Ignacio Gracia Noriega
Cerca de Oviedo
Con el otoño cambian los colores y las formas. Los colores los pinta el árbol y las formas las moldea el aire, de lo que se deduce que el árbol es pintor y el aire escultor. Con la seca que hubo este mes, empiezan a caer las hojas, y ya tengo el jardín lleno de ellas, aunque el conjunto de los bosques continúa verde y ruedan por los caminos cuesta abajo los erizos de las castañas. Los erizos de las castañas son los primeros heraldos del otoño; empiezan a verse a finales de agosto. Y ya están las manzanas y los piescos en sazón. Mi vecino Bernardo me regaló un cesto de primeras frutas: las manzanas son deliciosas, su sabor y su consistencia (un maestro de la "nouvelle cuisine" asturiana diría "textura", palabra que corre el peligro de desgastarse, de tanto como se usa últimamente) no admiten comparación con las que se compran en las fruterías; de mucho mejor aspecto, impolutas; brillantes, pero cuando se pasa del exterior a lo que interesa de ellas, son blanduzcas, fariñonas, de sabor apatatado. No hay como lo que se agarra del árbol directamente, sin intermediarios. Antes.de que los chicos apatataran también mirando a todas horas pantallitas portátiles que los dejan con el aspecto abstraído de quien acaba de pasar por un gran pasmo, salían al campo a robar manzanas. Aunque minúsculo era robo, porque había que saltar una cerca y exponerse a que el dueño del prado los persiguiera esgrimiendo un palo o una guadaña: si sacaba la guadaña el asunto iba en serio. Porque los árboles tienen dueño, según hace constar en un cartel el dueño de un nogal camino de Santullano de Las Regueras; "Este nogal tiene dueño", proclama el arte; y se entiende que también lo tienen las nueces caídas alrededor, lo que originó una discusión en las Cortes de Cádiz entre los diputados asturianos Inguanzo y Toreno: como Toreno, además de progresista (por aquel entonces), era propietario, lo quería todo para él, árbol y frutos. Pero qué bien sabían las manzanas arrancadas del árbol; merecían la escorribanda del dueño, que siempre acababa saltando el muro como un banderillero salta la barrera después de banderillear.
Y aquí merece la pena un comentario, ilustrado proceso reciente. La ley no permite robar manzanas ajenas como no permite asaltar bancos. Hace días, el ministro Margallo (el inventor de esa memez de 'la marca España', tan repelente y ofensiva como decir "la roja" por no decir "selección española" anunció que si los catalanes se obstinaban en su actitud levantisca se aplicaría la ley, y se revolvió el gallinero por la parte de babor, ya que, a lo que parece, en este país, la ley no debe aplicarse a la mencionada gente de babor y a los separatistas, porque en ese caso sería "antidemocrática". En España se pretende una democracia sin ley, y así vamos. Además, las manzanas ya no saben como las de antes. En un país donde los separatistas han sido alentados y protegidos pro los gobiernos centrales, en unos casos por intereses comunes, en otros por cobardía, y donde el actúa jefe de Gobierno no sabe gobernar con mayoría absoluta, es natural que las manzanas no sean manzanas.
Pero el sabor y el olor de las manzanas nos traen el aroma de la juventud, cuando íbamos de excursión al desfiladero de las Xanas, considerado entonces como la garganta del Cares en miniatura y al alcance de la mano desde Oviedo. Había tres rutas de acceso: desde Soto de Ribera, fenomenal para los pocos que tenían coche; desde la estación de Fuso, donde después de una corta pero empinada subida, se tomaba la senda que salía a la torre de Peñerudes; y por Villanueva de Santo Adriano, punto de llegada de los que habían seguido las otras dos rutas y lugar de espera del autobús que trasladaría a los excursionistas de regreso a Oviedo por Trubia.
Ya no estamos en edad para hacer estas excursiones inolvidables, en las que a mitad de camino se asaban chorizos a la orilla del río y se robaba alguna manzana. El coche tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Nos separa de la tierra, ya que vamos sentados sobre una plataforma móvil, pero nos acerca a los lugares. Entramos por Soto de Ribera, dejando Bueño al otro lado del río Nalón, que después de recibir las aguas del río Caudal, hace una amplia curva encaminándose hacia el ocaso. Esta carretera llega hasta Las Caldas y muchas veces la hemos recorrido a pie. El primer pueblo que se presenta es Palomar, con su estación también muy frecuentada por la juventud excursionista de hace medio siglo, y un merendero con una parra. La aldea ahora parece mayor, más larga, con casas pintadas de alegres colores y con muchas menos muestras de arquitectura rural antigua. Después está Puerto, donde es inevitable recordar al gran Julín, un gran tipo, uno de los primeros socialistas de los años 70 del pasado siglo, y siguiendo adelante están Caces, el puente sobre el río Nalón y el castillo, que recuerda una fantasía de Walt Disney y al otro lado Las Caldas con su balneario espectacular. Pero antes de llegar a Caces se tuerce a la izquierda hacia Siones; la carretera sube apartándonos del río. Después de Figarines hay más subida, prados en declive y bosques, todo muy verde. Al fin se desciende hacia un valle verde, perfectamente delimitado por las alturas de alrededor y por la niebla. A partir de La Vallina se vuelve a subir por una carretera llena de curvas y de baches. Al entrar en el concejo de Santo Adriano, acaba también la mala carretera. Queda atrás el valle del río Nalón y entramos en el del río Trubia, entre montes boscosos. Nos internamos en un gran bosque atravesado por la carretera. Los árboles ascienden a nuestra izquierda hacia la cumbre y descienden a nuestra derecha hacia el valle. Bajo el bosque hay sombra y la luz se filtra por los resquicios entre los troncos. Dentro de un mes, todo esto será una maravilla de colores cálidos. Ahora, en un día nuboso, el bosque produce una impresión húmeda y sombría. Por todas partes estamos rodeados de verdor oscuro y los helechos llegan hasta la cuneta.
En Tenebredo hay una bifurcación. Hacia abajo tenemos el valle del Trubia, la población de Villanueva, la salida de las Xanas. A nuestra izquierda, y en ascenso, la carretera, que continúa en bastante buen estado, nos lleva a Pedroveya. En Dosango, una desviación desciende al desfiladero de las Xanas.
Pedroveya es una punta de lanza de la sierra del Aramo, aislada, pues pertenece al concejo de Quirós, del que es la aldea situada más al norte. Es el punto de partida natural de las excursiones a las Xanas. Los excursionistas, que venían de Peñerudes, refrescaban en el bar, subían la colina verde donde se eleva la iglesia y enseguida entraban en el desfiladero: una de las maravillas de Asturias. En tiempos era una aldea casi medieval, con casucas de aspecto decrépito (pero con su corredor) y una atmósfera oscura y antigua. Su nombre, de aspecto misterioso, encajaba muy bien en el escenario; pero según Julio Concepción, tal vez signifique "piedra blanca" o "piedra junto al agua", y pertenece al mismo campo toponímico que Cuadroveña, que en lugar de estar en el fondo de un valle se encuentra en lugar abierto. Poco de la antigua Pedroveya se conserva ahora: es un pueblo muy bien cuidado, con ocho hórreos y lleno de flores. Las casas también han sido remozadas. Al lado del bar hay un humilladero y un lavadero, ambos pintados de amarillo El bar, "Casa Generosa", ha cumplido ya los sesenta y tres años. Por él se pasa a la cocina, que está abajo, y al comedor, arriba, subiendo unas escaleras: un comedor grande, con todas las mesas con su correspondiente mantel, y ventanas desde las que se contempla la verdura del monte. Decoran una de las paredes del bar dos cabezas de jabalíes. La dueña, señora muy amable, vende el producto: sus especialidades son el pote, la fabada, el cabrito... Habrá que probarlo; el lugar y el menú son muy adecuados para una suculenta comida de invierno. Y por una carretera que llama por un valle largo, dejamos atrás La Gotina, El Campo y Peñerudes (donde también se como muy bien) y descendemos por los Alfilorios hasta Argame. Todo muy cerca de Oviedo.
La Nueva España · 27 septiembre 2014