Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Por los caminos de la Asturias central

Ignacio Gracia Noriega

Tiempo de verano

Aunque el calendario festivo del verano asturiano es portentoso, no habiendo aldea o caserío por insignificantes que sean que no celebren a su santo patrono en los meses comprendidos entre la siega y la recolección, los festejos de la Asturias rural se sitúan entre el solsticio de invierno y el de verano, y a partir de San Juan las fiestas presentan un carácter más uniforme, como si los rituales en torno al Bautista lo inundaran todo, y todo lo que viene después dependiera de ellos hasta la gran fiesta atlántica de los Santos, el 1 de noviembre, que pertenece a otro ciclo. La gran riqueza folclórica de los festejos de invierno y primavera (con los aguinalderos, los guirrios y zamarrones, los carnavales, las ofrendas florales, el enrama de las fuentes, el árbol de mayo) es compensada durante el verano por la abundancia festiva entre San Pedro y San Miguel, o, por decirlo de otro modo, entre las cerezas y los higos.

Durante el otoño y el invierno los días son cortos, la temperatura es desapacible, en seguida llega la oscuridad y la gente se recluye en sus casas. Todo lo contrario que durante el verano, en que la vida fuera de la casa, en la quintana, por así decirlo, es más intensa. Las grandes reuniones otoñales de las esfoyazas, los filandones y las matanzas se hacen en el interior de las viviendas, en el cuadras y en los jenales. Elviro Martínez, en sus “Tradiciones asturianas”, insinúa una especie de festejo parecido a la esfoyaza con motivo de la siega:

“Mozos y mozas lánzanse en gentil alarde y gran denuedo a través del campo de pan y comienzan la “esfaya”; al rítmico campanilleo de les “mesories” nace la tonada, confiada a la moza de voz mejor templada:

Ni una montera de espigues amesoria Rita Juan; la llamen a les endeches porque se presta a cantar”.

La siega se inicia en Asturias en el mes de junio y ya a partir de San Juan empiezan las labores de recolección y almacenamiento de la hierba, con el consiguiente aire festivo, según la descripción costumbrista de Eladio García Jove, citada por Elviro Martínez: “A la caída de la tarde amontonan el heno sobre carros, colocan los alegres rapaces sobre la abultada carga y ésta la almacenan en la tenada de la casa o en el henal de la casería del monte”. A partir de ese momento, otra vez fiesta, como cuando se proceda a desgranar el maíz, en otoño.

A pesar de predominar el minifundio en Asturias, fue tierra de segadores, los cuales llegaron a constituirse en cuadrillas errantes que incluso salían a Castilla como los tamargos (tejeros) de algunas zonas de la comarca oriental o los mansoleas (zapateros) de Pimiango y los caldereros de Miranda. Los errantes asturianos, algunos de los cuales hacían la salida a Castilla como el preámbulo de la marcha a las Indias, debieran inscribirse en los anales de la épica muy próximos a los reyes caudillos, a los cazadores de osos y a los balleneros. Los segadores salían al fuego de Castilla en un período parecido al de los tejeros: desde finales de la primavera a los primeros días de otoño. Mención especial merecen aquellos de los Picos de Europa que segaban prados casi verticales atados a un árbol para no despeñarse. Cuando don Pedro fue a buscar el Cainejo para escalar por primera vez el Naranjo de Bulnes le encontró segando. El Cainejo volvió a su casa a dejar la guadaña y a ponerse las alpargatas y sin más preparativos escalaron la mítica cumbre.

La fiesta asturiana no se concibe si no es en un escenario rural. Numerosos escritores la han descrito, el más conocido Palacio Valdés en “La aldea perdida”. Jovellanos también describió fiestas con mucha precisión y mirada etnográfica. En líneas generales la fiesta se acomoda a la descripción de Nicolás Castor de Caunedo, de 1858: “El día que sucede a la bulliciosa noche de la hoguera crece aún la concurrencia y la animación. La procesión va precedida de coheteros y tiradores que con sus escopetas hacen disparos, de la gaita y de uno o más ramos; voz que necesita explicación. Es el ramo cierta pirámide hueca, formada por palos y asegurada a unas andas. Las jóvenes de la aldea costean el adorno del ramo, que consiste en porción de panes, tortas, gallinas, jamones y otras ofrendas que van sujetas a la pirámide con cintas de varios colores, de las que cuelgan prendas de vestir, joyas, medallas o plumas. Cuatro de las mozas más galanas llevan en hombros el ramo y terminada la procesión lo colocan a la puerta de la iglesia. Seguidamente se remata en alta voz el ramo, destinándose el producto al culto del Santo. La fiesta se prolonga hasta la noche”.

En la actualidad las fiestas asturianas todavía se acomodan a ese esquema, en el que se aprecian los elementos sanjuaneros indispensables: la hoguera y el ramo. No hace muchos años vi subastar en La Foz de Morcín jamones y gallinas con el ramo, aunque por lo general solo se subasta el pan y bollos de hojaldre. Hay dos variantes: el ramo no lo llevan las mujeres, sino hombres, y está prohibido tener escopeta aunque sea para hacer salvas. Hoy tenemos más democracia pero menos libertad.

Se entiende que esta descripción de Caunedo corresponde a las aldeas de los valles del interior y de las montañas mientras que en la costa se hacían las “saleas” o paseos por mar en lanchas adornadas con flores y otros arreos y el gaitero y el tamborilero a bordo. Enrique García-Rendueles señala la “salea” de Tazones como “muy solemne y vistosa”. A la “salea” acuden muchas o pocas lanchas, según el puerto, y a la lancha principal, la más adornada y de mayor calado, suben la imagen del Santo o de la Santa, el ramo y los curas revestidos. De todos modos, el ramo es más propio de las fiestas del interior, tal vez porque luce más llevado en procesión a través de la aldea que navegando en una lancha.

“A San Pedro llegaban los ecos festivos de San Juan”, escribe Elviro Martínez. Por lo que, aún siendo su celebración importantísima, conserva elementos primaverales. En Cudillero San Pedro es un santo del mar, con rango de almirante y su correspondiente “salea”.

Según Caunedo, las romerías más concurridas del verano en Asturias a mediados del siglo XIX eran las de Begoña en Gijón, el Cristo en Candás, la Virgen de la Cueva en Infiesto, Nuestra Señora de Lugás y el día de Covadonga. Cuando los comadrones del “evento autonómico” le preguntaron al Padre Patac si el Día de Covadonga debía ser el día de Asturias, el ilustre sabio contestó que él sabía de Asturias y no de fiestas.

En época de disolución nacional es natural que la celebración de Santiago haya decaído. Y en el centro mismo del verano, el 15 de agosto, es la Asunción de Nuestra Señora, con motivo de la cual hay festejos en basílicas y grandes iglesias y en elevadas y pintorescas ermitas como la de la Virgen del Alba en Quirós y la del Viso en Salas. De la Virgen de agosto pasamos a la Virgen de septiembre, en que bajo la advocación de la Natividad de la Virgen (el 8 de septiembre) se celebran vírgenes innominadas o que no tienen fiesta propia, siendo Covadonga la principal en Asturias.

Todas las fiestas llevan nombres religiosos, ¿cómo será cuando, en pleno laicismo, lleven los de Lenin, Zapatero y Pablo Iglesias uno y dos?

La Nueva España · 16 agosto 2014