre de 1935 alcanzaban Paoan, en el Shensi septentrional. Esto, en la edad moderna: porque en los tiempos bíblicos, Moisés tardó cuarenta años en atravesar el desierto seguido de su pueblo, mujeres, siervos y ganados. Para que se note que estamos en el siglo XXI, el traslado del hospital se efectuó apenas en una semana: bien es verdad que atravesar Oviedo no es lo mismo que cruzar China o la distancia, no exagerada, entre Egipto y la Tierra Prometida. Moisés no disponía de brújula, tecnología que ya era antigua en los tiempos de Mao. Como en Oviedo el Hospital nuevo se ve desde el viejo, y no había que atravesar ríos ni montañas, nieves ni desiertos, los mayores obstáculos debieron ser los semáforos en rojo. Los agoreros y los catastrofistas, siempre en activo, siempre vigilantes, previeron el caos y la catástrofe. No obstante, la mudanza se realizó dentro de unos límites razonables. Se suele decir que la mudanza de una casa es lo más parecido a un incendio. Yo creo que el peor momento de la mudanza es aquél en que se embala el primer objeto que se va a trasladar. Después, si la mudanza se confía a profesionales, las cosas pueden ir bien o muy bien. Yo me trasladé desde mi casa natal a cincuenta kilómetros al Oeste y no tengo queja: la mudanza la llevó a cabo un excelente profesional, Josechu, de Arriondas (pongo aquí su nombre como reconocimiento a su buena labor) en poco menos de dos días. Que la mudanza del hospital viejo y la instalación en el nuevo se haya realizado en pocos días más revela que al menos ahí hubo una buena organización. Los problemas comenzarojn una vez instalados en el nuevo; a lo que parece aquello empezó a parecerse un poco al caos. Caos que hace diez o quince años no se hubiera producido: entonces no estábamos dominados abusivamente por la informática y las cosas hubieran marchado muchísimo mejor.
Entre otras novedades, el nuevo Hospital General va a ser un “hospital sin papeles”: como si no tener papeles fuera un gran avance de la era tecnológica y tenerlos un delito de parecido grado a fumar o ir a los toros. Hace pocos años que los periódicos publicaron en primera página, echando a volar las campanas del triunfo, que un colegio de Ventanielles sería el primer colegio de Asturias “sin papeles”. ¿Y porque no haya papeles va a mejorar la enseñanza? No, decididamente no, nuestra civilización todavía es la del papel y el mundo totalitario de “Fahrenheit 451” todavía no se ha instaurado, aunque no por falta de ganas por parte de algunos entusiastas castastrofistas del futuro. Por fortuna, el colegio de Ventanielles no pareció impresionar a la mayoría de la población. Supongo que se habrá quedado en un alarde de altanería ostentosa y pedante. Desde mi punto de vista, poco favorable a la electrónica, lo reconozco, el papel es más seguro que toda esa tecnología impuesta ante todo por los intereses comerciales de las poderosas empresas del ramo. El propio Umberto Eco, el gran patriarca de la posmodernidad, hoy defiende el papel y brama contra la informática, porque escribió El nombre de la rosa en ordenador, lo archivó y se le borró: si lo hubiera escrito sobre papel, lo conservaría sin problemas. Las nuevas tecnologías en los comercios de menudeo son un engorro para el usuario: va uno a comprar una medicina en un momento en que se ha ido la luz y la farmacéutica no puede facilitarla, como me ocurrió en Turón; las operaciones bancarias llevan más tiempo por ordenador que si se hicieran como antes, contando el dinero a mano. Y ahora los médicos del nuevo Hospital General han descubierto que la informática no funciona (“La Nueva España”, 20 junio 2014), por lo que piden volver al papel. ¿Qué problema hay en extender una receta con pluma estilográfica? ¿Y qué se le va a hacer al paciente que aprovecha el internamiento para leer “Guerra y paz”: ponerle en manos del departamento de reeducación? Pues todo el tinglado informático es complejo, está en constante cambio porque ahí está el negocio y ponerse al día en su funcionamiento lleva tiempo y desgaste de energías. Arturo Cortina cuenta que a Lenin le recomendaban que si enfermaba, no acudiera a un médico marxista, porque habiendo dedicado a su tiempo a dilucidar la historia y la economía, habría descuidado la medicina. Lo mismo sucederá en los “hospitales sin papeles”, en los que el médico habrá de ser tan informático como médico. Y reconozcámoslo honestamente, ¿qué es preferible en caso de enfermedad, la atención de un buen médico o la de un informático?
La Nueva España · 28 junio 2014