Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Por los caminos de la Asturias central

Ignacio Gracia Noriega

El menú miguelino

En la gran estación del otoño se celebran las festividades de santos muy representativos. Bastaría con decir que es el mes de Todos los Santos pero esta fiesta es una generalización melancólica, cuando los días empiezan a ser conos y cenicientos, y la fiesta de Todos los Santos se confunde con la de los Difuntos. Tanto es así que el día de Todos los Santos o es de ferias o es de cementerios. Son las últimas ferias del año en la Europa atlántica, antes de que el invierno, que todavía está bastante lejos, aunque en estas tierras húmedas parece que está a la vuelta de la esquina, ensimisme a las gentes en sus casas, apiñadas en torno al fuego del hogar y las lluvias s las primeras nieves embarrando los caminos dificultan el tráfico de personas y ganados. Naturalmente, eso era en otro tiempo, en el pasado. Hoy incluso a las aldeas más apartadas llegan vehículos automóviles a través de caminos asfaltados. Pero es natural que nos refiramos al pasado, cuando las fiestas tenían profundo sentido. Hoy, en un mundo laico, en el que, sorprendentemente, se continúan celebrando fiestas religiosas, éstas no poseen otro sentido que el sindical de tener un día más de asueto. Defender la celebración de fiestas religiosas por parte de ideologías e instituciones programáticamente aconfesionales es una demostración eminente del carácter ecléctico de la "sociedad del ocio". Por el contrarío, Feijoo consideraba perniciosa la abundancia de días festivos por motivos económicos, ya que "sale a la cuenta que en cada día festivo, por cesar el ejercicio de todas aquellas artes, pierde España seis millones de reales". En la actualidad, hablar de seis millones de reales parecerá cuento de risa, cuando se sustraen en ejercido del arte de la golfería y el latrocinio millones de euros, aunque al señor Ponga le parece poco lo dilapidado en el Niemeyer porque otros rapiñan más. En lo que coincide con quienes opinan que debemos estar agradecidos a algunos de nuestros amados políticos, que pudiendo robar millones, se conforman con cientos. ¡Qué sentido de la moderación y qué deferencia hacia sus administrados!

Los santos más estratégicamente situados del otoño son San Miguel a su comienzo, San Martín en el centro y San Andrés, ya encarado al invernal diciembre, aunque lo que se dice invernales de acuerdo con el calendario en diciembre solo hay diez días, a partir del 21, solsticio de Invierno. Del mes de noviembre se dice: "Bendito mes, que empieza con los santos y acaba con San Andrés", San Andrés era el santo tutelar de Escocía y de los Estuardo, y cuando los clanes de las highlands se disponían a iniciar el postrero levantamiento en defensa de los intereses del pretendiente, el buen príncipe Carlos Eduardo, gritaban su consigna de colina a colina: ";Por Dios y San Andrés!". Pero la protección del santo no fue suficiente, y fueron derrotados en Culloden por los cañones y las casacas rojas del rey Jorge, lo que obligó a Carlos Eduardo a un largo y benéfico exilio en París y Roma, pues gracias a él se difundió el "drambule" por el continente. El separatismo catalán no tiene raíces tan profundas ni tan prestigiosas, pues ni los Pujol son los Estuardo ni San Jorge era catalán, sino de Capadocia.

Como el otoño es la estación de las grandes viandas, de los frutos en sazón, del esplendor del bosque y de las cazas de pelo y pluma, es inevitable que algunos santos tengan una celebración gastronómica, como Santa Teresa de Jesús, vinculada a las avellanas, y San Martín, a las primeras matanzas. San Martín es el santo más nombrado de la estación, y su nombre está unido, como los de San Antón y San Blas, a los substanciosos alimentos proporcionados por esa despensa con patas que es el hermano cerdo. Según Ruskin, el propio santo no era ajeno a las delicias de la buena mesa y en nuestra tierra, San Martín abre la temporada de una cocina poderosa y suculenta Y tenernos a San Miguel, el Mita próximo al verano, en cuyos días los higos revientan en las higueras, cayendo golosamente al suelo, desparramando espesa azúcar. Es este el tiempo de los "Higos miguelinos", deliciosos y alrededor del santo angélico, los días son suaves, soleados y moderadamente cálidos: estamos en el "veranillo de San Miguel", que recuerdan un poco a los descansos en los cines de antes, que tenían lugar después del No-Do para que el público saliera a fumar un cigarrillo o a tomar un copa en el ambigú, cuando todavía no había empezado la película, y, en consecuencia, los espectadores no estaban todavía cansados. Por este motivo, el "veranillo de San Miguel" se nota menos que el "veranillo de San Martín", que llega cuando la estación va por su mitad.

San Miguel es un santo angélico, perteneciente al orden de los arcángeles, que son de una jerarquía inferior, si se tiene en cuenta a los ángeles resplandecientes e inmensos que nunca se muestran a los humanos: los Serafines, Querubines y Tronos; las Dominaciones, las Virtudes y las Potestades, y antes que los arcángeles, los Principados. Detrás de los arcángeles solo están la infinidad de ángeles, peones de unas formaciones deslumbrantes. El arcángel Miguel, cuyo nombre significa "el que es como Dios", es un ángel guerrero, a quien se representa empuñando la espada como a Santiago, y pisoteando al Maligno como el Apóstol al moro. Fue Miguel quien, a caballo y cubierto de hierro, mató al dragón hundiéndole la lanza en las fauces que expulsaron fuego, por lo que el catalanizado San Jorge, cuya hagiografía es de las oscuras, debe ser considerado en este punto como un segundón. Si no hubiera sido por San Miguel no habría San Jorge, el cual fue adaptado a las leyendas caballerescas en la época de las Cruzadas por Ricardo Corazón de León y Jaime el Conquistador, que no fue rey catalán, que no hubo, sí no mallorquín.

Para nuestra decepción, la plaza de San Miguel de Oviedo no se llama sí por el arcángel, sino por el general Evaristo San Miguel, el autor del himno de Riego. No obstante, cuando de esa plaza de todo el mundo la relaciona con el arcángel y no con el general. A fin de cuentas, el arcángel fue el general de los ejércitos angélicos que derrotaron la rebelión de los que una vez vencidos serían réprobos. Según Tolívar Faes, en su espléndido libro sobre las plazas y calles de Oviedo, la de San Miguel, al pie del Prado Picón, se formó al ser abierta la calle de Campomanes en 1858. Casualmente encuentro en ella a Leopoldo Tolívar y charlamos un rato. Venimos de comer el "rnenú miguelino", que se sirve en los restaurantes de la plaza y aledaños, y consta de fabes con almejes y pito de caleya. En "El dorado", en la próxima calle de González Besada, también sirven un exquisito arroz con almejas. Se conoce que las almejas son ingrediente miguelino principal. Allí está el gran Manuel, fiel a sus principios de todo orden; y entre sus principios se cuentan dar comida excelente y barata. A sus ochenta y un años, está hecho un chaval, y sentado en una mesa al lado de la barra, habla con entonación bondadosa y palabra ecuánime. Gracias a los hosteleros de esta zona, San Miguel no sólo será el santo de los higos, sino de las almejas y de las fabes con almejas. Esperemos que, para el enriquecimiento culinario de nuestra ciudad, el "menú miguelino" llegue a popularizarse y difundirse, tanto como el del "Desarme".

La Nueva España · 11 octubre 2014